“Ya la fuente se secó, el canario ya murió,

pero aquí no hay novedad”.

(Los Cadetes de Linares)

No hay novedad es una vieja canción del dueto mexicano de música norteña, Los Cadetes de Linares, la clásica pieza cuenta la historia de un hombre aparentemente abandonado por su mujer y en una de las estrofas, el dueto entona conmovido: “quisiera que me hicieras mucha falta y gritarte que regreses, pero aquí no hay novedad. No, no te preocupes por mí, aquí todo sigue igual, como cuando estabas tú“.

Dicha obra musical cruza la historia de El norte sobre el vacío (2022), la nueva película de la extraordinaria cineasta mexicana, Alejandra Márquez Abella y la canción muestra, sobre todo, ese estoicismo masculino que obliga al género a soportar el dolor de manera solitaria para no dejar entrever que las desgracias también tocan y de manera trágica a todos los hombres por más que la resistencia emocional, se nos haya dicho, es patrimonio exclusivo del macho y sus circunstancias.

¿Pero de qué va entonces El norte sobre el vacío? Aparentemente la nueva cinta de Márquez Abella plantea únicamente la violencia del narcotráfico que, en esta historia, se ensaña ahora en la persona de Don Reynaldo (Gerardo Trejoluna) un ganadero, cazador, y su familia

Un grupo criminal del norte de México le exige a Don Reynaldo una cierta cantidad de dinero para dejar en paz a su familia y sus tierras, pero Márquez Abella ha querido mostrar en esta historia algo más que la insultante normalidad de la violencia provocada por la delincuencia organizada.

La directora mexicana hace una revisión de la masculinidad y el pesado espectro cultural del patriarcado que dicta la necesidad de que el hombre sea valiente, arrojado y, además, el protector único de su familia, su tierra y el honor del clan. Solo él porque el sector femenino no tiene más protagonismo que el de fungir con el rol de ser protegido.

Si únicamente se quiere ver la historia de la violencia implacable del narcotráfico en la cinta de Márquez Abella, está bien, pero la joven directora plantea desde su cámara, esa invitación a ver más allá del calvario criminal al que se somete a una comunidad, una familia o una persona en específico.

La cineasta mexicana dispara varias escenas en donde la testosterona invade la pantalla desde la visión eminentemente masculina: en una de ellas, durante la celebración de una fiesta luego de una competencia de caza, Don Reynaldo, rodeado de sus amigos y empleados, narra aquella ocasión cuando un presunto extorsionador le exigía dinero para dejarlo en paz so pena de “cortarle las pelotas“. Ufano, Don Reynaldo dice que resolvió el problema cuando le dijo al delincuente que para tal misión Iba a necesitar “un pinche machetón“. Los invitados ríen ante tal muestra de hombría y espontanea valentía del patrón.

En otra secuencia de omnipresencia viril, los hombres se ocupan de las faenas rudas del lugar y las mujeres, esposa, hijas y Rosa, la empleada milusos de Don Reynaldo, llenan la cocina para preparar los manjares que habrán de ser disfrutados por el clan para celebrar el aniversario del rancho, lugar fundado por el padre de Reynaldo previa caza de un puma que le indicó hacia el futuro, que ahí, en ese lugar, habría de levantarse el dominio de una familia peculiar destinada a respetar el legado de un verdadero macho alfa.

Ya en entrevista para el portal 24 Horas, Alejandra Márquez Abella declaró “que esta era una historia común en México y, por otro  lado muy clásica y repetida del género Western, que a fin de cuentas ayudó mucho a construir la masculinidad moderna, así que me llamó mucho la atención dentro de la anécdota y la historia el personaje del ranchero, que ante las amenazas se ve forzado a defender lo que cree que es su territorio, y cómo esta obsesión con la idea de ser heroico y valiente termina siendo la verdadera trampa mortal“.

Márquez Abella cuestiona también la propiedad de la tierra no desde la perspectiva legal sino desde un punto de vista más antropológico, social e incluso filosófico. ¿De quién es verdaderamente una tierra? Se pregunta la cineasta y otra vez la maestría con la que maneja la cámara, dispara imágenes de la fauna que rodea el rancho de la familia en cuestión.

Esos animales estaban ahí antes de la fundación del rancho y estarán ahí cuando la familia ya no esté más. Una vieja tortuga, sapos, insectos y demás seres vivos que reclaman como suyo un espacio que ya habitaban antes de que el ser humano fuera humano y seguirá siendo de ellos cuando el hombre se haya extinguido.

¿Hasta dónde entonces vale la pena incitar a la violencia desde la violencia y pergeñar señales de una valentía inútil para defender la posición de un pedazo de tierra? Una tierra que se infectará de sangre cuando el instinto más salvaje de lo humano haya salido a flote y establezca una marca de territorio y propiedad desde la más atroz muestra de la manifestación de poder.

El Job bíblico

El título que da nombre a la cinta, es un pasaje bíblico de un versículo del libro de Job: “Él extiende el norte sobre el vacío y cuelga la tierra sobre la nada“. Alejandra Márquez Abella, por supuesto, se da tiempo también para retratar a ese norte bronco del México violento y de espiral sangrienta. Ese norte caluroso como el infierno a merced del poder narcotraficante y organizado, el norte próspero, pero también atribulado por una nube oscura, tan oscura que lo revela como una de las zonas más violentas del planeta, aunque otras geografías del país empiecen a reclamarle el deshonroso puesto de ser un espacio sobre el vacío.

Márquez Abella no se revela didacta evidente y radical del feminismo o del machismo nacional, ni de la violencia galopante, por el contrario, invita a ver más allá y pone a nuestra disposición su cámara y la fotografía de Claudia Becerril Bulos para que sea el propio espectador el que descifre las diversas lecturas que El norte sobre el vacío expone en esta historia que reconfirma a la directora como una realidad plena de calidad en el escenario de la cinematografía mexicana luego de sus dos anteriores obras: Semana Santa (2015) y Las niñas bien (2018)

Don Alejo Garza Tamez

Tamaulipas 2010. Un hombre defiende su rancho de un grupo criminal que desea quitárselo y en esa misión imposible, pierde la vida.

En ese hecho lamentable y real es que Alejandra Márquez Abella se inspira para contar El norte sobre el vacío, pero también, la joven cineasta entiende que la realidad está construida de matices diversos y lecturas varias para entender el mundo que habitamos.

Márquez no interpreta esa realidad desde las ópticas simples de ciertos análisis que intentan explicar el mundo a partir de una mera capa superficial. No, Márquez Abella es capaz de encontrar esos caminos laberínticos para enfrentarlos, proponerlos y reflexionarlos sin azotar la masculinidad con látigos feroces, pero tampoco enarbola lecciones feministas para ser aprendidas de memoria.

El norte sobre el vacío, es, sobre todo, un dechado de virtudes narrativas que abordan lo masculino, lo femenino, la violencia y el territorio desde una óptica artística que, a partir de imágenes contundentes, diálogos sencillos y actitudes dispares ante la vida, nos dan en qué pensar y de ninguna manera nos dicen cómo pensar.

  • Fotograma: El norte sobre el vacío