El viento nutre, es giratorio, la lluvia también, nos pertenece la noche, aumenta la luz, enciende un cigarrillo y deja en el aire unas plegarias para los seres queridos que ya no están, el otoño húmedo había llegado, en gotas de rocío quiere hundirse y mezclarse con la ceniza.
Había fumado unos cuantos cigarrillos, necesitaba ver más allá de esa oscuridad arbolada. Ellos nos llaman hoy desde su amante sombra, vamos a recobrar ese paciente imperio de la dicha. En cuanto nos rehusamos a admitir el carácter intercambiable de las ideas la sangre corre… el gusto de la bata y el café, y un cigarrillo por la mañana en la casa de ceniza.
¿Por qué habría de entregar su bondad a los muertos? La Divinidad debe vivir dentro de sí misma: pasiones de la lluvia o estados de ánimo con la nieve que cae. Porque cree que cae nieve, pero más bien es una lluvia convexa, anexada a la nada, como todo ahora, en este presente, que discurre como un río inoperante.
Provengo de un país que ya no existe y mis papeles no están en orden, mi único tema es lo que ya no está, y mi obsesión se llama lo perdido. Así recordaba que hablaba cuando disertaba micro clases en el Malba, las citas no paraban de venir y hoy tiene una cita con una chica donde irán al bosque a perderse en pensamientos que tal vez lleven la calma de un río evocando las piedras.
No podía entender qué había pasado, ni en qué se había convertido. Quizás un dios, quizás un mendigo, amorfo, arrastrando los pies por la vieja casa vacía, como un hombre de arena, como una araña atacando una colmena, como ese samurái que sale a la guerra, aunque sabe que va a ser derrotado. Ella no sigue por él, sino a sí misma.
Piensa en su carrera, piensa en esa condena que quedó flotando como una diatriba, como una ecuación polimórfica, escrutando los vagones abandonados.
Por qué siempre los vagones abandonados nos recuerdan que la herrumbre está persiguiéndonos desde nuestro nacimiento, como si hubiéramos nacido viejos ya y, no nos acordáramos cómo andar en bicicleta, ni tampoco supiéramos dónde empezar a soltar las lágrimas.
Todo está en los versos ajenos, lo demás es paja, como dice ese filósofo que sale en la tele.
El tiempo pasa en el momento en el que algo está lejos de mí, por eso les habla a las mujeres que están en otras provincias, necesita de esa cercanía discreta. Sabe que el sentido común es una mentira, pero discutir una mentira creíble es una empresa de titanes. Hace un frío que le parte la cara, pareciera como si el otoño hubiera dado un salto y hubiese venido directo el invierno.
Recuerda, en un lapsus aparente, cuando la valenciana le dijo que sabía más que cualquier profesor atado o no a paradigmas viejos, estratagemas caducos, que ya nadie utiliza, pero como tienen un cargo en un ámbito reducido, se les da la palabra, y son validados por otros inválidos que no tienen ni el mínimo interés por la literatura y que van a cursar sólo para poder ser mediocres profesores de aulas más mediocres aún, con gente que quizás tenga potencial pero verán esa llama apagarse gradual y cansina, por el simple hecho de que la carcoma social inducirá a que no afinen sus cualidades, como un tigre sin colmillos, encerrado en una jaula, masticando pan mojado.
No sabemos lo que viene, ha habido tiempos terribles, deshumanizados hasta la barbarie más irracional, pero ahora, corren inútiles albures, estériles, intransigentes. Lo sabe cualquier hijo de letrado, lo sabe cualquier hijo de obrero. Sólo quedan los cinchazos, para una caballería exhausta.
Cuánto vieron, sus ojos jóvenes, cansados ya, pero alertas y vivaces, activando el andar por calles que ni sabíamos lo nombres, pero sí la dirección, por eso fue a tantas librerías, fuimos y persistimos en la compra de libros y seguimos en ese ejercicio noble que es la lectura, arcaico como el lenguaje de los sumerios.
Prendió un sahumerio por simple repetición, porque le gustan los rituales, evocar fantasmas, que lo llamen, en la densa noche, por su verdadero nombre, a que escriba sus mejores páginas.
- Ilustración: Alfonso Cuñado