En la primera sesión hubo muchos asistentes.
Este es un breve recuento de mi experiencia a cargo del Seminario de Poesía “Efraín Huerta”, 2017.
Mi forma de recibirlos fue torpe, franca y sin filtro. Qué mejor manera de lograr una impresión memorable que pateando textos ajenos. Esta forma de ser me ha servido desde la infancia. Al final soy de pocos amigos, pero los que deciden quedarse fortalecen su carácter y descubren que en el fondo hasta los perros más feos tienen su lado amable.
De todos los participantes sólo uno estaba listo. Con esto digo que sólo a uno no logré tumbarlo. Los demás pasaron por la silla del barbero y fueron afeitados con el hacha. Ni siquiera me molesté en disimular lo mucho que disfruté descuartizando sus textos.
Al final del día me pregunté si no había ido yo demasiado lejos. Puro efecto teatral— la gente necesita crítica—. Si pretendes escribir, aprende a recibir golpes.
La idea es que uno mismo aprenda a ser su propio azote. Librar guerra contra ti mismo, pero sin hacer nada estúpido; usa el hacha para afilar tu estilete, pero no seas bruto y lo rompas.
En la segunda sesión ha habido un cambio notable. No sólo ya no estaba el individuo aquel que se opuso a mi actitud libertaria (si le gusta tanto el orden que se vaya a Suiza), la mitad del grupo se había ido. Qué mejor. Soy admirador de los espacios abiertos y aquella deserción en masa me acercaba a mi meta de un mundo desierto y con el mínimo de acción.
Además, se habían ido los sentidos. Así lo veo yo: de nada sirve hacerse el sentido en la literatura. Si eres un virtuoso del resentimiento más vale que tu fraseo sea impecable. Porque a nadie le importa ¿vale? A todos nos duele algo. Lo interesante es ver si lo puedes pasar a lenguaje y ver qué pasa con la dolencia en el trasvaso.
En la tercera sesión me sorprende ver tanto avance. Mi campaña contra el lugar común (el único imperativo moral que debe ocupar a un escritor) avanza bien. De maravilla, incluso, demasiado bien. Me incomoda ver la eficiencia con la que los participantes se azotan. Es un poco alarmante. A este ritmo pronto seré obsoleto.
Al terminar la cuarta sesión ¿qué puedo notar?
Los veo a todos más medrosos. Más atentos. Escriben con mayor cuidado; miran en ambas direcciones antes de cruzar la calle por donde acelera la Crítica.
El desgaste apenas comienza. Soy honesto con ellos (dice mi editor que soy autista), así que les digo que si pretenden escribir deben habituarse al castigo. Hay que amar el azote. Suena medieval, pero es lo que hay. Yo llevo 15 años en esto y debo admitirlo, sin crítica no hay texto. Sin fuste no hay avance.
Al final de nuestro contrato, lo prometo, serán capaces de disparar su fusil contra la página. El único cliché bueno es el cliché muerto.
En cuanto a lo cursi, sólo hay que darle un vistazo a la lista de los Nobel, o a los escaparates de las librerías moribundas, para ver que lo cursi no se quita con la técnica, ni tampoco con el éxito. Si traes esa tara, que la muerte y el olvido te arreglen, porque en las letras seguirás bajo ese yugo hasta que se acabe la tinta.
- Intervención fotográfica: Ruleta Rusa