Gabriela David era una mujer joven cuando murió. A los 50 años, se encontraba en plenitud creativa, pero una enfermedad contra la que combatió durante 16 años, terminó por derrotarla un 4 de noviembre de 2010.

Gabriela murió para dejar tras de sí, un par de extraordinarios largometrajes, varios cortos y una posibilidad trunca de convertirse en un referente del cine argentino.

Hija del también realizador, Marido David, la directora argentina estudio escultura y dibujo, pero sus primeros acercamientos al cine los tuvo a finales de la década de los 70 como asistente de dirección. Después, la oportunidad de dirigir varios cortometrajes la fueron acercando al día de su debut como cineasta de obras más ambiciosas. La vida le permitió solo dos: Taxi, un encuentro (2001) y La mosca en la ceniza (2009).

Pareciera quizá, extraño, que alguien como David, que luchó contra una enfermedad durante tanto tiempo, dictara en sus dos historias fílmicas retratos de violencia tan duros como los que plantea en ambos largometrajes, pero quizá la serenidad que fue anidándose en su ser a partir de sus propios dolores, llevó a la cineasta argentina a traducir esa violencia, en dos narrativas llenas de sensibilidad y una oda a la solidaridad y el amor, dos virtudes necesarias y urgentes de arrancárselas a la violencia.

En Taxi, un encuentro, David cuenta la historia del Gato (excepcional Diego Peretti), un ladrón de baja estofa quien, una noche, roba un taxi y en su periplo urbano de falso ruletero, se topa con una adolescente herida de bala (Josefina Viton). Es el encuentro que dará sentido a su vida y la vida de la chica.

El Gato y la joven se identificarán mutuamente cuando se descubran como seres solitarios, marginales y dolidos con la vida.

A veces, la confianza tenemos que depositarla en el extraño, en el humano perdido que recorre las calles y un día se topa con nuestro propio ser

Dicen que los inesperados encuentros con extraños suelen ser los más enriquecedores, los más reveladores para generar empatía y sinergia entre dos mundos que no parecían destinados a la combinación.

¿Qué hace una adolescente herida de bala, a altas horas de la madrugada, en un taxi robado, manejado por un ladrón de pacotilla? La solidaridad como el amor, pueden ser concebidos de mil maneras, pero en ocasiones no resulta lógica dicha concepción, rompe con cualquier convencionalismo para volverlo diferente. Una rara avis y punto disímbolo entre el mundo de la normalidad y lo aceptado socialmente.

Las horas de la noche y la madrugada le irán exigiendo al Gato la forma en que debe salvarle la vida a la jovencita y ella, deberá resistir el embate no solo de la bala que casi le arranca la existencia, deberá lidiar con la historia familiar que le precede y que, de cierta manera, escala la desgracia de la muchacha.

El cine se ha encargado de contarnos grandes historias en donde los coches de alquiler se convierten en factores narrativos perfectos: Taxi driver (1976) de Martin Scorsese, Taeksi woonjunsa (2017) de Jang Hoon o la extraordinaria Una noche en la tierra (1991) dirigida por Jim Jarmusch. Todas ellas cuentan cómo, en ese pequeño espacio, se pueden ir bordando historias de ironía y perversión (Todd Solondz dixit) o historias devenidas en un canto de esperanza como el taxi del Gato en la historia narrada por Gabriela David.

Hay encuentros fortuitos para sus protagonistas y en esa “casualidad”, habrá una marca indeleble como la que Laura y Esteban (así se llaman los protagonistas) saben que les quedará y en donde el destino les habrá de recordar que nada es casual, pero siempre habrá efectos.

La mosca en la ceniza

Ocho años después de Taxi, un encuentro, Gabriela David rodaría la que sería su segunda y última película, La mosca en la ceniza. En ella habría de proponer una historia más sórdida y espeluznante, pero que, al igual que su primera cinta, logra hacerle saber al espectador que la salvación y la redención de lo humano también son posibilidades latentes en tanto podamos soportar lo indecible.

En La mosca en la ceniza, David nos narra la historia de dos amigas, Nancy y Pato (Ma. Laura Cáccamo y Paloma Contreras) recién llegadas de su pueblo a Buenos Aires. Con engaños han sido obligadas a trabajar como prostitutas, pero sus actitudes serán distintas ante la desgracia en la que han caído: una tratará de adaptarse, la otra hará todo lo posible por escapar del infierno.

Historia con un tufo de terrible familiaridad en las sociedades actuales que se han corrompido y han puesto en el tráfico de mujeres, una importante fuente de hiper millonarias ganancias, esta película argentina busca concientizar y revelar cómo desde la obscuridad podemos absorber lo mejor de ser humano. Y que los tiempos que corren testifiquen si eso es o no posible. Más nos vale que lo sea.

La destreza narrativa de Gabriela David consiste en llevarnos a la contemplación de una historia tan conocida y dolorosa, sin la necesidad de caer en sensacionalismos de factura barata, ni en momentos lacrimógenos innecesarios

Igual que en Taxi, un encuentro, la cineasta argentina trata de transportar el espectador por caminos que le hagan no celebrar el morbo, sí las ganas de ver esperanza; no hacerlo llorar de tristeza, sí hacerlo sonreír cuando se da cuenta que es posible.

Gabriela David se sirvió de la realidad para filmar su película. Cierto día, leyó en la nota de un diario la historia de un prostíbulo en el Barrio de Belgrano en donde un gran número de chicas eran obligadas prostituirse.

¿Y por qué La mosca en la ceniza? El nombre de ninguna manera es casual, apunta a aquella experiencia que se cuenta en el mundo rural cuando se dice que una mosca ahogada en agua es capaz de volver a la vida si se le cubre de ceniza.

Y quizá esa sea la mejor manera de describir el cine de Gabriela David: el ser humano es una mosca en permanente ahogo y necesita ser salvado, necesita esa poca ceniza para restablecerse, para saberse fuerte. Taxi, un encuentro y La mosca en la ceniza nos dictan lo anterior. En un mundo dolido, podrido y violento, la posibilidad de arrancarle la esperanza a la violencia es la única opción. Este mundo hoy puesto a prueba, Gabriela lo advirtió en su breve y aleccionadora obra cinematográfica.

Más allá del tiempo

Si uno busca información profusa en la red mundial sobre Gabriela David, se podrá dar cuenta que no encontrará mucho. Encontrará breves biografías de la cineasta, las críticas a sus dos largometrajes, pero la búsqueda en realidad termina pronto.

Vayan pues estas líneas para robustecer en algo la memoria y la obra de una cineasta que hereda en sus dos únicas y premiadas películas, una visión de la vida como la vida puede ser en ocasiones: dura, pero también posible en sus afanes de transformación positiva.

Sean Taxi, un encuentro y La mosca en la ceniza, dos historias que podamos revisitar para recordar y celebrar a una artista que se fue muy pronto, pero dejo quizá, lo más importante, la invitación a pensar, misión que a veces nos cuesta tanto practicar en tiempos en que el pensamiento es tan necesario para sobrevivir, para generar la ceniza de la vida diaria.

  • Fotograma: Taxi, un encuentro