“La verdad no siempre es justicia”.

(En un diálogo de ‘Jurado No. 2’)

Apenas a cuatro meses de cumplir los 95 años, Clint Eastwood se encuentra en estado incombustible y en plena forma artística, con Jurado No. 2, el veterano cineasta ha firmado su nueva película, un emocionante thriller en donde plantea un asfixiante dilema moral.

Fiel a su estilo, Eastwood se encargará de sembrar en el espectador, ante todo, preguntas: qué es lo que nos define como humanos, qué es lo moral y lo inmoral, hasta dónde es válido salvarse a uno mismo en detrimento del otro y cómo nuestras decisiones ante lo que parece obvio se tornan en un infierno de la conciencia.

En su nueva cinta, Clint Eastwood nos relata la historia de Justin Kemp (Nicholas Hoult), un hombre bueno, un hombre de familia quien, tras ser elegido el jurado número 2 para resolver el presunto asesinato de una mujer a manos de su novio, la vida le da un vuelco brutal a su existencia cuando sabe que su decisión puede absolver o hundir al acusado porque el mismo Kemp tiene una culpa no voluntaria en el caso.

Jurado No. 2 permea con su relato el espectro filosófico relacionado con la ética aplicada y esta a su vez, fundamentada en la casuística, entendida como la forma de razonamiento que nos indica que toda acción humana considerada no correcta o inmoral, en ciertos casos puede ser calificada como válida y moralmente aceptable.

Matar, mentir, robar, traicionar y un largo etcétera, son conceptos que aluden siempre al sentido negativo de una vida sin virtud según los antiguos filósofos griegos, pero la casuística ética plantea que tales actos, según las circunstancias, pueden ser herramientas para entender desde ese lado la dignidad humana.

Bajo ese galimatías de la moral y su aplicación práctica es que Justin Kemp se debate para salvar su matrimonio, a su recién nacido hijo y a su esposa a la que le agradece profundamente por haberlo ayudado a transitar un pasado de alcoholismo y poder convertirse en la persona que es y que, sin embargo, está a punto de dejar de ser por un error cometido.

No hay duda que la más reciente obra de Eastwood es sobre todo un estudio de personaje. El cineasta californiano y su guionista Jonathan Abrams, presentan a un Justin Kemp en todas sus capas emocionales, éticas, deprimidas y angustiadas por saber cómo decidir de tal forma que su vida no se convierta en una mera burbuja ilusoria

La experimentada mano directora de Eastwood sabe en dónde poner los acentos en un personaje que se desmorona emocionalmente en cada secuencia. Todo en la historia es una tensión constante, el manojo de nervios de Justin en cada interacción con su esposa y la necesidad de poder mirarla a los ojos, en cada deliberación del jurado que no duda en culpar al novio de la mujer como el responsable de su muerte, en cada uno de los cruces con una dura fiscal (Toni Collette) y en cada diálogo con el resto de los personajes que hace sentir a los espectadores como parte de esa culpa y ese remordimiento que Justin siente al saber que el laberinto en el que se ha metido no parece tener salida alguna.

Es imposible, al apreciar Jurado No. 2, no recordar la clásica cinta de Sidney Lumet, Doce hombres en pugna (1957). En ella, un jurado se inclina por culpar a un joven de la muerte de su padre, pero uno de los miembros cree a pie juntillas en la inocencia del chico. La película de Lumet se desborda luego en una clase magistral de argumentación en la que el solitario miembro trata de convencer al resto de los integrantes de que el chico es inocente arguyendo la elemental duda razonable plasmado en el orden jurídico.

Y si bien las circunstancias entre Doce hombres en pugna y Jurado No. 2 son enteramente distintas, la cinta de Eastwood condimenta la historia con el aderezo de someter a uno de los miembros del jurado en un dilema moral insoportable al tener que decidir si sacrificar a un hombre y salvar su vida personal y familiar o absolver a ese hombre y entender que hacer el bien a veces pasa por asumir los propios actos.

Maestro de temáticas álgidas en el devenir humano, Clint Eastwood llega casi a sus 95 años fiel a un estilo ya madurado que ha sabido poner en tela de juicio, términos que en ocasiones damos por sentado en torno al comportamiento humano

En junio de 2020, en este mismo espacio en el que recordamos entonces los 90 año del cineasta, decíamos:

El director estadounidense ha realizado casi 40 películas y si, a quien esto escribe le preguntan cuáles son las cintas que definirían mejor el rol como director de un hombre que se volvió clásico, pensaría en cinco obras fundamentales en la carrera del veterano artista: Los imperdonables (1992), Río Místico (2003), Cartas desde Iwo Jima y Banderas de nuestros padres (2006) y Gran Torino (2008).

Las cuatro plantean profundos dilemas éticos y morales, las cuatro irrumpen en el ánimo del cinéfilo porque llega hasta lo más íntimo de los sentimientos que nos cuestionan la lealtad, la tolerancia, la empatía hacia el otro, el concepto de familia, el honor a costa de todo, el arrepentimiento y el cargo de la conciencia o su liberación cuando sabemos que hemos obrado mal o cuando respiramos aliviados cuando sabemos que una pesada carga de culpa nos ha quitado su yugo insoportable”.

Jurado No. 2 se suma pues a esa lista de películas de Clint Eastwood en donde vuelve a cuestionar el accionar humano para recordarnos lo difícil que es decidir bien en un mundo en donde las reglas morales parecen estar perfectamente delineadas, pero en donde también la emoción humana juega un papel fundamental que cuestiona sin reservas el determinismo moral y ético de una sociedad.

Ya no hay respeto

La nueva obra de Eastwood fue estrenada en Estados Unidos en unas pocas salas y en América latina se pudo ver sólo en la plataforma Max. Por ello, el reconocido crítico de cine, Leonardo García Tsao escribió en el periódico La Jornada a propósito de esta nueva entrega del director:

“Ya no hay respeto. Jurado No. 2, la última obra dirigida por Clint Eastwood ha sido estrenada en salas sólo de manera limitada y relegada en toda Latinoamérica a una plataforma digital, Max, por su distribuidora, Warner Bros. Que el último de los cineastas clásicos reciba ese trato es sólo otro síntoma de una industria que favorece la chatarra de rápido consumo, en demérito de las películas pensantes”.

Suscribo las palabras de García Tsao, es una entera falta de respeto a la carrera larga y prodigiosa de Clint Eastwood el haber relegado su cinta al espacio reducido que representa una plataforma digital por más popular que esta sea.

La película del clásico cineasta debería ser una obra que permaneciera por muchas semanas en las salas de cine para invitar al gran público a pensar la vida y sus circunstancias a partir de historias como las de Eastwood porque, además, la duda de si será su última cinta quedará ahí hasta el que mítico director nos vuelva a sorprender con un nuevo trabajo o sepamos quizá que acudimos al final de sus días detrás de las cámaras.

Pero así es, ya no hay respeto.

  • Fotograma: Jurado No. 2