A veces todo se reduce a un espacio fundamental. Quizá por ello el gran poeta Kavafis amaba el lugar donde habitaba en Alejandría, en su etapa madura. Lo tenía todo ahí. Era un símbolo de su vida. Como lo es el Teatro Juárez para quienes aman el arte y la cultura.
En la curva de la calle de Sopeña, la que divide el espacio donde casi se amontonan la Dama de las Camelias, el Museo Iconográfico del Quijote y el templo de San Francisco, del otro espacio donde casi se amontonan el Teatro Juárez, el Jardín Unión y el Templo de San Diego, ya se anuncia una premonición. Ezequiel Ojeda, un tenor lírico callejero canta una aria de ópera atrapando la atención de transeúntes locales y extranjeros.
Tras la curva, donde está el callejón que sube al Pípila, en la esquina de la Casa de Moneda, a un lado el Teatro Juárez se alza imponente y orgulloso, desde hace 120 años, con una ecléctica elegancia, muy guanajuatense, barroca y revuelta de mundo porque aquí convergen ríos de gente que proviene de países tan distantes y misteriosos.
Quizá por ello María Luisa ‘La China’ Mendoza, escritora, periodista, política y polemista, fue una privilegiada al tener fuera, frente al balcón de su casa, hoy convertida en el fastuoso restaurante Casa Valadez, el rostro de las musas suspendidas en las alturas del Teatro Juárez.
“La primera luz mayor encandiló la portada del Teatro Juárez. 27 de octubre de 1903. El mejor coliseo de toda la América Latina y superior al más hermoso de Buenos Aires, siguen declarando las crónicas. Describirlo es una locura, de esas que nos distinguen a los guanajuatenses y nos dan lustre y singularidad. Intentar el itinerario de las palabras, las calificaciones y los nombres que aclaran la arquitectura, es el más afiebrado viaje al surrealismo y al encanto guanajuatense”, escribió La China Mendoza a propósito del libro Teatro Juárez. 75 Aniversario -publicado por Ediciones del Gobierno del Estado de Guanajuato el 21 de Octubre de 1978-, el primero para conmemorar la primera remodelación imporante del Teatro Juárez en los años 70.
El viernes 6 de octubre a las seis de la tarde están afuera del Teatro Juárez congregadas decenas de personas que se irán multiplicando para ingresar a la función especial del día. Se celebra la remodelación más importante en la historia del teatro y para el festejo se hará una contemporánea versión de concierto de la ópera Aída, de Giuseppe Verdi; la misma con la que en 1903 se abrió por primera vez el telón del teatro.
Grosso modo en la remodelación del Teatro Juárez se consideró un elevador, nueva taquilla y palcos habilitados para personas en silla de ruedas, varas motorizadas y modernización de sistema de iluminación con luces LED, remodelación de camerinos y creación de una sala de calentamiento y ensayos, se reorganizaron los espacios de trabajo y almacenaje en el foro, así como la reubicación y remodelación de oficinas administrativas, nuevos sistemas de voz y datos; y un moderno sistema que no utiliza agua sino gases para neutralizar el fuego.
La versión oficial es que 220 personas trabajaron durante 556 días o el equivalente a 19 meses, que se usó una técnica de restauración arquitectónicamente novedosa para garantizar que las cuarteaduras del recinto -algunas que ya permitían ver la calle- no representen más peligro. Entre otros detalles técnicos.
Hoy no sólo están guanajuatenes, sino extranjeros, no sólo hay adultos, sino también jóvenes y niños, gente de la comunidad LGBTI, gente que está en gayola y en los palcos de honor o abarrotando las lunetas, hoy no hay gente sólo poderosa y acaudalada, también hay gente sencilla, hoy no todos visten de frac o elegantes vestidos y joyas, también hay quienes van con tenis o mezclilla, con todas las libertades que se ejercen en la segunda década del siglo XXI.
El telón de boca, el mismo que un día Isidro Chilo Guerrero, quien fue administrador del Teatro Juárez durante años, asegura que descubrió arrumbado en una bodega llena de triques, y se preguntó qué hacía ahí esa hermosa tela pintada al óleo; después se supo que la pintó un francés del que sólo se tiene el apellido Labasta, y del que se dice en todas las reseñas que fue decorador y escenógrafo de la Ópera Cómica de París.
Manuel Leal hace que los motivos del telón de boca y el escenario del Teatro Juárez adquieran literalmente vida para engalanar los exquisitos programas de mano para honrar la reapertura.
El telon de boca es originalmente una escena del puerto de Constantinopla -hoy Estambul-, en la boca del mar Bósforo. Que en la pintura de Leal se traslada a una escena en el interior de un palacio con motivos otomanos y protagonistas al estilo de las Mil y una noches.
Jesús Cárdenas registra el momento de la reapertura en su muro de Facebook. El maestro de la nueva cocina guanajuatense se toma una selfie con el telón de boca de fondo. Cómo no va a sentirse orgulloso de ser guanajuatense quien ha elevado la cocina de por acá a la categoría de arte.
Adriana Camarena de Obeso, directora general del Instituto de Cultura del Estado (IEC), ha tenido un papel importante en esta remodelación. Algo que le ha sido reconocido públicamente por el gobernador Diego Sinhue Rodríguez Vallejo y Mariana Aymerich Ordóñez, directora del Festival Internacional Cervantino (FIC) y y Circuitos Culturales.
En medio de las obras de remodelación recuerdo una charla con Mariana Aymerich, sentada en una butaca mientras el ruido de taladros y trabajadores entre el polvo son telón de fondo, porque igual que hoy que usa modernos botines y un vestido de color gris plata, se emociona al recordar su relación con el palacio donde -dijo Adriana Camarena en su mensaje- para entrar no se necesita un título nobiliario. Su recuerdo más preciado en ese espacio, en una de esas butacas como en la que está ahora sentada, es el de una noche en que una función de danza contemporánea de China le conmovió hasta derramar lágrimas.
En las microhistorias también está la de un chico de La Garita, un barrio popular y curtidor en la ciudad de León, quien un día salió de gira a las calles durante una edición del Cervantino con el grupo Odisea Teatro, de Leopoldo Ibarra, y al ver el Teatro Juárez deseó un día presentarse ahí y triunfar. Algo que lograría muchos años luego, aunque no como actor sino como Gobernador de Guanajuato.
Un día el incendio de la catedral de Notre Dame, en París, le impactó a Diego Sinhue Rodríguez Vallejo; y al día siguiente visitó el Teatro Juárez sin aviso a nadie,y se enteró de muchos problemas. Decidió entonces que habría que invertir en una gran remodelación y la seguridad del Teatro Juárez para seguirlo preservando y devolverle su esplendor. Y así lo hizo.
Para festejar la reapertura del teatro y el preludio al FIC y a los 120 años del recinto -el 27 de octubre- que ha sido el escenario para la ópera, la música, el teatro, la danza, el cine, e incluso la poesía -Carlos Pellicer dio un recital en el II FIC, por ejemplo-, la producción ha sido sencilla, pero efectiva y de altísima calidad.
Al levantarse el telón de boca, aparecen la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG) y el Coro del Teatro del Bicentenario que se entrelazarán con las voces de la soprano María Katzarava (Aída), de la mezzosoprano Rosa Muñoz (Ammenis) y el tenor Octavio Rivas (Radamés).
La historia de Aída se puede resumir en dos amantes que lucharán por su amor hasta estar juntos para siempre. Ella es una princesa etíope vuelta esclava en Egipto. Se enamorará de Ramadés, un general egipcio del que a su vez está enamorada Ammenis, la hija del faraón, en mitad de una guerra entre Etiopia y Egipto. En esta obra las pasiones humanas se manifiestan desbordadas, aunque al final triunfa el amor de Aída y Radamés.
María Katzarava (Aída), con un vestido-túnica blanco, tiara y delicada pulsera -ambos con cristales Swarovski- reluce como sus joyas: diamantada y etérea, con un delicado canto de aves en la voz.
La mezzosoprano Rosa Muñoz (Ammenis), antagonista de Aída en la obra, expresa su carácter lo mismo que su vestido de seda satinada color azul de Prusia y joyas que resplandecen como ópalos de fuego, lo mismo que su voz, mientras canta herida de amor o enfurecida por no ser correspondida.
El tenor Octavio Rivas (Radamés), vestido con smoking, arranca también aplausos por su dramatización y el poder de voz que resuena en el teatro y conmueve al auditorio cuando canta su amor absoluto por Aída.
Apenas un telón de fondo con motivos de jeroglíficos en rojo y negro, y una sencilla ‘concha’ de madera para amplificar la sonoridad, son la escenografía. No hace falta más cuando el talento y la alta calidad es evidente. Y eso lo manifiestaon la OSUG, bajo la batuta de Roberto Beltrán Zavala, el Coro del Teatro del Bicentenario, bajo la dirección de Jaime Castro Pineda, y los tres cantantes de ópera, todos quienes al final lograron como respuesta del público -muchos de pie- cuatro minutos y medio de intensos aplausos.
En vísperas de cumplir sus primeros 120 años de historia uno de los sitios más emblemáticos para la cultura y el arte en el mundo, que alguna vez fue desde salón de bailes, circo, espacio de box y lucha libre y hasta cine, se alza triunfal como el protagonista principal en la gala.
Al salir de la función el viento del otoño acaricia el rostro de los asistentes que salen satisfechos, algunos aún arrobados, mientras la noche ya ha envuelto a la ciudad donde el Teatro Juárez, la joya de Guanajuato, vuelve a brillar en todo su esplendor.
- Fotos: Diego Sinhue Rodríguez Vallejo/Gobierno del Estado/Especial