Murió el pasado 16 de octubre, Felipe Cazals, director fundamental del cine mexicano en la década de los 70 y 80 del siglo pasado, un pilar dentro de esa generación de artistas como lo son Arturo Ripstein, Jorge Fons, Jaime Humberto Hermosillo, Alberto Isaac o Paul Leduc.

Formado en sus inicios en el séptimo arte en Francia, Cazals fue el faro que apuntó de manera certera para retratar una antropología cinematográfica de la miseria en un país como el nuestro.

Cazals diseccionó el fracaso de la sociedad mexicana y sus instituciones, y dibujó la marginación social con una contundencia narrativa que siempre dejó un sabor amargo, difícil de tragar en historias que nos siguen representando un implacable eterno retorno.

En Antropología de la pobreza (FCE), el sociólogo estadounidense Oscar Lewis, planteaba en los años 60 una descripción de la marginación a partir de la mirada de cinco familias habitantes de la Ciudad de México y en función de ellas contaba sus esperanzas y costumbres arraigadas en la precariedad,

Felipe Cazals diseccionó la miseria en películas fundamentales para entender el fracaso integral de un país que aún se revuelve en la postración de sus múltiples incapacidades morales y éticas

Algunos cineastas, a través de sus obras, se nos convierten a veces en modernos Virgilios que nos guían por diversos infiernos y purgatorios en donde casi nunca veremos paraíso alguno. Felipe Cazals fue una especie de Virgilio, porque sus películas, a quien esto escribe, le parecieron siempre eso: una guía infernal con sus círculos bien definidos que nos mostraban los pedazos putrefactos de la corrupción, del fanatismo religioso, del averno carcelario, de la pobreza depravada si es que esta expresión se me hace válida aún en su evidente redundancia.

En Canoa (1975), el director mexicano nos lleva a través del fanatismo religioso en donde cinco jóvenes trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla, viajan al pueblo de San Miguel Canoa para escalar el volcán La Malinche. El infierno penetrará sus cuerpos cuando los habitantes del lugar los confundan con partidarios comunistas y sean linchados por los lugareños azuzados por el párroco de Canoa.

La profunda ceguera de la ignorancia, la evidente muestra medieval de una violencia irracional por parte de un catolicismo mal entendido, que arenga a la destrucción de unos muchachos que no entienden de dónde viene el diablo y por qué la sentencia condenatoria, a partir de un juicio sumario ejecutado por un jurado enloquecido, representado en la voz de un inquisidor anclado en las viejas épocas del terror religioso: ¡Cristianismo sí, comunismo no!, ¡Cristianismo sí, comunismo no!, ¡Cristianismo sí, comunismo no!

En 1976, Felipe Cazals nos guía nuevamente de la mano a otro círculo del infierno: Las Poquianchis. Tres hermanas que tejen y mantienen una red de prostitución que llevará cierto día de los años 60 del siglo pasado, al descubrimiento de una fosa con mujeres muertas y la revelación de las atrocidades de estas hermanas. Es el anuncio de los años venideros.

Cazals le muestra a Dante el futuro: el país de las fosas clandestinas, la aberración de la inexistente justicia, el asesinato de mujeres y su explotación, la impunidad promovida por las instituciones que debieran velar por el bienestar social

Las Poquianchis, en lo grotesco del sobrenombre, dimensionan ya desde entonces el infierno esperado.

En el prólogo del libro de Iñaki Rivera Beiras, Cárcel y derechos humanos, Robert Bergalli definía la prisión como “el ámbito de obscenidad y de corrupción de la substancia humana (de presos y vigilantes). Al analizar el papel que cumple la cárcel como última instancia del control ´duro´, no puede menos que relacionársele con los innumerables sucesos que habitualmente ilustran las crónicas periodísticas: suicidios, motines, agresiones, torturas, ingreso y tráfico de drogas en su interior, abusos sexuales, transmisión de seropositividad, etc.”.

La anterior sentencia sobre lo que representan las prisiones, es la manifestación de otro de los círculos del infierno que Felipe Cazals nos mostró el mismo año que nos invitó a viajar a San Miguel Canoa: el director mexicano nos sumergió en El apando.

Basado en el libro del mismo título del escritor José Revueltas, Cazals nos presenta a Albino y Polonio, dos reclusos del Palacio de Lecumberri que convencen a El Carajo para que sea su madre la que introduzca droga al penal.

Descubiertos en sus planes, los tres reos serán conducidos al apando, la celda de castigo que representará la podredumbre de las cárceles descrita líneas arriba, la prisión como excrecencia de otro de los fracasos monumentales de las instituciones que, incapaces de dominar los centros de reclusión, revelan así la debilidad y la falla total de un Estado.

Diez años después de Canoa y El apando, nuestro Virgilio y guía del infierno, nos lleva a conocer Los motivos de Luz. Una mujer es encarcelada acusada de matar a sus cuatro hijos y a partir de ese hecho, la sombra del filósofo Jean -Jacques Rousseau se aposenta en la memoria para recordar su máxima: “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”.

El ser humano nace sin estructuras morales, es diáfano y puro al nacer, es la sociedad la que lacera poco a poco sus comportamientos, sus conductas y formas de interpretar el mundo

¿Cuáles son los motivos de Luz para matar a sus hijos? ¿Cuál es la narrativa de su vida y dónde exactamente se rompió? ¿Es Luz realmente culpable?

Los motivos de Luz escarban entonces en ese torbellino de dudas razonables que dictan siempre una causa y un efecto para generar un acto atroz como matar a los propios hijos.

Este fue entonces el Felipe Cazals con el ropaje del moderno Virgilio y sus Dantes llevados por los diversos círculos del infierno. Cazals también apelaría al futuro y sus premoniciones cuando filmó El año de la peste en 1978, escudriño en la sospecha de homicidio cuando la activista por los derechos humanos, Digna Ochoa, fue encontrada muerta en su departamento y las autoridades concluyeron que su fin se debió a un evidente suicidio. Cazals entonces filmaría esas dudas con Digna… hasta el último aliento (2004).

El otro Cazals

No estoy tan seguro de afirmar que Felipe Cazals fue un director camaleónico en su narrativa fílmica porque si bien se dio tiempo para incursionar en cintas de corte histórico como Kino: la leyenda del padre negro (1993) o Ciudadano Buelna (2003), incluso en cintas tan disímbolas a su sello como Rigo es amor (1980) o El gran triunfo (1981), ambas en donde el protagonista es el famoso cantante grupero Rigo Tovar. Aquí el mítico artista es recordado sobre todo por hacer esa descripción puntual de la tragedia mexicana, por escarbar de manera dolorosa en las heridas abiertas de una sociedad mexicana estupefacta que no logra encontrar el rumbo y el sentido a su existencia.

El recientemente fallecido cineasta mexicano fue, ante todo, ese protagonista y contador de una antropología de la miseria social de México.

Descanse en paz el Maestro Cazals.

  • Ilustración: Especial