Cada que se me ha ocurrido citar a Slavoj Žižek alguien, de manera amable o petulante, tiene el tino de corregir la manera tosca en que pronuncio el apellido de este filósofo ‘superstar’ (así referido por Guy Mannes-Abbott en el diario inglés ‘The Observer’).

-qué desesperación que se pase agarrando la nariz, y limpiándose mocos… ugh
-si fueras a su ritmo intelectual ni lo notarias o no le darías relevancia
 -no seas pesado sólo está bromeando
Trascripción de algunos comentarios en YouTube

I

Ojalá que no llegue Slavoj Žižek a la carne asada

Y también, cada que sale este esloveno en las charlas de café con mis conocidos, todo se desborda, la mesura, aparte de estorbar, se considera un instrumento ideológico del que habría que avergonzarse. ¿Será que, como afirmó Adam Kirsch en 2009 en la revista New Republic, Žižek es: the most dangerous philosopher in the West (el filósofo más peligroso de occidente)? ¿O quizá sólo sea, como afirman otros (y son legión), uno de esos personajes mediáticos, propenso al despilfarro de frases arbitrarias y especialista en la retórica del revolucionario charlatán, que impone el mercado editorial? Creo que sólo sus detractores más salvajes suscribirían una respuesta afirmativa de la última pregunta.

Algunos de sus entusiastas, considerando lo prolífico de su obra, en 2007 fundaron en Reino Unido el Centre for Ideology Critique and Žižek Studies, el cual publica anualmente la revista International Journal of Žižek Studies, concentrada en la nada fácil tarea de investigar, aclarar y difundir colaborativamente el trabajo del esloveno, el cual considera que para cambiar la matriz del capitalismo global es esencial comprender tanto la economía política como la atracción por las formas de explotación y dominación.

Ahora que leo este apunte, agradezco que las acaloradas charlas donde el nombre de Slavoj Žižek se deja escuchar, sucedan en torno a una mesa de cafetería; no me atrevería a referirlo en un sábado de carne asada, donde los objetos punzocortantes terminarían siendo un argumento, literalmente sólido, para acallar discrepancias

 

II

Una píldora espesa de Slavoj Žižek

Creo que uno de los libros más importantes de Slavoj Žižek es El sublime objeto de la ideología (The Sublime Object of Ideology, 1989), que prácticamente desempolva y revitaliza el concepto de ideología, al que ya muchos habían considerado fuera de moda. No es extraño que dicho concepto esté casi ausente de obras calificadas como posmodernas. Aparte, este libro da a Žižek, a ese exótico europeo meridional, el prestigio de inusual filósofo híper-capacitado y mediático que no cesa de escrutar a los amparados en el capitalismo, es decir, a los occidentales.

El sublime objeto de la ideología es producto de una detallada lectura de la teoría marxista tradicional, con la cual desarrollará una novedosa concepción de la ideología, deudora del lenguaje y de los conceptos lacanianos y del idealismo alemán. Con esta obra Žižek se propone la edificación de una teoría crítica de las ideologías contemporáneas para poner en crisis al capitalismo.

Si los esfuerzos de Lacan se concentraron en tematizar y analizar la psique individual, Žižek hará lo propio para dar cuenta de lo social; su objeto de estudio será el sujeto colectivo. Žižek concibe la realidad social como una yuxtaposición del registro imaginario y el registro simbólico sobre-determinada por lo Real (que en Lacan es la realidad psíquica). La sociedad es del orden de lo Simbólico, sus fantasías la paralizan ante lo Real del trauma (el antagonismo reprimido que la sobre-determina), que es básicamente, la lucha de clases.

Žižek traza en El sublime objeto de la ideología tres objetivos (que aleatoriamente pueden ser rastreados en sus otras obras):

  1. Demostrar que los conceptos fundamentales del psicoanálisis lacaniano son parte de una teoría que era la versión contemporánea más radical de la Ilustración.

Habrá entonces que detenerse en desmentir a los que critican y tildan de oscuridad el psicoanálisis lacaniano, al igual que los que, como Derrida, lo acusan de logocentrismo, la crítica de Derrida a Lacan es un caso prodigioso de lectura errónea (La metástasis del goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad). El psicoanálisis de Lacan se orienta en la exposición de las manifestaciones que delimitan la existencia: lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real.

Comprender las más oscuras fantasías que hostigan a los sujetos de la modernidad implica un esfuerzo racional e ilustrado

El psicoanálisis lacaniano, para Žižek, no es compatible con el posestructuralismo (que reduce la verdad estructurada como una ficción a un efecto de verdad del texto) y es completamente distante de las ideologías posmodernas que denuncian a la Ilustración, así como de las filosofías relativistas que renuncian a la verdad (para que pueda ser factible someter a crítica el llamado consenso post-ideológico mediante el cual la política pasaba a ser entendida como una mera administración – postpolítica- de la realidad social).

Aún hoy los representantes de la New Age condenan a la racionalidad como pensamiento cartesiano mecanicista/discursivo del ‘cerebro izquierdo’ y las feministas la rechazan como una postura machista que reposa implícitamente en su oposición a la emotividad femenina; para los posmodernos, la racionalidad incluye la pretensión metafísica de ‘objetividad’, que elimina los mecanismos discursivos y de poder que determinan lo que cuenta como ‘racional’ y ‘objetivo’ (Visión de paralaje)

  1. Reactualizar la dialéctica hegeliana haciendo de ella una nueva lectura con base en el psicoanálisis lacaniano.

Hegel y su dialéctica, al igual que Lacan y su psicoanálisis, no resultan oscuros para Žižek, sino afines al destacar que las ideas del conocimiento absoluto y lo Real son síntesis conceptuales perturbadas internamente por una negatividad indefinible, profundamente inaprensible, inasible. El esloveno desacredita la idea de interpretar a Hegel como un pretencioso romántico que se empeñó en hacer tabula rasa las diferencias para subsumirlas a lo absoluto. La dialéctica hegeliana intenta demostrar que a toda totalidad le es inseparable una grieta interna, la que intermitentemente la alborota; y eso es lo que hace de ella un movimiento netamente ilustrado.

  1. Que los conceptos cruciales de Lacan contribuyan a la teoría de la ideología aplicándolos a temas clásicos de ésta: fetichismo de la mercancía y demás.

Žižek, recaudando el legado del psicoanálisis lacaniano y de la dialéctica hegeliana, hará frente al llamado consenso post-ideológico. La premisa posmoderna es falaz para el esloveno: la ausencia, en el individuo, de identidad socio-simbólica prefijada y demasiado cínica como para creer en la ideología que se desprende del capitalismo en su fase tardía, trasnacional y globalizada.

Hay que tener presente que ya en 1983 Peter Sloterdijk había conceptualizado como razón cínica o falsa conciencia ilustrada esta tesis

Para Žižek toda ideología es el falso reconocimiento de sus propios presupuestos, de sus propias condiciones efectivas, una distancia, una divergencia entre la llamada realidad social y nuestra representación distorsionada, nuestra falsa conciencia de ella. Un segmento de la crítica ideológica consistirá entonces en que esa falsa conciencia llegue a un punto en el que pueda reconocer sus propias condiciones efectivas, la realidad social que está distorsionando, y mediante este mismo acto disolverla.

Tanto Sloterdijk como Žižek coinciden en observar cómo se acoraza, en la sociedad posmoderna, el cinismo.

En dicho diagnóstico no deja de estar presente Marx. En El sublime objeto de la ideología van a la par la noción freudiana del inconsciente y el análisis marxiano del fetichismo de la mercancía, ambas abstraen “la forma”. Para el psicoanálisis trasciende más la “forma” en que se da el deseo, que su aparente significado oculto.

“Para una perspectiva marxista lo que resulta trascendente del dinero -es decir, de la forma dinero del valor- es su ‘material sublime’, aquella otra consistencia ‘indestructible e inmutable’ que persiste más allá de la corrupción del cuerpo físico”, expone el filósofo superstar esloveno.

Žižek afirma que la realidad social se encuentra guiada por una inversión fetichista, y esa realidad social no es desconocida por los sujetos, de hecho, es una fantasía (del orden de lo Simbólico) que los estructura. Por el contrario, el conocimiento (saber) es del orden de lo Real e implica el reparo en la inconsistencia radical de lo Simbólico y en las fantasías que lo recubren. Žižek no deja de observar que la internalización de la ideología nunca se logra plenamente, siempre hay un residuo, un resto, una mancha de irracionalidad traumática y sin sentido permanente… Lejos de obstaculizar la plena sumisión del sujeto al mandato ideológico, este resto indivisible deviene como la condición misma de ello.

El sostén de la ideología es una argucia que le permite no ser identificada como tal, como ideología. La premisa posmoderna del consenso post-ideológico se tambalea cuando se repara en que los sujetos siguen creyendo encarnizadamente en los sublimes objetos de la ideología: Dios, la nación, la democracia, la libertad.

Sucintamente, hay en estos objetivos un rescate de Hegel por medio de Lacan, una especie de garantía para una nueva manera de abordar la ideología, que capte fenómenos ideológicos contemporáneos (cinismo, totalitarismo, el frágil estatus de la democracia), y que de paso eluda cualquier tipo de  trampas posmodernas (como la ilusión de que vivimos en una condición post-ideológica).

Quizá convenga cerrar este espeso apunte con lo siguiente: a la fecha, la ideología no va a ofrecernos un punto de fuga de nuestra realidad, sino (en) ofrecernos la realidad social misma como una huida de algún núcleo traumático, real

La crítica de la ideología, como referente extra-ideológico, autoriza la denuncia del contenido de nuestra experiencia inmediata como ideológica para así poner en crisis las creencias e interpretar los síntomas, para  dar lugar a un saber no ideológico de los sublimes objetos de la ideología. La ilusión inconsciente que se pasa por alto… es fantasía ideológica.

 

III

Slavoj Žižek, el barba

La frenología, hoy considerada una ciencia errática (ya Hegel en su tiempo la había destrozado en su Fenomenología del espíritu), ha mutado actualmente, de alguna manera, en la denominada morfo-psicología, que sostiene como premisa: la cara y la cabeza dicen algo sobre nuestra personalidad y nuestras capacidades presentes y futuras.

De la frenología Hegel decía que sólo es verdadera mientras el que crea en sus prodigios no la ponga en duda, de la segunda podemos afirmar lo mismo. De hecho, no se corrompe el nombre de Hegel si lo asociamos como agente abortivo, no totalmente efectivo, de la morfo-psicología. Nació ésta, digámoslo así, chueca, malformada, ajena a la precisión pero embobada con la egolatría. Sin embargo, cabe leer el rostro de una persona, con la debida prudencia, como imagen, representación e ícono.

El excesivo maquillaje bien puede decirnos de una persona que es vulgar, o que trabaja como payaso, o que es actor. Las gafas en el rostro nos remiten a esa idea romántica del intelectual y también a la del emulo que finge serlo

¿Qué diría la cara del ícono Slavoj Žižek? Estoy seguro que un montón de opinólogos se concentrarían en sus tics para afirmar y diagnosticar la neurosis que lo aqueja, otros quizá se aventuren a entrever rastros de un farmacodependiente cada que éste se toca la nariz. Pero, quién se ha concentrado en su barba, ¿es un signo de rebeldía contra el sistema o un descuido programado con fines cosméticos, para verse bien o no tan mal? ¿Es un signo de empatía para con los neo-salvajes que protestan contra el mercado de las navajas de afeitar, o es un alegato semiológico contra los ideólogos del higienismo capitalista? Lo que parece seguro es que se la recorta cada tres días para que no le cuelgue demasiado, después de todo él es un paladín de la liberación contemporánea, no un patriarca bíblico ni un el fundador de un imperio como el barbudo Carlomagno.

Michel Maffesoli, el sociólogo francés de lo cotidiano, dice en su ensayo Barba “de tres días” (incluido en el libro Iconologías: Nuestras idolatrías postmodernas), que el usuario de ésta simboliza al falso anciano y al verdadero impartidor de lecciones: el que conoce el sentido de la vida y se obstina, contra viento y marea, en explicarlo.

Personajes como estos abundan y deambulan por cualquier ciudad. Todos conocemos a más de alguno. Y, al menos yo, siempre he querido preguntarles si hay una correlación, de utilidad, entre su barba y su adherencia a la “Izquierda caviar”. Por supuesto, esta pregunta parte de una suposición, o más bien de una transposición, como las que acostumbra el mismo Žižek, que no se fía de nada, ni de nadie, porque eso sería bajar la guardia ante la constante ideologización a la que estamos expuestos.

La ideología se pasea como Juan por su casa en la vida cotidiana, agazapada en la noción de utilidad ¿Acaso los retretes y las actitudes ante ese mueble están libres de carga ideológica? Para nada, piensa el esloveno, esos objetos (transponiendo el triángulo semiótico de la preparación de los alimentos – crudos, horneados, hervidos – de Claude Lévi-Strauss) son la expresión de diferentes actitudes existenciales: la alemana, reflejando la profundidad; la francesa, la precipitación revolucionaria; la inglesa, un pragmatismo utilitario moderado.

Para Žižek, es evidente que ninguna de estas variantes puede ser justificada en términos puramente utilitarios: una cierta percepción ideológica de cómo debe relacionarse el sujeto con el desagradable excremento que sale de nuestro cuerpo es claramente discernible (El acoso de las fantasías).

Un sistema que no escatima en ideologizar a los retretes se perfila francamente temible. Cagar entonces supone un acto de adhesión política y mercantil

Esta observación, de alguna manera, puede ser el acicate para los que aún dudaban de la necesaria tarea de la crítica ideológica. Entonces, si el retrete puede ser leído en clave Žižek; sería grosero no leer las barbas de él, y de otros tantos, como un mensaje.

Pero ¿cuál mensaje? Maffesoli, en el ensayo arriba citado, escribe: … este ‘mundo es inmundo’ y sólo cuando lo hayamos liberado de las fuerzas deletéreas que lo conducen a su perdición, podremos empezar a gozar con plenitud. Pero resulta que, en el actual estado de cosas, ese goce se revela imposible. Y eso es precisamente lo que significa la barba a media asta que enarbolan todos los nostálgicos de la sociedad perfecta ¿Será que Žižek es este tipo de nostálgicos? No me atrevo a afirmarlo.

Pero las actitudes de sus lectores, tanto especialistas como diletantes, me hacen pensar que Maffesoli no destina cuando redondea: es como si oyéramos al maniqueo que hasta hace poco era exponer, sentenciosamente, que le había sido encomendada la tarea de transformar el mundo, de reformar a la humanidad y, en suma, de guiarnos al otro mundo. Y es así como sus lejanos sucesores, al adoptar la pose del eterno adolescente, con un aspecto un tanto envejecido, claro, ya que la barba ‘de tres días’ no logra disimular todas las arrugas ni todas las papadas, siguen promulgando sus trivialidades sobre el bien y el mal, y sobre lo que debe ser el mundo.