A pesar de los tantos años que la filosofía lleva existiendo, desde las luces primeras de Tales de Mileto hasta nuestros días, el objetivo común de esta ha sido la racionalización de la realidad.
De modo alguno, la filosofía se disputa entre lo existente y el misterio. Todas las preguntas que se han denominado como filosóficas: ¿De dónde venimos?, ¿A dónde vamos?, ¿Quiénes somos?, etc., no son más que un preámbulo de la lenta argumentación para justificar la existencia de una causa desconocida.
La filosofía se ha disputado entre ser ciencia, disciplina, actitud, gusto, y otras cosas más. Incluso, se ha llegado a prostituir el más noble fin de esta. El falso deseo acompañado del sangrado coaching, han hecho de la amada Dulcinea de Grecia, un manual de estulticia. Han sobajado a la filosofía a un oficio que representa más a un sofismo barato del 2 x1. Estas tendencias novedosas que toman los principios elementales han llevado a la filosofía al sentimentalismo y sensacionalismo, mudando su carácter racional.
Así, las consecuencias de un pensar formado por los “ánimos” es sólo una llama efímera con la que el ser humano quiere iluminar una realidad oscurecida por la muerte del fundamento: la muerte ontológica. ¿Cómo podrá el hombre sentirse seguro si todo depende de una percepción sentimental? ¿Cómo sabrá el hombre qué es lo que es, si todo está nublado bajo la más incauta visión de una percepción mal formada de la voluntad sobre la racionalidad?
Hoy, los estatus filosóficos que habitan en medio de la humanidad son solo una desvirtuación. La ideología ha contaminado lo racional, la voz de la Ilustración, ¡Hombre, piensa por ti mismo!, es solo un eco de los siglos muertos. Hoy, el romanticismo filosófico y el lenguaje parecen fenecer. Hoy, estamos en el sepelio del realismo
Una visión lo bastante trágica. Nadie salva a nadie. Y como grito que resuena en las sienes más sensibles, quizá muy al estilo de la consolación de Boecio, algunas mentes seguimos gritando: ¿Dónde estás filosofía? No es grito de desesperanza, es más bien, un grito de búsqueda. Somos los Diógenes que buscamos al hombre honesto: el retorno a la racionalidad de las cosas.
Límites no limitados
Pensar un límite es limitarse, ¿paradójico? En absoluto. Los límites son aquellas cuestiones a donde nuestra naturaleza ya no puede acceder, porque justamente se torna impedida para seguir. Así, durante mucho tiempo los filósofos han buscado soluciones a las cuestiones de la naturaleza. Algunas de ellas han rayado en cuestiones metafísicas, otras idealistas, otras más nihilistas o en el absurdo. Indistintamente, el límite de la filosofía es una cadena impuesta por la misma racionalidad.
Existen cuestiones que por sí mismas son complejas de pensarlas y desarrollarlas, entiéndase Dios, el Ser, el Espíritu Absoluto, la Mónada, por mencionar algunos. Cuestiones que se vuelven límites no limitados. Digo límites porque son las conclusiones últimas a donde la racionalidad se ha estacionado. Conclusiones que son límites más no limitadoras, porque el ejercicio mismo de la racionalidad exige ser pensada con la debida limitación propia del carácter racional. Así, la filosofía se acerca al misterio, ella es limítrofe. No accede.
Ante la revolución ideológica que hoy se vive, en la era de la posverdad, del discurso falaz y sofístico, la filosofía resurge como Moisés del Monte Sinaí. La filosofía trae consigo su ley: la racionalidad. La figura de Moisés en comparación con la filosofía resulta enigmática
Porque, así como Moisés cuestiona la zarza ardiendo, la filosofía cuestiona las cosas, recibe, casi, la misma respuesta de lo existente: Yo soy quien soy. Y es que, ante el terreno del ser, de lo ontológico, la filosofía no sólo se quita las sandalias, se desnuda. Se muestra tal cual es, cubierta de la ignorancia más pura y delicada.
Moisés entra en contacto con el misterio profundo de las cosas, el llamado del ser. ¿Qué pide aquella zarza? Liberar al pueblo. ¿No es acaso esa misma función la de la filosofía? ¿No pedía Platón lo mismo para los hombres de la caverna? ¿No pedían los Ilustrados una liberación de las ataduras bajo el lema de: “piensa por ti mismo”? La zarza ontológica arde, y Moisés apuesta. Las cosas se presentan, la filosofía apuesta por ir a liberar, por un retorno de la racionalidad.
¿Cuándo se habrá perdido la racionalidad humana? ¿Cuándo se desencarnó el hombre y se puso un becerro de oro? Las ideologías en sí mismas, forjadas del arte sofístico se han presentado como bellos becerros de oro, por una simple y llana razón: toda ideología elimina el misterio ontológico para saciar la certeza de lo existente. Es decir, el ser humano suplanta la verdad por algo que pueda tener más cerca de él: el sentimiento, la voluntad, el deseo, el querer, y demás veleidades.
La filosofía sale al rescate de las almas penitentes que la buscan. La racionalidad que se complementa con el saber, que se torna conocimiento y sabiduría libera de los faraones de lo mediático, y aunque surja el descontento a la misma Sabiduría: ¡Estábamos mejor en Egipto!
La filosofía no renuncia, porque su objeto no está en aquellas cosas que se dan, sino en aquellas cosas que se buscan y brotan de lo más profundo del ser.
La filosofía introduce al hombre en un desierto, en la aridez de la racionalidad, donde lo dota de la más pura sensibilidad humana, donde lo tienta a creer que todas las cosas dependen de él, donde lo hace sentir hambre del conocimiento y de donde lo lleva para hablarle al oído y despertarlo del letargo de lo inmediato: tras el desierto de la razón, la filosofía, acerca al hombre al misterio, al límite no limitado.
Tierra prometida
Según el relato bíblico, después de la infidelidad del pueblo Israel y de caminar 40 años por el desierto, Moisés logra ver desde el Monte Nebo, Jordania, la llamada Tierra Prometida. Pero, él tiene una sentencia: no puede entrar a dicho lugar. ¡Moisés que habló con el Yo soy!
Y es aquí, donde la filosofía y este personaje tienen su unión. La filosofía no puede entrar a la Tierra Prometida, lo tiene prohibido, no porque no pueda, sino por que para ello debe ser obediente
La filosofía atraviesa el desierto de la racionalidad, lo hace bajo la incertidumbre de colocarse ella misma como la redentora del hombre. Si bien, desde la perspectiva de Boecio, la filosofía otorga una consolación, esta no puede más, no engendra esperanzas, sino que ata a la realidad, aún se torne la filosofía al idealismo o racionalismo, siempre queda, de algún modo, atrapada en la realidad. Quizá la condena de la filosofía es estar atrapada en el hombre.
¿Cuál es la Tierra Prometida de la filosofía? La tierra del ser, del ente. Pero, esta tierra del ser es más un encuentro que se da en cualquier lugar. Aún, en la más grande aridez, la madre de todas las ciencias tiene una respuesta, tiene una pregunta. Pensemos en cómo las ciencias exactas hacen suya a la filosofía y como esta se inmiscuye en las primeras. Ahí, donde quepa el cuestionamiento es la tierra de la filosofía. Pero, en el sentido estricto, la filosofía tiene vedado un lugar: la tierra de la Teología.
Si bien, la filosofía pretende pensar a Dios como una realidad posible, como el Primum movens (Primer motor), esta idea abstracta no contiene ningún atributo más allá que una causa primera o principio primero, lo que se diga después, depende de la teología.
La filosofía llega a raspar al cielo, pero no puede entrar por sí sola a él. En todo caso, si esta quiere entrar es invitada por la teología. Y es que el carácter racionalizante de la filosofía ayuda a la teología a justificar los elementos de la fe, no están peleadas, son hermanas, aquí subyace un trabajo de equipo, que desde tiempo atrás fue tomado como un servilismo por parte de una para con la otra.
Moisés es una imagen que empata con la filosofía: una metáfora. La característica particular de la madre de todas ciencias es la racionalización de la realidad, su camino es el desierto.
La filosofía elimina todo sentir romantizado de los manuales de vida, más bien, por su carácter mismo de la racionalidad, la filosofía, genera vías alternas, respuestas, que conducen al ser humano una búsqueda del sentido de la vida en la tierra del ser. La filosofía no da esperanzas, teje un hilo delgado hacia una Tierra Prometida en la que solo tiene cabida por invitación.
En conclusión, nuestra razón, con la que hacemos filosofía, tiene el sentido de servir. La racionalidad y la racionalización de la realidad es un modo de servir en la tierra del ser y seguir siendo peregrinos hasta la Tierra Prometida.
- Ilustración: Vicente López Portaña