“Edgard Cardoza Bravo (Matagalpa, Nicaragua, 12 de octubre de 1958). Radica en Irapuato. Tiene estudios de Ingeniería Civil. Ha cursado varios diplomados en temas literarios. Dirigió el suplemento ‘Vozquemadura’ del diario ‘El Centro’. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Gral. Francisco J. Mújica, en 1985, y el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío en 2011. Entre otras publicaciones, es autor de los poemarios ‘De esta bruma nacerá el olvido’; ‘El prisma los colores’; ‘El cielo en el abismo’; ‘Pez murciélago’ y ‘Ojos de colibrí’ ”.
La semblanza biográfica cuenta en apretada síntesis, datada en 2018, la trayectoria vital del poeta en torno a quien hoy nos congregamos. Desde luego, es un texto orientado a ofrecer indicios sobre el autor de un par de poemas incluidos en Las avenidas del cielo. Muestrario poético de Aguascalientes y Guanajuato, cuya edición es de Benjamín Valdivia. Por cierto, a esa semblanza podría agregarse el hecho de que el libro Ojos de colibrí está destinado a su nieta de Edgard y que hay otros dos títulos que pueden sumarse a la lista: Ciudad del mundo / Ciudad del alma y Como crujir de rama seca.
De este modo se completa el itinerario que lleva de Matagalpa a Irapuato (pasando por Puebla) de 1958 a 2025 cuyo resultado pone ante los ojos un variado conjunto de poemas en los que se dan cita (re-elaborados, re-significados) un buen puñado de temas de la tradición cristiana católica, la inmersión en la circunstancia del poeta y la vivencia del amor y cierto erotismo, asuntos casi siempre matizados por una dosis de humor, muchas de las veces con ribetes de sarcasmo.
En esta travesía, conocí a Edgar Cardoza Bravo cuando ya había ganado su premio nacional de poesía. Subrayo este hecho porque fuimos a conocernos en el espacio del Taller Literario Efraín Huerta, en la Casa de la Cultura de Irapuato, grupo al que yo me sumé y del que ya formaban parte también Elizabeth Narváez, Carmen Quijas y Alfonso Padilla. Lo que quiero decir es que, con un premio en el bolsillo, Edgard ya no era en realidad un novato en las lides literarias. Pero allí tuve ocasión de iniciar una relación también amistosa con él y de participar en conjunto en el alumbramiento de la revista Calicanto. Ya que hablo de revistas, me parece curioso que en el número 7 de La cultura de las casas. Revista de las casas de la cultura de Guanajuato, de junio-julio de 1991, donde se publicó una reseña del taller mencionado, no aparece ni un poema de Edgard Cardoza Bravo. Cifro de esta manera la antigüedad de mi relación con Edgard.
Al compartir esos afanes literarios, poéticos, tuvimos ocasión de ir encontrándonos en sitios de Irapuato y de Guanajuato —pasado el tiempo, más allá del taller— en lo que fueron los encuentros de escritores promovidos por Juan Manuel Ramírez Palomares, en más de algún anhelo de política cultural como el Jardín del Arte de Irapuato, en la contemplación risueña de la obra de Raúl Zárate, en la admiración de los cuadros de Jesús H. Montes, una ocasión en una habitación de hospital, en algún bar al amanecer de una noche larga, en la discusión de políticas culturales, en lecturas en una pozolería y en una plaza comercial, y obviamente en recintos formales para el ejercicio de la cultura.
Dicho lo anterior, quiero señalar con parecido énfasis, que su vínculo con Irapuato se volvió por demás relevante, tanto así que, por efectos del amor y la consanguinidad, esta ciudad es la tierra fértil donde plantó la semilla su linaje familiar, que ya alcanza tres generaciones a partir de él mismo. En este sentido, alguna parte de su obra se orienta a enaltecer esa tierra ahora fundacional, sin dejar de señalar la extrañeza, justo como lo señala en su poema Ciudad del mundo, ciudad del alma”: “Hemos de amar el lugar donde nacimos / y amar la ciudad donde transcurren nuestros días presentes (…) Pero sucede / que los extraños han llegado con nuevas mediciones / Te dicen / ten este hilo de alma y rodea la ciudad: el alma es de todos / la ciudad es de todos aún de los extraños”. Desde ese punto de vista, me arriesgo a señalar que ha participado en el propósito de moldear un alma, la sensibilidad de la ciudad, impulsando iniciativas, participando en programas, realizando lecturas, de manera conjunta con otras personas igualmente movidas por ese interés.
En virtud del tesón con que Edgard Cardoza Bravo se ha dedicado a cultivar la poesía, ha establecido relaciones con gente de otras entidades donde se la cultiva con igual ahínco. Zacatecas, por ejemplo, donde publicó su primera plaquette y donde cuenta con amigos de fuerte vinculación. Pero también ha participado en empeños editoriales, uno de los cuales encabezó: Vozquemadura, un suplemento literario semanal en un periódico irapuatense creado al socaire de la expresión polisémica de Villaurrutia, del gusto de Edgard en aquel tiempo. Con ese mismo espíritu ha participado en otros empeños de índole parecida.
La curiosidad literaria de Edgar Cardoza Bravo es muy amplia, particularmente en lo tocante a poesía; territorio donde he atestiguado su voluntad para apropiarse del espíritu de la prosa poética y doblegar su forma para que diga lo que él quiere decir. En esta ruta, distingo dos cuestiones transversales: un interés reiterado en los asuntos relacionado con el misterio cristiano católico, herencia de su edad infantil y juvenil temprana de la que recuerda innúmeras anécdotas, y un deseo arraigado de introducir el humor en sus textos, la picardía, la ironía, que tienen que ver con su biografía pero que no siempre son los hechos que ha vivido. Lo usual es que procura darle la vuelta los temas esenciales para alimentar sus poemas desde un punto de vista que no sea manido.
En cuanto a la re-elaboración crítica de lo cristiano católico, bíblico sería más preciso decir, allí está El cielo en el abismo, libro a propósito del cual escribió el poeta Francisco Azuela: “está cargado de mensajes cifrados que crean un gran rumor genealógico, no solamente es una especie de génesis. Este poeta se introduce de polizonte en el Arca de Noé y nos habla de todo tipo de animales y de su comportamiento. Nos habla también de la ‘Sagrada Familia’. Este rumor se hace verdad y la sinceridad de su palabra se aúna al tacto porque el poeta convive con las especies”.
Hay otro libro que me parece relevante: Habla mi padre desde su laberinto. En este poemario, cuyo contenido revela el título a grandes trazos, está ya la voz decantada y el firme decir de Edgard Cardoza Bravo. Concepto sólido, alusiones a la historia pasada, el lenguaje y sus matices, la concreción poética desde la creatividad sensible, son algunos rasgos de estos poemas que dan cuenta de una visión del mundo, en especial relativa a las facetas y matices de la muerte.
Traigo también a cuento Como crujir de rama seca. Visto con atención, este poemario constituye una puerta abierta a la obra de Edgard Cardoza Bravo: la consideración del propio ser humano que es, la relación con la familia de origen (muy presente en todos sus libros), el regusto de los asombros acaecidos en el amor y en la vivencia de lo filial, los entreveramientos constitutivos de su imaginario en los que caben la adhesión reticente hacia la cosmogonía bíblica y católica, así como la construcción verbal a partir de lo mismo, el enojo decantado por ciertas figuras de autoridad, los juegos de palabras como opción resignificadora, el empeño en depurar una voz firme y rica en su lingüística que no deja fuera ningún asunto relativo a la erección de un mundo propio, de una provincia sensible donde reina su manera de mirar el mundo con altas dosis de humor sarcástico y a veces críptico, la inclusión intensa de sus predilecciones. Temas y asuntos que van agrandando una manera de mirar el mundo, en el que se percibe el punto de vista de quien se considera en exilio permanente y busca dar cuenta de su condición así como solazarse en sus opciones más a la mano, entre ellas la de enlazar lo que está separado: México y Nicaragua, Puebla-Irapuato-Zacatecas, por ejemplo.
Para ir completando la semblanza que indiqué al principio, podemos añadir que Edgard Cardoza Bravo también se define como narrador. Que ha ganado también los premios León (1993) y Nacional de Poesía VI Juegos Trigales del Valle del Yaqui (1997). Que se ha incluido su poesía en las antologías colectivas de poesía: Reunión, El país de las siete luminarias, 38 poetas guanajuatenses y La tentación de Orfeo. Y que ha sido jurado del II Premio Internacional de Poesía Macedonio Palomino para Obra Publicada (2008), del III Premio Internacional Universitario de Poesía Desiderio Macías Silva (2011), y del XXIV Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (2012).
Hace siete-ocho años, al buscar en internet información sobre Edgard Cardoza Bravo me encontré con un enlace a La jornada semanal del 30 de diciembre de 2012, donde el poeta Ricardo Yáñez publica una breve entrevista con Benjamín Valdivia. En esta entrevista, Valdivia incluye a Edgard entre los miembros de lo que llama “generación invisible”, de los nacidos en los años cincuenta del siglo pasado, poetas que se quedaron en Guanajuato para publicar sus poemas desdeñando las pautas marcadas por el centro de la república de las letras, es decir: la Ciudad de México.
Benjamín Valdivia traza con precisión el sentido de la laboriosidad de Edgard con estas palabras: “Cardoza trajo de su país una fórmula para contar el poema y acomodar la historia desde la imaginación, con una especie de equilibrio de frases entre delirantes y narrativas, marcadas alusiones a la tradición bíblica y a los mitos, clásicos o populares, o personajes propios de la literatura, que acontecen para dirimir, socarronamente, nuestra actualidad”.
He querido citarlo ahora a sabiendas de que la invisibilidad no desaparecerá como por ensalmo, pero tengo para mí la certeza de que este acto cuando menos mellará la susodicha invisibilidad. Me congratulo entonces de esta ocasión y, con cariño, felicito a Edgar Cardoza Bravo, a quien hoy homenajeamos.
- Foto: Captura de pantalla.