Un escueto correo electrónico pasó los filtros de mi bandeja de entrada y se instaló en los correos regulares. El encabezado decía: “Aspirante de escritor profesional”.
No me llamó tanto la atención porque de entrada imaginé que era uno de esos cursos para escritores principiantes que se ofrecen como caramelos de colores. Lo dejé pasar por un momento, pero, “el aspirante” es incómodo, una palabra igual a promesa sin cumplir; tímida e insegura; aunque todo parecía esconder una historia exótica, así que el morbo hizo lo suyo: me enganchó a leer de un jalón el resto del mensaje.
Abrí el correo y en tres grandes líneas el remitente explicaba que un buen amigo en común supo que el “aspirante” (remitente) estaba desesperado porque había decidido ser escritor y “nada le emocionaba más que eso”. Mi amigo le pasó mi contacto y dijo que yo le ayudaría a “saber” dónde ir o qué hacer.
En un primer tanteo estiré mis neuronas para responder las grandes incógnitas del escritor de una patada
Esas preguntas que de joven te formula una vez que encuentras en las palabras un medio de comunicación efectivo o un veneno de gran calibre. Saber a dónde ir o qué hacer en medio de un páramo desolado como es la literatura en Guanajuato es una gran incógnita. Desesperación pura, en pequeños frascos que te venden sin receta. Sin embargo, el Aspirante estaba rasgando una costra del escritor joven (y de todos los que fuimos jóvenes), para hacerla sangrar.
El primer consejo que se paseó por la orilla de mi teclado fue: Escribe. El aspirante no tiene otra fórmula, ni otro pensamiento. Está domeñado por encontrar una voz, una técnica, por hacerle el amor al lenguaje, por fornicar con el idioma y por transfigurar la realidad. No existen los atajos, ni el buen samaritano que te halla en el desierto de las letras y nomás con una buena idea que tengas en el word, te llevará a una noche de gala en el paseo de los famosos.
No hay más: escribe como una disciplina militar, ejercítate como un corredor de fondo, porque esta carrera es larga y los músculos duelen, y te cansas y te falta el aire y no hay renuncias sobre el escritorio; de lo contrario serás un mediocre de tiempo completo condenado a reprocharte día a día que no lo lograste.
Escribe como un maldito loco que deja fluir el néctar de su alma sobre la pantalla del ordenador o con tinta sobre el papel. Escribe a pesar de tu tiempo libre. Venera tu momento creativo. La hora de escribir, es para escribir. No retrases la hora, no cambies el día, no dejes para después el logro de tu sueño. No hay mañana para el mundo que estás creando. Tiene su vida, su sangre y puede morir de inanición. Respeta esa oración, respeta ese verbo, respeta lo que escribes porque la maldición del escritor es que las palabras no se las lleva el viento, son la impronta de una existencia, la tuya.
El escritor sostiene con orgullo lo escrito y corrige con humildad. Escribe con coraje, con valentía
Esto no es para cobardes. Anda y ponte a escribir la última pelea en el salón de clases, el último trago de tequila, ese rechazo amoroso, la infamia de las despedidas; el mundo está lleno de historias. Anda y ponte a escribir; dice Ray Bradbury:“Thomas Wolfe se tragó el mundo y vomitó lava. Dickens comió cada hora de su vida en una mesa diferente. Moliere, para degustar la sociedad, empuñó un escalpelo, como hicieron Pope y Shaw. Adonde se mire en el cosmos literario, todos los grandes están atareados en amar y odiar.”
La escritura es vida y se aprende de la vida. Esa existencia incómoda. Esa vida que no queremos pero podemos cambiar en la ficción. Ese deseo de trascendencia. Umberto Eco quiso matar a un monje y escribió la novela El nombre de la rosa. Nunca recomendaré estudiar una licenciatura en algo que tenga que ver con la creación literaria. No sé siquiera si exista algo así. Confío en la pasión que mueve a la escritura. Al acercamiento autodidacta a los grandes escritores, a las vidas de los grandes creadores; leer, esa sencilla palabra. Leer libros y leer el mundo.
Sé también, que un arquitecto no solo por visitar catedrales podrá erigir alguna. Stephen King es más rudo al respecto;“ Si tuviera un centavo por cada persona que me ha dicho que quiere ser escritor pero que «no tiene tiempo de leer», podría pagarme la comida en un restaurante bueno ¿Me dejas que te sea franco? Si no tienes tiempo de leer es que tampoco tienes tiempo (ni herramientas) para escribir. Así de sencillo.”
Entonces reculé en ese pensamiento acerca de escribir antes de enviar mi correo
El Aspirante me solicitaba un consejo y con mi respuesta corría el riesgo de espantarlo hasta el grado de quizá, perder a una joya de la literatura de por acá. Cosas de los talleres literarios a los que asistí, que fueron tres. El Aspirante frente a la crítica tiende a doblarse al primer gancho al hígado. Amaneramientos clásicos de los aspirantes a escritor. Creen que el texto es suyo y compartirlo es un lujo para el lector.
Dejé de lado todo lo anterior y le pregunté: ¿qué género escribes?, ¿quieres aprender o publicar? Por supuesto que era una cuestión muy tramposa. Por lo que vi venir sin ganas (como un cliché) la respuesta.
El correo electrónico volvió pasada media hora.
–“Narrativa y mi interés sería publicar”– escribió el Aspirante a escritor profesional.
Decidí que no estaba en mis manos juzgarlo.
Cualquiera puede publicar. Pocos saben escribir.
En el fondo quería escuchar otra respuesta. Me ahorré las palabras al borde del ordenador que le iba a decir: publicar no significa ser escritor.
Pues eso.
Entonces ¿Qué significa?
Ya nos leeremos en la próxima entrega…