Sergio Langarica es menudo, esbelto, de ojos expresivos, tiene aires de pardal. Su trabajo artístico, vinculado al ‘clow’ y el malabarismo sonoro, llegó entre pequeños saltos y revoloteos, con ‘Pájaros en la cabeza’, a la edición 51 del Festival Internacional Cervantino (FIC).

La barroca y antiquísima Plaza de San Roque, escenario natural de los ‘Entremeses Cervantinos’, dirigidos por Enrique Ruelas -y origen del FIC-, fue el espacio donde Langarica relató con belleza, entre luces y pequeñas jaulas colgantes, microhistorias de gozos y melancolía.

Se dice de quien tiene pájaros en la cabeza que es una personas inmadura o poco juiciosa, que continuamente piensa en absurdos o excesivas ilusiones, y eso aplica al relato sonoro-teatral ofrecido por Langarica.

La idea nace de la frase: ‘tener pájaros en la cabeza’ y la forma de mi trabajo, teatro físico, es abstraer los conceptos. Entonces, dividí: pájaros y cabeza, y fui buscando metáforas que fueran uniendo todo en mi corporalidad, convertirme en múltiples posibilidades de pájaros y la idea de la cabeza y en el encierro. Mi idea fue meter el tren de ideas en la cabeza de un pájaro que está recordando un amor que se le fue”, me ha compartido Sergio sobre el concepto de esta obra que ha ganado de varios premios teatrales en México.

Sergio Alejandro López Sánchez, mejor conocido como Sergio Langarica, es un artista escénico desde hace 17 años, procedente de la Ciudad de México lleva instalado en Guanajuato Capital desde el año 2012 y ahora es parte del Talento Guanajuato, que impulsa y apoya el Instituto de Cultura del Estado (IEC).

Ha incursionado en el Teatro Corpóreo Cómico, Cirko de Mente, co-fundó Circo-Tres-Uno, forma parte de Impulsus y ha viajado, ligero como un ave, por Estados Unidos, Europa, Sudámerica y el Caribe.  Becario del FONCA y del Estado de Guanajuato, sigue volando alto.

Pájaros en la cabeza simboliza el ensoñar cosas, la dualidad luz-sombra, vida-muerte, amor-desamor, pero sobre todo la nostalgia por el amor perdido que aún se espera recuperar

Escena de la obra ‘Pájaros en la cabeza’, escrita y representada por Sergio Langarica, durante la edición 51 del Festival Internacional Cervantino (FIC).

Sobre una tarima negra, con perchas-lámparas para colgar jaulas de pájaros, las metáforas de Langarica -simbolizando la luz como la conciencia que nos despierta el recuerdo o nos empuja a realizar alguna locura- conmueven, son fugaces destellos del tren del pensamiento, soliloquios -algunos metafísicos-, microrelatos lúdicos o nostálgicos.

Pequeñas piezas de orfebrería sonoro-visual donde hay mínimas palabras y muchos gorjeos. El movimiento del cuerpo, la expresión del rostro, los símbolos de las jaulas, diminutas pelotas, luz o sombras, son la vía para comunicar lo que ocurre.

La atmósfera que envuelve los pensamientos y emociones – en la cabeza del pájaro o la del humano- , creada por el talento de Paul León, oscila entre la belleza luminosa de los trinos y los paisajes oscuros.

Aunque el cierre es un sorpresivo guiño a la musette, donde se versiona con acordeón parisino -sin voz- la pieza poética Farolito, de Agustín Lara, que condensa la propuesta visual y conceptual de Langarica.

Farolito, que alumbras apenas
Mi calle desierta
¿Cuántas noches me viste llorando
Llamar a su puerta?

Sin llevarle más que una canción
Un pedazo de mi corazón
Sin llevarle más nada que un beso
Friolento, travieso, amargo y dulzón
”.

En la Plaza de San Roque algunos rieron, unos más se asombraron, otros se intrigaron, pero al final la mayoría entregó generosamente su aplauso y parte de su corazón a ese neopierrot entristecido, que con un simple cono en la cabeza -ahora convertido en pico de ave, ahora en torre aérea de los pensamientos-, algunas esferas, una pluma de ave y un talento enorme, supo enjaular a la audiencia.

La luz y la oscuridad son dos polos, sin muerte no hay vida, sin amor no hay desamor y… esto es un amor que se fue y que aún está ahí, esperando a que vuelva o no… y está uno atorado ahí, con pájaros en la cabeza…” , me confía Sergio aún tembloroso por la emoción, ya en el camerino, tras los aplausos, sobre el concepto de esta obra teatral.

Al observarle a los ojos, no puedo dejar de pensar en otra metáfora relacionada con los pájaros y el desamor. Me pregunto que habrá sido de la calandria que dejó a ese gorrión, quien se ha enjaulado voluntariamente, tras haberle roto el corazón.

A final de cuentas, todos tenemos pájaros en la cabeza.

  • Fotos: IEC