Yo no existo, sólo existen los
miles de espejos que me reflejan.
(El ojo, Vladimir Nabokov)
A La sustancia (2024), la más reciente obra cinematográfica de la guionista y directora francesa, Coralie Fargeat, se le pueden atribuir diversos adjetivos: caricaturesca, absurda, disparatada, de un asqueroso gore, pero al mismo tiempo puede también ser perturbadora, insoportablemente realista y generadora de un terror moderno, el que se le atribuye a la obsesión por la belleza física, a la veneración por la juventud, al deseo enfermo por desaparecer el dolor y el sufrimiento en aras de un vigor humano capaz de someter el paso del tiempo.
Coralie Fargeat no tiene concesiones románticas con el público en su nueva cinta y azota con brutalidad la estupidez humana en su afán por hacerse valer por su apariencia corporal y en el intento, quedar en el peor de lo ridículos, otro adjetivo que le puede venir bien a la obra de Fargeat, claro, porque la joven cineasta francesa retrata de manera excepcional el patetismo de quien se odia a sí mismo, de quien cree en el espejo de la bruja de Blancanieves para que le diga que siempre será la más bonita.
En La sustancia, Elisabeth Sparkle es una veterana actriz que ve pasar sus mejores años y para mantenerse vigente es la titular de un programa televisivo de fitness. Pero su apariencia empieza a cobrarle factura, tanto, que uno de los ejecutivos de la televisora (impecable Dennis Quaid), decide ponerle fin a dicho programa porque es momento de volver a lo nuevo, a un cuerpo joven y deseable y dejar de lado las carnes ya flácidas por el paso del tiempo.
Pero he ahí el patetismo de lo humano, Elisabeth no se resigna a ello y encuentra en una extraña sustancia la posibilidad de volver a ser joven por siete días y por la misma cantidad de tiempo volver a ser la avejentada actriz, para luego, en un eterno retorno, volver a ser bella y lozana.
Sparkle, interpretada por una impresionante Demi Moore en sus días decadentes y no menos espectacular la personificación que hace Margaret Qualley en su versión joven.
La sustancia es una mordaz y dolorosa crítica a la dictadura de la belleza y la juventud, a la cosificación de la mujer como objeto sexual y al voyerismo de un consumidor visual que usa y tira porque no soporta la trivialidad de su propia vida
En una secuencia memorable, Elisabeth queda de verse con un viejo amigo de juventud. Insegura ya por su cercana vejez, el espejo no le dice, como a la bruja de Blancanieves, que sigue siendo bonita y una y otra vez se maquilla, se desmaquilla, se arregla el pelo, se lo peina, se lo vuelve a arreglar, el espejo le vomita el odio que se tiene a sí misma para terminar el intento convertida no en un Frankenstein físico, sí en un monstruo emocional incapaz de aceptarse tal y como es.
El escritor mexicano, José Emilio Pacheco, narra en La zarpa, un majestuoso cuento sobre la juventud y la belleza, cómo una mujer de aspecto físico poco agraciado envidia a su mejor amiga porque son los ojos masculinos los que se posan en ese cuerpo joven y apetitoso, pero el paso del tiempo termina irremediablemente volviéndolas iguales, decadentes y arrugadas y esas condicionantes de los años, hacen feliz a la mujer fea porque su amiga ya es tan horrenda como ella.
Podemos decir que Elisabeth Sparkle personifica a las dos mujeres del cuento de Pacheco porque su imagen juvenil que aparece en los estudios de televisión, en la calle y en su propia casa, le recuerdan que es tan mortal como cualquiera, que la ancianidad le toca ya el hombro y que la volverá tan añosa y caduca como cualquier viejo de un asilo de ancianos.
Coralie Fargeat se vuelve entonces excesiva y aparecen los guiños surrealistas a los clásicos de la literatura como El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hide de Robert Louis Stevenson y El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.
La joven joven Elisabeth es el mezquino Dorian que no soporta la realidad de su imagen apabullada por el tiempo y es también Mr. Hyde no en su aspecto físico, sí en su repulsivo odio por la mujer que también es y no termina de aceptar
La crítica cinematográfica más mordaz se devanea luego en calificar la nueva obra de Fargeat como un ejercicio excesivo e innecesario de brutalidad que rezuma violencia y odio, en los litros y litros de sangre que se derraman por todos lados y en las sobradas imágenes de escatología gráfica de suciedad y derrumbes emocionales presos de un derroche visual que hace reír a los asistentes a las salas de cine, no sabemos si de nervios o porque en su inconsciente se ven reflejados a sí mismos.
Es cierto también que, para entender a la directora francesa en su nueva propuesta, es necesario saber que no es la primera vez que el gore y la sangre a raudales planea en su narrativa. En La venganza (2017), su debut cinematográfico, Fargeat cuenta la historia de una mujer violada por dos hombres ante la pasividad de su novio. Su furia la lleva a un proceso de transformación que la obliga a tomar revancha de esos hombres y a los que no les tendrá consideración alguna con un baño de sangre en una historia de reivindicación femenina sobre la brutalidad masculina.
Y recordar también algo que quizá pocos sepan, Coralie Fargeat ya había narrado la obsesión por la belleza en un extraordinario cortometraje titulado Reality+ (2014). En dicha historia, un chip implantado en el cerebro de las personas les permitía verse en una mejor versión de sí mismos en su aspecto físico, pero tal milagro tecnológico sólo dura doce horas y se necesita la misma cantidad de tiempo para poder volver a la belleza únicamente percibida por las personas que se implantaron el chip.
A diferencia de La sustancia que no deja esperanza alguna para sus protagonistas, en Reality+ se asoma un soplo de paz para sus protagonistas que entienden y saben que pueden ser aceptados por los demás tal y como son, así, sin oropeles, ni maquillaje alguno
¿Qué es pues La sustancia?, pues eso, una obra cinematográfica caricaturesca, absurda, disparatada, asquerosa, perturbadora, insoportablemente realista y generadora de un terror moderno, al que se le atribuye la obsesión por la belleza física, a la veneración por la juventud, al deseo enfermo por desaparecer el dolor y el sufrimiento en aras de un vigor humano capaz de someter el paso del tiempo.
Los espejos que nos reflejan
Citado por la crítica de cine del The New York Times, Alissa Wilkinson, en referencia a La sustancia, en su libro El ojo (1930), Vladimir Nabokov relata el deambular de un autor ruso avecindado en Berlín quien un día decide suicidarse para luego repasar la vida de los vivos. En su caminar de muerto llega a una lapidaria expresión acorde a la reciente obra de Coralie Fargeat:
La mayoría de nosotros solo nos vemos a través de los ojos de los demás, a través de las historias que creemos que se inventan sobre nosotros a partir de los atisbos que obtienen de nuestras vidas. “Yo no existo”, escribe el narrador casi al final del libro. “Solo existen los miles de espejos que me reflejan”.
- Fotograma: La sustancia