Algo que no era pensado para menores tatuó en la memoria de millones de niños y adultos parodias de vida en una vecindad. Hambriento pero simpático. Golpeado y lento, pero querido y tierno

Es 1987. En un arcaico foro de la televisión, dos entrevistadores argentinos reciben a Chespirito. ‘La Noticia Rebelde’, el programa. Impregnado de olor a cigarros Delicados (tabaco oscuro mexicano) resiste y medio esquiva un par de minutos de humor porteño.

Cerca del tercer minuto de entrevista, Roberto Gómez Bolaños declara que no escribe para niños.

– “Lo ven niños, pero no lo hago dirigido a ellos”-.

El argentino replica socarrón, ágil:

– “Ah, entonces es un fracaso para adultos”-.

Cuando aquella entrevista ocurrió en Buenos Aires, su programa, Chespirito, tenía siete años al aire en su segundo intento. El primero fue de 1970 a 1973.

Los mexicanos de los ochenta serían la primera audiencia en tatuarse en la memoria los guiones de humor simplón, de pastelazo estilo cine mudo que se coló también y con mucha mayor potencia en las audiencias de América Latina (ver Chavo Monumental, una escultura en Cali, Colombia).

Ruleta Rusa

Algo que no era pensado para menores, lograba taladrar en millones de niños y adultos parodias de vida en una vecindad, en donde un huérfano, que presentaba algunas deficiencias cognitivas y motrices, vivía sistemáticamente humillado, y casi de forma providencial, contento.

Hambriento pero simpático. Golpeado y lento, pero querido y tierno. En la misma entrevista, Gómez Bolaños habla de dinero.

– “Gané lo suficiente. Menos de lo que la gran mayoría piensa y mucho más de lo que llegué a pensar en tener. No me moriré de hambre ya nunca”.

Era 1987 y viviría 26 años más.

Lo dice con el gesto lleno de convencimiento. Como si supiera desde entonces que generaría mil 700 millones de dólares a Televisa, dueña absoluta del ‘legado’ del comediante en 24 años de transmisión, según Forbes. La conversión a ‘tortas de jamón’ es inimaginable.

A Guatemala entró por Canal 13, como a Chile a través de la Televisión Nacional o a Colombia por Granandina de Televisión y por una decena de canales más que aún lo transmiten. En Brasil, sigue al aire en SBT.

(“El programa número uno de la televisión humorística”, decía una voz antigua en la cortinilla de entrada del programa, preludio del tema de Jean-Jacques Perrey, The Elephant Never Forgets, una adaptación de la Marcha Turca de Beethoven que sonaba como resortes delirantes rebotando y por el cual Televisa pagó derechos hasta 2010 tras un acuerdo con el compositor).

Pero El Chavo, Chespirito, Chapulín Colorado y compañía nacieron en México, en Televisa, donde la televisión tomó otra dimensión y marcó, o escribió el guion, de la narrativa del mexicano. Donde la orden directa era hacer “televisión para jodidos”, como se refería Emilio ‘El Tigre’ Azcárraga a sus audiencias.

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Antes de tomar un vuelo desde un punto de América Latina hacia México, los policías del aeropuerto me dicen un par de cosas de Chespirito. Mencionan dos frases fundidas en el colectivo continental: “que no panda el cúnico”, y “sin querer queriendo”.

Me río en falso y muevo el dedo diciendo “sí” como El Chavo. Evito el “eso, eso, eso”.

Haría cualquier cosa por saltar el protocolo de sacarlo todo de la mochila y tratar de que quede igual. Hacer la broma lenta del Chavito ahora era de utilidad. Sonrieron. Abordé.

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¿Cómo logró Gómez Bolaños escribir el guion del continente?

Algunos dirán que fue un genio,  incluso en México, en donde su éxito no tuvo las dimensiones que en otros países. Los detractores plantearán que cualquier cosa habría alcanzado la fama ‘a fuerza de repetición’, con la potencia de la televisora más grande de América replicando cualquier mensaje. Argumentarán, como ejemplo ilustrativo, que esa misma televisora hizo ganar a un presidente de la República.

Chespirito murió el 28 de noviembre de 2014 y está enterrado en el Panteón Francés en la Ciudad de México. Él fue parte de la telehistoria mexicana. La que alguien decide “sin querer queriendo”.

Al final, en efecto, los adultos eran el objetivo. Los niños no son rival en la pelea por el control remoto.