El sábado ha sido hecho por amor al hombre, y no el hombre por amor al sábado”. Del evangelio según san Marcos

En Nazaret, la familia lo era todo: lugar de nacimiento, escuela de vida y garantía de trabajo. Fuera de la familia, el individuo quedaba sin protección ni seguridad. Solo en la familia encontraba su verdadera identidad.

Jesús no vivió en el seno de una pequeña célula familiar junto a sus padres, sino integrado en una familia más extensa. En una aldea como Nazaret, la familia extensa de Jesús podía constituir una buena parte de la población (José Antonio Pagola, Jesús. Aproximación histórica, Madrid, PPC, 2007, p.5).

Había dos aspectos, al menos, en estas familias que Jesús criticaría. La autoridad patriarcal que lo dominaba todo: se le debía obediencia y lealtad. El patriarca negociaba los matrimonios de las hijas, organizaba el trabajo y definía derechos y deberes. Jesús hablará de “mutuo servicio” y jamás de sometimiento.

La mujer era apreciada sobre todo por su fecundidad y su trabajo. La mujer siempre pertenecía a alguien. La joven pasaba del control de su padre al de su esposo. Su padre la podía vender como esclava para responder a deudas. El hijo varón estaba llamado a asegurar la continuidad de la familia. Jesús defendió a las mujeres de la discriminación, las acogió entre sus discípulos y adoptó una postura rotunda frente al repudio de los varones (Pagola, p.7).

En estas aldeas de Galilea, los niños eran los miembros más débiles y vulnerables, los primeros en sufrir las consecuencias del hambre, la desnutrición y la enfermedad. La mortalidad infantil era muy grande en los tiempos de la Palestina romana. “Dejad que los niños se me acerquen, no se lo impidáis”, expresó Jesús. Jesús manifiesta hacia los niños la misma actitud de acogida y protección que tiene hacia los más débiles e indefensos de la sociedad (los oprimidos).

Jesús habla desde la vida.

En Nazaret, la alimentación de los campesinos era escasa. Constaba de pan, aceitunas y vino; tomaban judías o lentejas acompañadas de alguna verdura. No venía mal completar la dieta con higos y queso. En alguna ocasión se comía pescado salado. La carne estaba reservada para la peregrinación a Jerusalén. La esperanza de vida era de 30 años (Pagola, p.8).

Cuando Jesús comenzó a ganarse la vida como artesano, Séforis era capital de Galilea y estaba a cinco kilómetros de Nazaret. Arrasada por los romanos cuando Jesús apenas tenía seis años, Séforis estaba en plena reconstrucción

La demanda de mano de obra era grande. Se necesitaban canteros y herreros. Su vida parecía más a la de los jornaleros que buscaban trabajo de forma cotidiana. Lo mismo que ellos, también Jesús se veía obligado a moverse para encontrar a alguien que contratara sus servicios. Lo que aprendió Jesús en Nazaret fue un oficio para ganarse la vida. Fue artesano-constructor como su padre (trabaja la piedra, la madera y el hierro). Su trabajo no correspondía al del carpintero del siglo XXI.

Abandonó a su familia, dejó su trabajo, marchó al desierto, se adhirió al movimiento de Juan, luego lo abandonó; buscó colaboradores, empezó a recorrer los pueblos de Galilea. “Hay algunos que se castran a sí mismos por el reino de Dios”. Este lenguaje tan gráfico solo puede provenir de alguien tan original y escandaloso como Jesús. “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el reino de los cielos” (Pagola, p.24).

No asistió a ninguna escuela de escribas ni fue discípulo de ningún maestro de la ley. Fue un vecino sabio e inteligente que escuchaba con atención y guardaba en su memoria las palabras sagradas, oraciones y salmos que más quería. No necesitaba acudir a ningún libro para meditarlo todo en su corazón. Él habla de lo que rebosa su corazón. Jesús no es un hombre del desierto. Su proyecto le llevó a recorrer Galilea anunciando la cercanía de un Padre perdonador. Frente al talante austero del Bautista, que “no comía pan ni bebía vino”, Jesús sorprende por su estilo de vida festivo: come y bebe. Entre los discípulos hay hombres, pero también mujeres (Pagola, p.23).

No sabemos si Jesús aprendió a leer y escribir. En estos pueblos de cultura oral, la gente tenía una gran capacidad para retener en su memoria cantos, oraciones y tradiciones populares, que se trasmitían de padres a hijos. En este tipo de sociedad se podía ser sabio sin dominar la lectura ni la escritura. En la Palestina romana, la religión judía, centrada en las sagradas escrituras, impulsó una alfabetización superior al resto del Imperio (Pagola, p.20). El templo era para los judíos el corazón del mundo. Jesús nunca despreció la ley judía, solo enseñó a vivirla de una nueva manera.

Jesús no se casó. No se preocupó de buscar una esposa para asegurar una descendencia a su familia. El comportamiento de Jesús tuvo que desconcertar a sus familiares y vecinos.

El pueblo judío tenía una visión positiva y gozosa del sexo y del matrimonio, difícil de encontrar en otras culturas. Jesús renunció al amor sexual. Si Jesús no convive con una mujer no es porque desprecie el sexo o minusvalore la familia; es porque no se casa con nada ni con nadie que pueda distraerlo de su misión al servicio del reino. No abraza a una esposa, pero se deja cobijar por prostitutas que van entrando en la dinámica, después de recuperar junto a él su dignidad. No besa a unos hijos propios, pero abraza y bendice a los niños que se le acercan, pues los ve como “parábola viviente” de acogimiento divino. No crea una familia tradicional, pero se esfuerza por suscitar una familia universal, compuesta por hombres y mujeres que hagan la voluntad de Dios (Pagola, p.25).

Jesús realizó exorcismos y curaciones extrañas. Se veía así mismo como profeta. Durante los primeros años fue su madre y las mujeres del grupo familiar quienes tuvieron un contacto más estrecho con él y pudieron iniciarle en la fe de su pueblo.

Fuente consultada

José Antonio Pagola, Jesús. Aproximación histórica, Madrid, PPC, 2007.

  • Ilustración: Carl Heinrich Bloch