“Puedes coser casi cualquier cosa dentro del borde de un saco. Cuando era un niño comencé a esconder cosas en el forro de las prendas, cosas que sólo yo sabía que estaban ahí… secretos”.
El significado de esta frase, dicha por Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) a Alma (Vicky Krieps) en su primera cita, reverbera a través de Phantom Thread, resuena en los rincones de la casa de Woodcock, contrapuntea la coreografía engañosa de sus protagonistas, palpa la oscura naturaleza de sus relaciones, pero, sobre todo, dice mucho del artífice del filme: Paul Thomas Anderson. Con esa sentencia, Anderson nos previene. Ha ocultado cosas en los pliegues de película. Estamos acechados por secretos.
Phantom Thread (El hilo fantasma en México), es la octava película de Paul Thomas Anderson, el más ilustre heredero del Nuevo Hollywood, y su segunda colaboración con Daniel Day-Lewis. El peso solo de ambos nombres, aunado al anuncio del retiro inminente del legendario actor irlandés, invistió a esta película de un halo místico incluso cuando su lanzamiento era apenas un rumor. Se esperaba una obra maestra de gran alcance; algo Wagneriano quizá, algo que eclipsara la última colaboración del dúo Anderson-Lewis, There Will Be Blood. Y Phantom Thread llegó y no fue eso, fue algo inesperado, al tiempo familiar y extraño, delicado y a la vez violento… fue algo mejor.
Para su último papel, Day-Lewis se transforma en Reynolds Woodcock, un diseñador de modas inglés basado vagamente en las figuras de Cristóbal Valenciaga y Charles James
Nos hallamos en el Londres de 1954. Reynolds viste a la crema y nata de la sociedad europea, tiene una rutina meticulosamente construida por él y custodiada por su hermana Cyril (Leslie Manville) quien también es la administradora de la Casa de Woodcock. Reynolds es un artista y genio a la vieja usanza y como tal precisa de musas y amantes a las cuales cambia tan pronto como su interés pierde intensidad dejando al descubierto pequeñeces que lo irritan (como la forma en que untan la mantequilla en el pan ruidosamente). Reynolds no necesita siquiera preocuparse por deshacerse de ellas, Cyril lo hace por él.
Reynolds conoce a Alma, una mesera joven, encantadora e inmigrante, y queda encantado con ella. Para cortejarla le pide casi todo lo que hay en el menú con sus propias especificaciones y antes de que ella se aleje de la mesa, le arrebata la orden y le dice: “Veamos si recuerdas”. Sonríen desafiantes. Después de un rato ella vuelve con la orden cumplida al pie de la letra junto con una nota que dice “Para el niño hambriento”. Él le pide que lo acompañe a la mesa y la invita a salir.
En su primera cita, Reynolds le limpia el labial de la boca y le dice que prefiere verla sin maquillaje, le habla repetidamente de su madre y, al terminar la velada, la desviste, pero no para hacerle el amor sino para tomar sus medidas. La atmósfera idílica que la música y la iluminación impresionistas habían creado empieza a enrarecerse, la seducción empieza a derivar en incomodidad y al fin en humillación cuando Cyril entra a escena también y empieza a anotar las medidas de Alma en una libreta. Desde un inicio todo en Woodcock es una señal de alarma para Alma, pero ella lo ignora y se queda, se muda con él, acepta ser su nueva musa.
Y a partir de aquí la trayectoria de la película podría dibujarse clara en la mente del espectador: Reynolds usará a Alma, se aburrirá de ella y la dejará como a todas. O tal vez no. Es evidente que Alma es fuerte, testaruda, independiente; entonces ella lo domesticará a él. ¿O no?
Y creo yo que la clave aquí es que, si bien Woodcock había revelado sus cartas desde el principio, PT Anderson es el que sigue ocultando su juego, porque pronto descubrimos que aquí nada es lo que parece. Cada vez que sentimos que la trama va en una dirección, hay una desviación sutil. Cada vez que creemos que conocemos los motivos de un personaje, nos encontramos con algo distinto. Cada vez que creemos que hemos encontrado el verdadero tema al centro de la historia, éste nos escapa de nuevo.
Nos encontramos ante un animal de difícil clasificación. En realidad, Phantom Thread es una comedia romántica, pero como ninguna que tenga en la memoria
¿Y de qué trata? Más difícil todavía de responder: ¿Es una meditación sobre el mal y el bien que suele coincidir en los artistas? ¿Es un cuestionamiento a la permisividad que la sociedad concede a los genios? ¿Es una crítica de la masculinidad tóxica? ¿Es una daga cortando la seda que cubre la superficialidad de las clases altas? ¿Es una historia sobre la naturaleza múltiple y muchas veces perturbadora de las relaciones amorosas? Sí, es todo esto, pero es también otra cosa. Como una bestia oscura que no comprendemos, se nos escabulle entre las manos cada vez que creemos haberla atrapado. Y eso da gusto.
Lograrlo no es fácil, pero nos hallamos en manos expertas. Paul Thomas Anderson es un director y guionista que no sabe fallar, y aquí lo encontramos inusualmente contenido y sutil. Day-Lewis, el maestro indiscutible del método, cosió 1,000 botones como parte de su preparación para la película y creó una nueva voz, postura y manierismos.
Lesley Manville, una gigante del cine y teatro británico da cátedra de actuación a llenar de matices a un personaje rígido como una piedra. Pero para mí quien sobresale es Vicky Krieps, la actriz luxemburguesa que este filme descubre para el mundo y quien tenía el trabajo nada sencillo de encarar durante toda la película al titán de Day-Lewis en su última entrada al ring, llevándose varios rounds.
Mención aparte se merece la banda sonora escrita por Jonny Greenwood. Ricargo Piglia, en su tesis sobre el cuento, dice que todo relato es doble: cuenta una historia visible y otra secreta. Dejo a la audiencia descubrir cuál es cuál, pero lo importante es señalar que, en Phantom Thread la música de Greenwood es el hilo fantasma que ata ambas. La música reproduce los engaños de la trama; a veces acentúa lo que vemos, a veces lo niega.
El tema dedicado a Alma es el mejor ejemplo. Es en un principio conmovedor, terso y lento como el proceso de enamorarse, mas pronto comienza a enrarecerse muy sutilmente, como si estuviera infecto de otra melodía contraria, oscura y alienante, que invita a la sospecha y no al amor. Y así, las piezas musicales de la banda sonora son tan impredecibles como la historia a la que acompañan. Cada una, dentro de sí misma, parece estar habitada por dos temas en pugna, dos voces que se contradicen y que, de manera psicológica y no lógica, nos ponen en estado de alerta.
La música de Greenwood se vuelve una especie de voz que nos habla al oído sin que nos percatemos de ello y nos dice: “esto no es lo que piensas”
Otro factor que ayuda a que la película sea a la vez clara y misteriosa es su fotografía. En esta ocasión el fotógrafo de confianza de Anderson, Robert Elswit, no estaba disponible, de manera que el propio director y su colaborador de iluminación, Michael Bauman, se encargaron de la fotografía y el resultado es maravilloso. La película tiene una cualidad onírica, no a la manera estridente del cine surrealista, sino de una forma discreta y apenas perceptible gracias al trabajo de cámara y luz de PT Anderson y su equipo quienes empañaron sus lentes deliberadamente para alienar levemente la imagen.
En Phantom Thread se escuchan ecos de muchas procedencias. Hay algo de La bella y la bestia en la forma en que toda una casa, completa con sus habitantes, existen al servicio de un hombre que tiene mucho de monstruo y en la joven que promete romper el hechizo; hay algo de Rebecca, una de las obras maestras menos comentadas de Hitchcock en la idea de que necesitamos el amor sin importar qué tan retorcidos sean los métodos para preservarlo y qué tan inquietantes sean sus efectos; hay mucho del Pigmalion, en la grotesca soberbia masculina y la transformación de una musa en la proyección perfecta con resultados adversos… pero hay mucho más también. Anderson es un artista verdadero en la medida en que trasciende todo aquello que alimenta su imaginación.
Émil Cioran escribe en sus Silogismos de la amargura cuando habla del amor: “Dos vías se ofrecen al hombre y a la mujer: la ferocidad o la indiferencia”. Reynolds y Alma se mueven como un péndulo entre ambas posibilidades y, en mayor o menor medida, ¿no lo hacemos todos?
En una era en la que todos nos creemos terapistas de parejas certificados por leer pensamientos de Facebook y ver infografías de Cultura Colectiva, Phantom Thread me parece una película necesaria. Una película que se atreve a sumergirse en la dinámica a la vez encantadora y perturbadora de una relación y que en su deshilar la vestimenta del romance nos niega una imagen nítida para juzgar. Una película que, como el mejor cine y la mejor literatura, mira en los lugares donde no queremos mirar de nosotros mismos y, más impresionante aún, nos hace reír con ello. Una película, pues, que en un tiempo donde todos pretenden tener las tablas de la ley del amor real, tiene la valentía de preguntar de nuevo ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? A la manera en que lo preguntó una vez Raymond Carver, pero con el humor inquietante, la belleza estética y la mirada privilegiada que pertenece sólo a Paul Thomas Anderson.
El hilo fantasma es aquello que sucede a las costureras que, después de muchas horas de trabajo, continúan moviendo sus manos y dedos como si siguieran cosiendo. El hilo que Phantom Thread tiende es tan hipnotizante, que quien la vea seguirá tejiendo en su mente mucho después de que los créditos terminen de rodar.
- Fotogramas: Phantom Tread
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