Existen películas incómodas que se manifiestan en diversas formas de las emociones, van desde aquellas en donde la tristeza es la protagonista, en donde la incertidumbre reina o cintas en que la tensión camina a sus anchas, pero sus directores y guionistas suelen dar respiros para minutos después retomar dicha sensación.
O qué decir del terror y sus diferentes presentaciones góticas, sobrenaturales o psicológicas, las hay en números interminables y nos acechan el ánimo en escenas y secuencias maestras que nos hacen saltar del asiento más de una ocasión a lo largo de dos horas.
Pero hay películas de una crueldad insoportable. Por ejemplo, pensemos en Funny games (1997) de Michael Haneke, Saló o los 120 días de Sodoma (1975) de Pier Paolo Pasolini o Señorita violencia (2013) de Alexandros Avranas, obras espeluznantes que revelan la bajeza humana más deplorable y llenan al espectador de una incomodidad mayúscula.
¿Pero qué pasa cuando el horror más puro viene de las cristalinas cosas de la cotidianidad humana? ¿Qué pasa cuando una situación tan intrascendente puede devenir en el caos y en la revolución espeluznante de una vida? Un hecho que no incluye la maldad de nadie, la sevicia de ninguno; cuando ese infortunio se encarga de otorgarlo la vida misma, cuando esa crueldad proviene simbólicamente de un objeto inanimado, tan simple como un mueble cualquiera.
Caye Casas es el director español que ha confeccionado La mesita del comedor (2022), una película con una historia de crueldad insoportable
El matrimonio conformado por María y Jesús rebasa ya los cuarenta años y se han convertido en padres de familia de un bebé al que nombran Cayetano. Más que otorgarles la felicidad matrimonial, su reciente paternidad los abruma, los tensa y los hace caer en discusiones por temas tan pueriles como la compra de una pequeña mesa.
Engatusados por un hábil vendedor, el matrimonio se debate entre llevar o no el horrendo mueble. Ella no lo quiere. Él se empeña en comprarlo y el vendedor asegura que ese objeto les cambiará la vida.
A fin de cuentas, la mesa es adquirida por Jesús a regañadientes de María. La llegada del cotidiano objeto, al hogar del matrimonio, les dictará sentencia condenatoria a sus vidas de por sí estresadas, caóticas e insatisfechas.
Catalogada como una comedia negra (Caye Casas es un experto en el género), La mesita del comedor, si bien tiene un comienzo como tal, se convierte de repente en una experiencia profundamente perturbadora y asfixiante.
Un accidente doméstico en el departamento del matrimonio pondrá a prueba la resistencia emocional y moral de Jesús y María, un hecho que habrá de quebrantar su fragilidad humana y los obligará a oponer resistencia inútil cuando en vida te das cuenta que la misma ha dejado de tener sentido.
No revelaré en esta reflexión el acontecimiento que sucede en el departamento de los protagonistas, he de centrarme en las condiciones anímicas y de resistencia que un ser humano puede soportar cuando es llevado al límite de sus fuerzas emocionales y cómo la maestría de Casas abofetea al espectador durante la hora y media de duración de la cinta.
Casas no tiene concesiones para nadie: ni para los asistentes a la sala de cine, ni para su personajes centrales y secundarios. Minuto a minuto, el director español se regodea en mostrar la angustia, en especial de Jesús, cuando lo hunde en un infierno de dolor, culpa y estrés
Como líneas arriba se señala, hay directores que permiten el respiro al espectador cuando los lleva a un límite de emociones. Casas no, por el contrario, echa poco a poco más limón a la herida y desentraña el hoyo de sufrimiento y devastación que pocas veces en el cine podemos ver y que puede lastimar a los ojos más sensibles.
Gran virtud de Caye Casas es que, si bien se observa sangre en la cinta, no se piense que eso es lo que lastima la sensibilidad de quien se atreve a ver tal infierno. No, es el paso de las horas, la tensa calma de un matrimonio que prepara la comida porque espera la visita de sus familiares, es el ruido del monitor en la habitación del bebé, es la clarividencia con la que María y Jesús entienden su vida y lo que les espera de esta.
Es el sudor frío del esposo y la intranquilidad de la mujer que empieza a cuestionarse que algo muy grave ha pasado, es la risa del hermano de Jesús y su novia cuando llegan a casa de los desgraciados personajes y se muestran ajenos de su llegada al infierno.
Desarrollada buena parte de la película en el departamento de María y Jesús, dicho escenario convierte la obra de Casas en una espantosa claustrofobia que aumenta la tensión, la ansiedad y el estrés de los habitantes de ese hogar que esperaba al bebé Cayetano como un salvador de la armonía familiar.
Si algo logra Casas en su nueva obra, es diseccionar con milimétrica maestría los miedos más agudos del ser humano, los desnuda, los divide cacho a cacho para no dejar espacios anímicos ajenos al sufrimiento de sus protagonistas, un par de esposos amargados y conflictivos entre sí, pero que no merecen descender al más profundo averno del dolor.
Ya en La muerte de Dios (2018), Casas exploraba los miedos más recónditos del ser humano. En dicha cinta narraba la cena de fin de año de una familia que estupefacta, observa el arribo de un vagabundo que se asume como Dios y les advierte la llegada del fin de la humanidad, salvo para dos personas, mismas que la familia deberá elegir para ser redimidos.
Comedia negra con su dosis de terror que se divide entre la inquietud y la risa, Matar a Dios revelaba ya a un Casas que tiene una clara obsesión por mostrar la peor desnudez del ser humano: sus miedos y sus terrores más recónditos
Sí, La mesita del comedor no es una historia de atrocidades humanas ni de maldad, es cruel porque aborda la vida de dos personas normales que acaban de ser padres, que se pelean por comprar o no una simple mesa y que quieren recibir a sus familiares con una deliciosa cena y un buen vino. Cuánta crueldad, nada será como lo han planeado.
Donald Sutherland
Ha muerto a los 88 años, el gran actor canadiense Donald Sutherland (1935-2024), padre del también actor Kiefer Sutherland quien anunció en su cuenta de X el adiós del veterano artista.
Aunque su trayectoria fue larga con más de 200 participaciones en cine y televisión, tengo en mi memoria a Sutherland en aquella magnífica adaptación de Los usurpadores de cuerpos (1978), de Philip Kaufman, una obra que merece ser analizada como una analogía de la época actual, marcada por la digitalización y la irrupción meteórica de la inteligencia artificial. En algún momento lo haremos en este espacio.
Que descanse en paz el magnífico Donald Sutherland.
- Fotograma: La mesita del comedor