Hay directores que saben retratar la condición humana y sus sótanos más inquietantes con una claridad que asusta y pone de relieve la necesidad eterna que obliga a definir qué es el hombre y hasta dónde sus circunstancias dominan su comportamiento o sellan una forma de entender la vida para construir un destino.
Magnus von Horn es uno de esos directores que, en su todavía breve obra, ha sabido escudriñar los recovecos oscuros de la naturaleza humana. En Después de esto (2016), su debut cinematográfico, von Horn revelaba a un joven recién salido de la cárcel acusado de matar a su expareja. Su puesta en libertad le cobrará la factura de enfrentar un entorno social incapaz de comprenderlo y le recordará cotidianamente su crimen, la imposibilidad del perdón. Una brutal historia de rencor y odio irremediable.
Para 2021 el joven director sueco diseccionará con Sweat, la tristeza y el vacío existencial de los llamados influencer, su banalidad y la admiración embrutecida que le profesa un público igualmente vacío que pone sus fracasos de vida en el espejo de una existencia feliz, pero ajena completamente a su anodina cotidianidad.
Von Horn confirma en su tercer largometraje, La chica de la aguja (2024), un estilo muy personal para diseccionar al ser humano. En su nuevo largometraje, inspirado en hechos reales, el cineasta sueco narra la historia de Karoline (enorme Victoria Carmen Sonne), una mujer embarazada, pobre y desempleada quien un día recibe la ayuda de Dagmar quien dirige una turbia agencia de adopción. La realidad de ese lugar le provocará un sobrecogimiento escalofriante y le llevará a cuestionarse su papel y su responsabilidad ante la bajeza moral de Dagmar a quien un día vio como su salvación.
Filmada en blanco y negro, con una extasiante fotografía de Michal Dymek, la película de von Horn acentúa la negritud de una Dinamarca de principios del siglo XX que en nada se parece a la Dinamarca progresista y de vanguardia actual
Las imágenes, ausentes de matices y colores, son una paradoja del arte de la fotografía capaz de convertir lo sucio y lo feo en momentos de una belleza extraña, con una capacidad hipnótica para apreciar lo que en principio es profundamente desagradable.
El destacado semiólogo italiano, Umberto Eco, planteaba esa dicotomía e implicación cercana entre la belleza y la fealdad en dos sendas obras, Historia de la belleza e Historia de la fealdad y en esta última abordaba el arte como un catalizador de ver en lo grotesco y el asco, una posibilidad de lo hermoso y lo sublime.
Von Horn logra en su más reciente trabajo ese efecto matrimonial entre el horror y la belleza en planos cinematográficos diversos que si bien en el ánimo no calan de manera positiva, uno no puede dejar de admirar la cuidada ambientación de los inicios del siglo XX europeo y la posibilidad de que el blanco y el negro abonen a un respiro entra tanta degradación moral.
La chica de la aguja escudriña también en la sempiterna problemática de comprender que las decisiones sobre el cuerpo de la mujer corresponden a la mujer, pero bañado el mundo por las realidades construidas socialmente y el peso de una sociedad atada a narrativas generacionales prácticamente inamovibles, la condición femenina discurre en un fangoso paisaje de aberraciones culturales.
Karoline ha esperado a su esposo, un soldado que participa en la Primera Guerra Mundial y luego de un año sin noticias y asumirlo como muerto, es seducida por el dueño de la fábrica en la que trabaja, el resultado es un embarazo que le hace pensar que sus problemas de vida serán resueltos sin contar que su condición de mujer pobre, sin alcurnia y sin futuro promisorio le recordarán que es un desechable con un destino manifiesto de fracaso y dolor femenino preestablecido y cumplido para los cánones de la época.
Otra de las grandes virtudes de La chica de la aguja es que logra como pocas cintas, conjugar el lenguaje cinematográfico en un equilibrio pleno de sensaciones: la fotografía de Dymek ya citada, se une a una banda sonora que arropa esas imágenes con la música de Frederikke Hoffmeier, partituras que vuelve más oscura la tragedia de Karoline
Hay ciertos críticos de cine que califican la película de Magnus von Horn como una serie de imágenes de violencia innecesaria que lo único que busca es mostrar, sin sentido pleno, una problemática social que requeriría, según ellos, un tratamiento más mesurado sin la trampa, de acuerdo con su óptica, de un ejercicio estilizado que no justifica tales demostraciones de bajeza humana.
Con el perdón de los colegas, pero sus afirmaciones críticas parecen enmarcarse en un discurso moralino a un ejercicio artístico que va más allá de sólo mostrar una violencia gratuita y su miseria humana. Se agradece, por el contrario, el atrevimiento del director por su alcance para desestabilizar las emociones del espectador y al mismo tiempo, conocer un sórdido episodio de la historia danesa y europea que nos lleva a pensar temas actuales como la adopción, el papel de la mujer, la miseria y la pobreza económica y ética de una sociedad europea a veces tan celebrada que luego solemos desconocer sus esqueletos escondidos en los closets de la historia.
Que La chica de la aguja pueda ser catalogada como una película de monstruos, puede ser un adjetivo absolutamente válido porque no sólo Dagmar de manera intencionada, Karoline de manera involuntaria o las mujeres que entregan a sus bebés a un destino incierto, representan la caída del sentido de lo humano, es una sociedad freak de doble moral que Magnus von Horn pone en el tablero del debate a partir de una cinta que es capaz de quedarse en la memoria por mucho tiempo.
‘Emilia Pérez’
De ser la película favorita para ganar toneladas de oscares en la próxima gala de esos premios, Emilia Pérez se ha convertido en un fenómeno de dimes y diretes porque a su protagonista, la actriz española Karla Sofía Gascón, le cayó en cascada el chahuistle por andar publicando tuits racistas en contra de otras religiones, razas y grupos étnicos.
Ya hasta el director de la cinta, el francés Jacques Audiard le ha vuelto la espalda y apenas ayer, su coprotagonista, Zoe Saldaña, se ha declarado decepcionada de Gascón y hasta Netflix ha cancelado a la actriz ibérica de la campaña de promoción de la obra en cuestión.
No se trata de hacer leña del árbol caído, es mejor esperar la suerte de la cinta en los Premios Oscar y analizarla desde su calidad cinematográfica y reflexionar al mismo tiempo, de manera serena, sobre lo que implica la conducta y lenguaje de una celebridad y saber cómo incide en su trabajo actoral y su vida pública. Veremos.
- Fotograma: La chica de la aguja
1 comment
Me urge ver “la chica de la aguja”