¿Qué es el silencio? Una nota musical que encierra el anonadamiento de aquellas cosas que son inexplicables, indecibles, incomunicables, incomprensible, etc.
El silencio es una respuesta que brota del alma, una especie de observación profunda donde las palabras no tienen ningún sentido, porque se sabe a consciencia que lo que se percibe existe. Wittgenstein, afirmaba que: “De lo que no se puede hablar hay que callar” (2002, p. 183). Pero, ¿qué cosas son aquellas de las que no se pueden hablar?
Casi como un brote de histeria metafísica se acercan los trascendentales, a saber: la bondad, la belleza, la verdad y la unidad. ¿Son acaso estas cosas de las que no se pueden hablar? ¿O es que existe una manera propia para expresar estos trascendentales que abarcan toda la realidad? El silencio propuesto por el filósofo vienés se ve justamente confrontado por la genuina reflexión de María Zambrano.
¿Qué tiene que decir la filósofa española ante el silencio? ¿Es este un tema por el cual muestra interés la malagueña? Si bien, no se tiene la intención de abordar los aspectos biográficos de María Zambrano, si se tiene la intención de presentar un brevísimo comentario respecto al primer ensayo intitulado Pensamiento y poesía, que se encuentra en el libro Filosofía y poesía de 1939, que fue escrito durante el exilio de la filósofa en México.
La belleza indecible: vocación
Como si fuera una memoria, Zambrano ofrece, en los primeros párrafos de A modo de prólogo, una frase que roba la atención: “un otoño de indecible belleza” (2022, p. 9), y es aquí donde comienzan a brotar las preguntas hacía la autora. Indecible, es que no se puede decir algo. Si no se puede decir, entonces, se calla, se guarda silencio. ¿La belleza se puede decir? Y si no se dice ¿cómo se comunica?, ¿cuál es el lenguaje de la belleza? Resulta complejo cómo un libro que abordará a la filosofía y a la poesía se topa con el silencio ante la belleza.
¿Habrá alguien que logre transmitir el mensaje de la belleza? Como si Zambrano respondiera súbitamente aquellos cuestionamientos que un novato le hace, se apresura a presentar una vocación que, quizá, permita realmente descifrar y transmitir el mensaje de lo bello: la filosofía
Introducirse en las disputas convencionales sobre qué es y cuáles son las finalidades de la misma, llevarían a otros caminos que, por el momento, es mejor no transitarlos.
La filosofía llama a todos aquellos que intentan resolver sus dudas existenciales. Se convierte en una consolación, como lo pensaba Boecio. Como un elemento utópico que busca traducir ‘la belleza irrenunciable’ de las cosas que rodean al ser humano. La dilosofía llama. Zambrano se pregunta y se responde irónicamente: “¿Y por qué va usted a estudiar filosofía? Porque no puedo dejar de hacerlo” (2022, p. 11). La belleza de la realidad demanda una especie de persona que se convierta en su Hermes: el mensajero de los dioses. Pero, ¿es posible traducir el mensaje de la belleza? Más bien, esto se convierte en una utopía que gusta de dos tipos de personas: el filósofo y el poeta.
Pensamiento y poesía: Filósofo y Poeta
Al confrontar los términos pensamiento y poesía, parece que María Zambrano confronta al filósofo y al poeta. De este modo, se intenta establecer una dicotomía que, en algunos casos de la historia no se han efectuado, por ejemplo: Empédocles, Heráclito y Parménides, que gozan de la fama de ser filósofos y poetas.
Aquí cabe una barbaridad: el filósofo responde a una mitad del hombre y el poeta a la otra. De tal manera que estas dos mitades generan una unidad y para llegar a ella se debe iniciar un camino donde “la poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia. [Y] la filosofía busca, requerimiento guiado por un método” (Zambrano, 2022, p. 15).
Jaime Sabines, como si se viera influenciado o conectado al pensamiento de Zambrano, piensa algo similar, quizá el poeta chiapaneco leyó necesariamente el texto de Zambrano y, sin adelantar el discurso, los textos de Heidegger. Así:
“Lo que hace la poesía es revelar al mundo […]. El poeta y el filósofo coinciden en el propósito de encontrar la verdad de las cosas, pero no llegan a ella por el mismo camino […]. El poeta le corta la vuelta al filósofo, porque el filósofo llega a la verdad a través del razonamiento, de la lógica, mientras el poeta lo hace por medio de la intuición, por un camino más corto” (Jiménez, 2012, p. 159.160).
Estas dos vías, llamémoslas, de encuentro con la verdad, se han visto yuxtapuestas, haciendo que el filósofo tenga primacía sobre la poesía. Platón, dice Zambrano, “condena la poesía. [Porque] la razón por ellos establecida [la de los filósofos] ha elevado un imperio decisivo” (2022, p. 15-16).
Esta primacía del filósofo sobre el poeta que Platón presenta, tiene como fundamento el generar pragmático, es decir, el filósofo por su pensar hace, se mueve, pero, el poeta es un repetidor.
Sócrates —¿No sois vosotros los rapsodas, a su vez, los que interpretáis las obras de los poetas?
Ion —También es verdad.
Sócrates. — ¿Os habéis convertido, pues, en intérpretes de intérpretes?
Ion —Enteramente
(Platón, 2010, p. 78).
El poeta repetidor, interprete, movido por los dioses y las musas que Platón presenta en el Ion, se contrapone al logos del filósofo, ya que este no es movido, ni inspirado, mucho menos repetidor, es decir, el filósofo es original por pensar por sí, por ser de pensamiento autónomo
Por ende, el logos del filósofo es concebible como comparación, desde el pensamiento de Zambrano, con la encarnación de Jesucristo, que permitió, por un lado, que el logos fuera tomado como primacía, “no detuvo con su divino absurdo el camino del logos platónico-aristotélico, no rompió la fuerza de la razón […]. La razón, como última raíz seguía en pie” (Zambrano, 2022, p. 16). Así, el logos del filósofo se ve mayormente reforzado frente al logos del poeta.
Esto plantea dos alternativas: el logos filosófico y el logos poético. El logos cuestiona, compendia una doble admiración: la sistemática y abstractiva, así como una admiración por la vida. Pareciera que la primera admiración es propia del filósofo, mientras que, la segunda le corresponde al poeta.
Para Zambrano esta doble admiración tiene un sentido profundo y extraordinario en el Libro VII de la República de Platón, es decir, en el Mito de la Caverna. ¿Qué sucede en dicho mito? “la fuerza que origina la filosofía allí es violenta” (Zambrano, 2022, p. 17). ¿A qué hace referencia con el: “es violenta”? Para resolver esto es posible introducir dos verbos que permiten comprender la admiración violenta que encierra el mito, y en sí misma la Filosofía: ver y pensar.
Videre y cogitare, ver y pensar es la actividad profunda del filósofo o esclavo liberado que Platón presenta en el Mito. Este esclavo liberado ve “el ser primeramente pasmo extático ante las cosas y el violentarse en seguida para liberarse de ellas” (Zambrano, 2022, p. 17).
Quizá es más propio decir pasmado, porque en el mito, el esclavo liberado ve, observa, y aunque suene a atrevimiento, contempla o admira lo que a su alrededor se encuentra, y el acto segundo, el desprenderse de las cosas, el dejarlas, liberarse de ellas, dice Zambrano, conlleva ese desgarramiento esencial.
Metafóricamente hablando, el esclavo liberado, rapta la esencia, las recoge por medio del pensamiento. Por eso, la filósofa continúa diciendo: “El pensamiento no toma la cosa que ante sí tiene más que como pretexto” (Zambrano, 2022, p.17-18). Es decir, la cosa vista pasa hacer pensada, abstraída, tomada para sí, lo que conlleva una negación del pasmo, la cosa ahora está presente dentro del filósofo.
Zambrano presenta el acto filosófico como una violencia, el rapto de la esencia. De este modo, pareciera que entre filosofía y poesía existe una disyuntiva. Ya que, si bien el filósofo emplea la admiración para pensar, el poeta emplea la admiración para crear, darle vida a lo que existe. En resumidas cuentas, la poesía se origina de una admiración, un pasmo, una captura del videre. Pero ¿Y la filosofía?
Dice María Zambrano: “admiración sí, pasmo ante lo inmediato, para arrancarse violentamente de ello y lanzarse a otra cosa, a una cosa que hay que buscar y perseguir, que no se nos da, que no regala su presencia” (2022, p. 18). La cita remarca “a otra cosa”, se prefigura a la esencia, a una visión metafísica, ya que la esencia de la existencia no se adquiere por sí, sino por la especulación: el método.
Por ello, el filósofo es un violentador de las cosas, las desgarra para atrapar la esencia y meterla dentro de sí: abstraerla. Pero, el poeta, no acepta esta visión, no emparenta con la violencia filosófica. Los poetas “quedaron aferrados a lo presente e inmediato, a lo que regala su presencia y dona su figura” (Zambrano, 2022, p. 18). Aquí, los términos presente y presencia tienen suma importancia, pues, el filósofo al dejar o liberarse de la cosa, la lleva consigo esencialmente.
En cambio, el poeta está en la cosa y tiene para sí parte de ella obtenida más por la presencia de la cosa que por la especulación. Sin caer en simplismos: el filósofo captura la cosa y la hace suya, el poeta se deja capturar por la cosa, esta le comunica la verdad y este la comparte. El filósofo hace suya la verdad y la divulga: Así “lo que el filósofo perseguía lo tenía ya dentro de sí en cierto modo, el poeta” (Zambrano, 2022, p. 18).
Dos caminos
Desde Zambrano existen por lo menos dos caminos ya distinguidos: el de la poesía y el de la filosofía. “El camino de la filosofía, en el que el filósofo impulsado por el violento amor a lo que buscaba abandonó la superficie del mundo, la generosa inmediatez de la vida” (Zambrano, 2022, p. 19). El abandono de la superficialidad exige un camino de profundidades, ir hacía dentro de la cosa para obtener la esencia.
Pero, el camino de la poesía ¿Qué tiene que decir? “El poeta no renuncia ni apenas busca, porque tenía […] lo que miraba y escuchaba, lo que tocaba, pero también lo que aparecía en sus sueños” (Zambrano, 2022, p. 19). Así, el camino de la poesía se torna sobre aquellas cosas que aparecen en la inmediatez, en un sentido más llano, el poeta se encuentra frente a la realidad primera, la existencia antes que la esencia.
De esto se infiere los límites entre filosofía y poesía. El primero es descubierto, el filósofo plasma y plantea los límites de la realidad que quiere estudiar por medio de su perspectiva: establece un orden. Mientras que el poeta deja que las cosas sean las que pongan el límite, en ocasiones no alcanzado.
Pero, ¿Por qué pareciera, o es así, que la filosofía y la poesía están peleadas? Al parecer el causante de todo esto es Platón. Para él, la poesía no tiene funcionalidad y practicidad alguna: no son útiles a los fines de la República
De hecho, las rapsodias serán comparados con los imanes, no dicen ninguna verdad descubierta sólo las repiten (Platón, 2010, p. 76) ¿Qué valor tiene esto para Platón? Ninguno.
Sin embargo, en su diálogo acercándose a la muerte de Sócrates, Platón dando voz a su maestro, se acerca a la poesía: “En todo caso con su misterioso ‘demonio’ interior y su clara muerte, Platón con su filosofía, parecen sugerir que un pensar puro, sin mezcla poética alguna, no había hecho sino empezar” (Zambrano, 2022, p. 19). Por esta razón, Aristóteles se atreverá air a un plano más especulativo en su Poética y Retórica. Por el momento, en la negativa de Platón y del pensamiento puro, este termina negando la idea del pensamiento puro en sí.
¿A dónde nos lleva el pensamiento puro de la filosofía? Y en ello comienza la más grande encrucijada entre lo que Zambrano denomina “unidad-heterogeneidad” (2022, p. 19). Pues, la filosofía busca la unidad en el pensamiento a partir del ser, se vislumbra la idea de Parménides, el ser como un absoluto, idea que será retomada por Aristóteles.
Es el conflicto unidad-filosofía contra heterogeneidad-poesía lo que divide el pensamiento y lo une. “Las apariencias se destruyen unas a otras, están en perpetua guerra, quien vive en ellas, perece. Es preciso ‘salvarse de las apariencias’, primero, y salvar después las apariencias mismas: resolverlas, volverlas coherentes con esa invisible unidad” (Zambrano, 2022, p. 21).
¿De dónde resulta la invisible unidad? Esta idea no se construye por sí, sino nace de la pugna. La filosofía busca su causa última, su esperanza última, la desolada unidad que libera de las apariencias. Menciona Zambrano: “Hay que salvarse de las apariencias, dice el filósofo, por la unidad, mientras el poeta se queda adherido a ellas, a las seductoras apariencias” (2022, p. 22).
Así, la filosofía tiende más a la unidad. Sin embargo, la poesía, también, tiene unidad, especialmente en la palabra: “Toda palabra requiere un alejamiento de la realidad a la que se refiere; toda palabra es, también, una liberación de quien la dice” (Zambrano, 2022, p. 22).
La palabra es un símbolo de unidad que engloba aquella realidad, por muy aparente que pueda ser. La palabra toma para sí todas las cosas y las encapsula: las vuelve eternas. La palabra hace presente a la existencia y a la esencia en un solo acto.
Eterna unidad
La presencia de la palabra, el logos, tiene una dinámica particular, es decir, la palabra tiene por lo menos tres aspectos que la vuelven importante: musicalidad, dinamicidad y unidad. Así, menciona Zambrano, “en la música es donde más suavemente resplandece la unidad” (2022, p. 22). La música y la palabra se sumergen en un dinamismo unitario: la armonía. Ya Hildegard Von Bingen, dentro de sus múltiples escritos hará mención de la armonía de la música y del universo, esta armonía se encuentra en la palabra que eterniza las cosas. En esto música y palabra se encuentran y, siguiendo Aaron Copland: “la música es un arte que existe en el tiempo” (2013, p. 25).
¿Por qué la música? ¿Qué tiene que ver la música con la filosofía y la poesía? Todo se enmarca alrededor de la unidad. Es posible pensar la unidad tanto en el sentido metafísico, donde la música, filosofía y poesía tienen vinculación por la armonía de la palabra en sí
Pero, históricamente hablando, la música y la poesía estuvieron unidas en el arte griego y romano, por ejemplo, en la antigua Roma “toda poesía lírica estaba destinada a ser declamada musicalmente con acompañamiento de instrumentos de cuerda” (Friedlaender, 2023, p. 654). Esta hermandad de poesía y música refleja cómo hay unidad en la heterogeneidad, es decir, como hay analogía: semejanza en la diferencia.
La música, por su cercanía a la poesía trata de encapsular un momento, lo vuelve eterno y dinámico, pasa y al revivirlo será diferente. Con el poema no será así: “El poeta, en su poema crea una unidad con la palabra, esas palabras que tratan de apresar lo más tenue, lo más alado, lo más distinto de casa cosa, de cada instante” (Zambrano, 2022, p. 22-23). Con ello, queda establecida su diferencia. Sin embargo, el poeta como el músico es sutil para llegar, en este caso, al oído de las cosas, entrar en una comunicación: la fraternidad con la realidad. Así, el caso del poeta, se verá reflejado en el poema que es “ya la unidad no oculta […], diríamos encarnada” (Zambrano, 2022, p. 23).
La música dota de armonía a la palabra; la palabra se regala al poeta; y el poeta logra la unidad sin violencia, en un diálogo, quizá donado por la vida misma. Por su parte, la música da al filósofo la palabra vibrante que eterniza la esencia, la música como armonía y belleza de las vibraciones y silencios que el logos pronuncia para ser conocido.
¿Por qué el poeta dialoga con las cosas? Si se parte de la idea de Zambrano, que la filosofía ejerce violencia, cobra sentido el silencio de las cosas, así, la pregunta del filósofo es diabólica: agresión inquisitorial. Sin embargo, el poeta, escucha las cosas, las percibe antes de hablar, parafraseando a Sartre, las cosas, al poeta, le atraviesan, le hablan y él sólo escucha. Filósofo y poeta tienden a la unidad, el camino es diferente.
¿Estas dos unidades, la del poeta y la del filósofo, son iguales? En sí mismas no. Ya Zambrano recuerda el tipo de unidad del filósofo: una unidad metafísica, estableciendo que la “unidad del ser, sería una unidad absoluta, sin mezcla de multiplicidad alguna” (2022, p. 23). Esta unidad que pareciera es al estilo de Plotino. Pero, “la unidad lograda del poeta en el poema es siempre incompleta” (Zambrano, 2022, p. 23).
Es de pensar que la unidad poética es frágil por el mismo hecho del acercamiento, la cosa dice de sí lo que ella quiere, la cosa se vuelve simbólica: metáfora. En la filosofía dista mucho, la cosa se vuelve objeto, ella no dice, a ella se le exige que diga algo.
Poeta y filósofo buscan, el primero no busca “la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa completísima y real” (Zambrano, 2022, p. 23). El segundo busca la abstracción, el proceso y método para llegar a la verdad en sí. Pero, el filósofo no acepta ciertas cosas, como la no-existencia: la nada. Aquí subyace una complicación. El filósofo al pensar en todo, no busca y no puede pensar en la nada como objeto en sí y, en ello hay un límite. La nada es para él mera abstracción insustancial. Por otro lado, el poeta, aunque frágil en su unidad, “saca de la humillación del no ser a lo que en él gime, saca de la nada a la nada misma y le da nombre y rostro” (Zambrano, 2022, p. 23). Por lo tanto, el poeta ve a la nada como algo que busca decir un mensaje con su silencio poblado de ausencia. El filósofo no ve a la anda, para él es solo una abstracción.
Así, la poesía va más allá, a una trascendencia. Filosofía y poesía llegan a la unidad, pero el poeta va a la nada, mientras que el filósofo busca racionalizar la no-existencia para comprenderla. La facilidad del poeta para obtener su unidad, convierte al logos poético en un “consumo inmediato, cotidiano” (Zambrano, 2022, p. 24)
Es decir, la poesía parte de lo ordinario y tiene, por ende, algo de ordinario, está al alcance de todo, les habla a todos, el problema aquí es si todos quieren acercarse a ella o si todos le entienden. Por su parte, para el filósofo la construcción de su unidad es compleja, su logos es inmóvil y “sólo es asequible a quien puede alcanzarlo por sus pasos” (Zambrano, 2022, p. 24). El logos filosófico es duro, acotidiano, lo cual permite entender que la filosofía es para unos pocos.
Aquí subyace otro problema: si la poesía es accesible a todos y la filosofía es para unos cuantos: ¿Cuál de las dos es más necesaria?, ¿todos pueden ser poetas? Y ¿quiénes pueden ser filósofos? Desde que Aristóteles planteó la idea de ‘todos tienen el deseo de conocer’, por un lado, hace mención de la necesidad de la filosofía, sobre todo de la necesidad de la ‘pregunta filosófica’: ¿Qué es? – quid est- Y es, justamente está pregunta, la que se plantea para resolver el deseo de conocer, comienzo del camino hacia la unidad. Aquí algunos continúan en busca de la esencia, otros elegirán caminos diferentes. El deseo de conocer nos lleva a plantear la pregunta por el ser conocido. Por ello, la filosofía se plantea así misma como una necesidad, primeramente, teórica, y después, práctica.
La necesidad teórica de la filosofía la convierte en especulativa: inquisitorial. Por su parte, la necesidad práctica que vuelve, a la filosofía, vida o modus vivendi, se convierte en ética. Caso contrario con la poesía que es de todos y está para todos, “por eso la unidad a que el poeta aspira está tan lejos de la unidad hacia la que se lanza el filósofo” (Zambrano, 2022, p. 25). Entonces, ¿se vuelve al problema de las dos unidades, la de la poesía y la de la filosofía?, ¿no hay complemento entre una y otra? Y de haberlo ¿es posible?
La verdad: un mismo fin
La unidad entre el poeta y el filósofo se ejecuta en la verdad. Pero, también, “el poeta no cree en la verdad, en esa verdad que presupone que hay cosas que son y cosas que no son y en la correspondencia verdad y engaño” (Zambrano, 2022, p. 25). ¿Cuál es, entonces, el punto de unión y distanciamiento del poeta y del filósofo? La respuesta sigue siendo la verdad, la verdad en sí, la verdad real. Hasta aquí, es necesario hacer dos distinciones: poeta y filósofo se unen en la verdad. Pero, el poeta le corresponde la verdad ontológica y al filósofo la verdad lógica, una misma verdad que se hunde en la metafísica, una sola verdad desde sus dos caras y, sobre todo, en constante interrelación. Tanto el filósofo es amante de la verdad ontológica, que es su fin, como amante es el poeta de la verdad lógica.
Para llegar a la verdad ontológica, el filósofo, camina por las sombras con la guía de la lógica, la razón, el pensamiento, en una palabra: el método. El filósofo busca la esencia a través de la existencia. El poeta, es caso contrario, busca la presencia a través de la esencia. Por ello, el poeta tiene algo de lógico, pero no se queda ahí, es más ontológico, porque acepta a todos. El filósofo es más lógico, por esta razón, Tomás de Aquino dirá siguiendo a Aristóteles, que lo “propio del sabio [es] el ordenar” (De Aquino, 2007, p. 37).
El filósofo llega a la verdad lógica, la conquista, la hace suya para obtener la verdad ontológica. El poeta recibe la verdad ontológica con los brazos abiertos, la dice, la comunica, y obtiene la verdad lógica. “El poeta no tiene método” (Zambrano, 2022, p. 25), el filósofo sí. Este último busca iluminar, el poeta es un iluminado.
Aquí subyace la unidad de poesía y filosofía. Con todo ello, pareciera que la filosofía y la poesía están peleadas, yuxtapuestas. Más bien, tienen caminos diferentes, pero el fin es el mismo: la verdad. La filosofía es el contenedor, la poesía el contenido. Por lo tanto, la poesía sin la filosofía, es frágil, estéril y sin alma. La filosofía sin la poesía es inhumana, es muerte ontológica y decadencia lógica.
Bibliografía
Copland, A. (2013). Cómo escuchar la música. Fondo de Cultura Económica.
De Aquino, T. (2007). Suma contra los gentiles. Biblioteca de Autores Cristianos.
Friedlaender, L. (2023). La sociedad romana: historia de las costumbres en Roma, desde Augusto hasta los Antoninos. Fondo de Cultura Económica.
Jiménez, P. (2012). Jaime Sabines: apuntes para una biografía. Gobierno de Chiapas.
Platón. (2010). Ion. Gredos.
Terzi, S. (2019). Hildegarda de Bingen: mística, Doctora y Santa. San Pablo.
Wittgenstein, L. (2002). Tractatus logicus philosophicus. Alianza.
Zambrano, M. (2022). Filosofía y Poesía. Fondo de Cultura Económica.
- Ilustración: Rafael Sanzio