La cantante chilena ofreció un micro-concierto en el Parque de los Periodistas. Llegaron unos 150 o 200 de sus seguidores; suficientes para convertirse de pronto en una pequeña marea de gente, de esas que rondan lo peligroso.
I
El martes pasado Mon Laferte (Viña del Mar. 1983) ofreció un breve recital en la esquina de mi casa, en el Parque de los Periodistas, ubicado en La Candelaria, antiguo barrio del centro de Bogotá.
No soy su seguidor pero me gusta la potencia de su voz y también me gusta casi todo lo que hacen los chilenos post-Pinochet, esos adultos nacidos en los ochenta que cuando niños vieron interrumpidas las caricaturas por los mensajes del dictador.
Durante la mañana, con pancartas y discos, llegaron sus fans. Pensé que estaría hospedada por ahí, pero en una historia de su Instagram me entero después que Laferte avisó que se presentaría en el parque, el mismo que visito al menos dos veces al día con Zapata, mi perro.
Tres días atrás el community manager de la cantante publicó en Youtube otro breve unplugged ‘improvisado’ en Los Ángeles, en el estacionamiento de Capitol Records

Laura y yo nos paramos cerca de la multitud en la última canción que tocó: una balada de amor fracasado que evoca a los años 50.
Ella, perseguida por una cámara de su staff todo el tiempo, tocó una precisa (y preciosa) guitarra Martin al centro de un círculo de jóvenes espectadores, todos añorando ser capturados en el video que seguro en unos días estará disponible en Youtube.
La cantante se despide en la cuarta canción y comienza el caos casi intrínseco que pueda causar la aparición pública de alguien con casi dos millones de seguidores en Instagram.
II
-¿Qué hace que alguien se vuelva fanático de otra persona?- me pregunta Laura, después de que trato de tomar alguna foto en la que salga Laferte entre el tumulto.
Todos quieren una una selfie con ella. La mayoría ronda los 20 o 25 años. Todos quieren tener su firma.
¿Qué valor tiene un autógrafo? Una aproximación: Pedro Corrêa Lago, un brasileño coleccionista de documentos raros como una nota de cobro de Freud o una carta de Hemingway a los 12 años pidiendo a su papá que lo llevar a ver el béisbol, declaró a El País: “No me interesan las firmas: una carta que no dice nada es una reliquia simpática”.
Pero en el lugar al menos los poco más de 80 jóvenes que se quedaron tras el breve recital, luchan por acercarse a la cantante y se hace un enjambre de personas que por momentos asusta. Quieren una reliquia simpática estampada en su ropa, en un disco, en un cartel. Caminan como muéganos y Laferte es protegida por un señor de acento español.
-¡Vamos a formarnos y nos tomamos una foto todos!-, grita una joven entre la multitud.
El español canoso no confía en la civilidad de la gente; y responde a la propuesta: “suena muy bonito pero sabemos que eso no va a pasar, no van a hacer una fila”.
Y la gente sigue eufórica, gritando que la aman

-¡Es una persona, déjenla pasar!- grita desenfrenada otra joven que decide no sumarse a la masa de gente que se empuja.
III
Salí de mi casa sin celular y, me guste o no, está bueno reportar sobre la presentación sorpresa de una estrella pop, o de cualquiera que pueda convocar a más de 100 personas.
No me enteré que estaría en “mi parque”, ese del que pasan de largo estudiantes de universidades caras, en donde reposan vagabundos buscando algún claro para fumar bazuco y el que también algunas parejas eligen para charlar frente al monumento de Simón Bolívar.
Nueve de 10 presentes, sin embargo, graban constante todo lo que ocurre durante y después de la presentación. Me acerco a unos cuantos, les doy mi número y les pido el enorme favor de enviarme algo de lo que hayan grabado.
-Olvidé mi celular-, les digo. Me miran raro pero amables y dispuestos; por la tarde, me mandan el material con el que hago el video de esta historia.
Me guste o no la música de Mon Laferte, es bueno reportar sobre la presentación sorpresa de la ganadora de un Grammy; es noticiosa su potente voz, la que la liberó “de la mierda”, como le recomendó su abuela cuando la cantante era niña, en el tiempo en que la televisión y la vida de lo chilenos en general, eran interrumpidas por un dictador.
IV
A Laferte le toma casi media hora recorrer 20 metros hacia la camioneta blanca que la llevará. Ya a bordo, entre gritos y empujones, hace con las manos un corazón, como ese que intentó hacer Peña Nieto desde Palacio Nacional. Los fans le responden con el mismo gesto.
Creo que esa señal solo la deberían hacer los rockstars

V
Pienso que salir de la mierda es lo que hace a alguien famoso. Creo que queremos estar cerca o tener algo de los que lo han logrado.
- Fotos y video: Breian Concert / Oriana Torres / Wilfran Cortés /Luis M. López