Vamos a algún lugar creyendo que todavía tenemos algo que esperar”.

“…y la puta creencia de que todavía tenemos algo que esperar”.

Ioshua / No volvamos nunca

Nunca habrá revolución sin evolución de conciencias, dice Canserbero. Para comprender (en parte, digamos un atisbo, una esquirla, una falange – se entiende) a César González y su obra, es fundamental conocer sus orígenes e influencias. El seudónimo que utilizó al comienzo de su carrera rinde homenaje al revolucionario cubano Camilo Cienfuegos y al militante sindical Domingo Blajaquis, asesinado en Avellaneda en 1966, un hecho trágicamente relatado por Rodolfo Walsh en el libro ¿Quién mató a Rosendo?

A los 21 años, González publicó su primer libro, La venganza del cordero atado, título que alude al disco Lobo suelto, Cordero Atado de la icónica banda de rock argentino Los Redonditos de Ricota. Al igual que los álbumes de esta banda, el libro fue ilustrado por el reconocido dibujante Rocambole.

Bien sabemos que las biografías de los autores nos interesan, sobre todo si están a la vanguardia. Sobre todo, esas dos palabras extrañas, esos conectores: ¿sobre todo sobre quién? ¿Sobre todos? ¿Sobretodo? Tampoco. En fin: somos artistas, somos poetas, somos hambre, somos casquillos… ¿quién dice casquillos? ¡Chascarrillos!

Somos tizas y balas perdidas en un baldío, somos el frío en los pies y en las manos de nuestras madres, somos el karma, somos las larvas de nuestro sistema nervioso, somos las células en reposo, somos eso que indaga, pero no somos comisarios ni emisarios de la muerte, somos el gerente insomne amante de las películas, somos ese que decide irse, somos ese náufrago. Lo que intento decir es que centrarse en la biografía y no en la obra no amerita, no tiene gracia, no hay que desgraciarse, tampoco hay que hacerse el loco, tampoco hay que pecar de soberbia. Proseguimos.

Para contextualizar este análisis, es fundamental comprender el concepto de posverdad. Como señala Guadalupe Nogués en su capítulo Las palabras y las cosas: “Y en la tierra baldía alrededor del abismo, en el territorio de cada tribu nombra como suyo, crece una semilla infecciosa: la posverdad”. Cada año, el Diccionario Oxford elige la “palabra del año

En 2016, esa palabra fue posverdad, definida como “las circunstancias en las que los hechos objetivos influencian menos a la opinión pública que las apelaciones a la emoción o a las creencias personales”. A fines de 2017, el término ingresó al diccionario de la Real Academia Española, pero así fue definido de modo ligeramente distinto: “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. (Nogués, 2018, Pensar con otros: Una guía de supervivencia en tiempos de posverdad).

La bióloga retoma una reflexión del crítico inglés George Steiner donde advertía en La muerte de la tragedia (1961) que el compromiso político “ya no es espontáneo y no responde a la realidad. Se congela alrededor de un núcleo de retórica inerte”.

El niño resentido, la novela de César González publicada por la editorial Reservoir Books en 2023, emerge como una crónica autoficcional descarnada, un testimonio proveniente de la Villa Carlos Gardel que disuelve cualquier velo romántico sobre la pobreza. La prosa de González es una incisión directa en la realidad, revelando una infancia donde la inocencia es asaltada por la precariedad y la cercanía al delito. La primera imagen, la de una madre y una tía fraccionando cocaína en la cocina, es una declaración de principios:

El departamento quedaba en la planta baja de unos monoblocks deteriorados de tres pisos color bordó. Yo recién había cumplido cuatro. Mamá tenía veinte años, como mi tía Irene, la dueña de casa. Estaban sentadas a la cabecera de la mesa, al fondo del comedor, cortando, fraccionando y envolviendo con prolijidad la cocaína en unos pequeños rectángulos de papel glasé de colores brillosos”. (González, 2023, p. 4).

Esta escena inaugural no es una anécdota aislada, sino la síntesis de un entorno donde la marginalidad económica se transforma en una normalización de la ilegalidad, un destino casi ineludible. En este contexto, la vulnerabilidad se cristaliza en frases como “Aún sigo sin saber nadar” (González, 2023, p. 5), que simboliza la falta de herramientas para flotar en un ambiente hostil.

La complejidad de esta vida, donde la creación se enfrenta a la brutalidad constante, es vívidamente retratada por el propio autor:

Pero a la vez es un ambiente que conspira contra la escritura y toda forma de interioridad. Acá adentro es difícil encontrar el silencio adecuado para una mínima concentración. Es imposible abstraerse del ruido histérico que sucede alrededor. A metros de la puerta de mi casa han caído pibes baleados y apuñalados, chocan autos y patrulleros luego de severas persecuciones. La sangre, el caos, la violencia policial y el aura de jóvenes destruidos respiran en mis ventanas mientras escribo esto. Me intimida la presencia de otros pibes que resucitan mi pasado. Me los cruzo todos los días a cualquier hora, haciendo sonar sus motos, paseándose brillantes y soberbios. Muchos de ellos van cayendo muertos; a otros, con suerte, se los llevan presos” (González, 2023, p. 7).

El autor no busca la victimización, sino la comprensión profunda de un contexto que define destinos. La inocencia, en este contexto, no es una cualidad inherente, sino un privilegio que se desvanece de forma temprana

González narra cómo el miedo y la violencia se internalizan desde la niñez, conformando una visión del mundo. La muerte es una presencia constante, como lo ilustra la frecuente mención de amigos y conocidos que “mueren en este libro” (González, 2023, p. 3), subrayando la fatalidad que acecha a la juventud de la villa. Este testimonio visceral, lejos de cualquier idealización, obliga al lector a confrontar las consecuencias humanas de la desigualdad estructural.

En contraste, El fetichismo de la marginalidad eleva la experiencia personal a una categoría de ensayo sociológico y de aguda crítica cinematográfica. César González profundiza en la fabricación social del marginal, argumentando que “El marginal no nace, se hace. Lo fabrica el sistema que lo excluye, lo demoniza y después lo utiliza como chivo expiatorio para no hablar de sus propias falencias” (González, 2021, p. 67).  

El autor, con una notable referencia al cine neorrealista, subraya la necesidad de una representación auténtica, afirmando que “Las cosas están ahí y no hace falta manipularlas” (González, 2021, p. 11), una máxima de Rossellini que retoma para criticar las visiones distorsionadas.

De hecho, González es explícito al denunciar la forma en que los medios construyen y perpetúan estos estereotipos:

La ironía de esta crueldad está en que las personas oriundas de la pobreza terminan queriéndose parecer a esos modelos de personalidad monocorde con que constantemente se las presenta en las películas y series. Muchos intentaran ser a imagen y semejanza de los maniquíes con que se los burla en las pantallas. En Argentina reinan los esquemas que producen, reproducen y actualizan constantemente estereotipos macabros. Poco importa la verosimilitud, la veracidad. Estos productos del cine y la tv lejos de ser cuestionados, cuentan no solo con una inmensa popularidad sino también con el amparo de críticos e intelectuales. La marginalidad es una mercancía fetichizada, a través de las imágenes que nos llegan a las pantallas se nos esconde la complejidad y contradicción de determinadas poblaciones” (González, 2021, p. 18).

Además, González profundiza en cómo la imagen se utiliza para manipular la percepción: “Se hace ver para creer y se hace ver para que la gente crea más de lo que ya creía” (González, 2021, p. 21). Esta construcción mediática de la realidad, donde la imagen es primordial, se entrelaza con una reflexión sobre el odio:

“¿Qué sería del sujeto sin el odio? ¿Qué sería del amor sin el odio? El odio es dios, está ahí, ahora, omnisciente, uniendo oriente y occidente. ¡Oh dios!, es casi decir ¡Odio! A los dos, al odio y a dios, se los convoca en ritos sagrados y en la lengua hispana solo un tornillo semántico no les permite ser la misma palabra. El odio, como dios, conecta deseos colectivos rizomáticos, es un impulso maquínico capaz de agenciar a millones de personas en menos de un instante” (González, 2021, p. 34).

En este sentido, resuena la perspectiva de Ricardo Piglia al señalar que “la legibilidad no es transparente y la literatura sólo existe como bien simbólico para quien posee los medios de apropiársela, es decir, de descifrarla

El propio Piglia, en su análisis sobre Arlt, observa la “miseria de signos narrativos” en la vida del asalariado:

Para Arlt es inútil escribir sobre el trabajo, porque el trabajo sólo produce miseria, es decir, miseria de signos narrativos. Los hombres que viven de su sueldo son mudos, se aburren, no tienen nada que contar, salvo el dinero que ganan” (Piglia, 1974).

Esta reflexión contrasta agudamente con la obra de González, que precisamente dota de voz y complejidad narrativa a las realidades marginales que el sistema busca silenciar. El camino de la apropiación que el crítico describe para Silvio en El juguete rabioso de Roberto Arlt, culmina cuando este recuerda otro fragmento de Rocambole, donde su héroe, encarcelado y azotado por los guardias, evoca su anterior vida de esplendor en París, lo que hace que sienta su cárcel como algo irreal, como si lo verdaderamente real fuera su vida anterior. Esto, según el crítico, hace que Astier termine de apropiarse de Rocambole, y de toda lectura en general. La búsqueda de esa trascendencia se condensa en la frase de Silvio: “busco un poema que no encuentro” (Piglia, 1973).

La obra de González, al surgir desde la propia experiencia, proporciona esos medios para una comprensión genuina de la marginalidad. De esta manera, el ensayo se convierte en una potente herramienta para desmantelar las narrativas hegemónicas y reivindicar la agencia y la voz de quienes son habitualmente silenciados.

En Entender un elefante, Guadalupe Nogués enfatiza que, para abordar problemas complejos, como la marginalidad, es necesario “ir más allá de las narrativas simplificadas que nos impiden ver el ‘elefante’ completo, es decir, la totalidad de los factores interconectados que generan una situación” (Nogués, 2022, p. 55).

Esta ignorancia conveniente, esta alienación contemporánea, este adormecimiento de las masas, esta negligencia política perpetua y global se alinea con la lógica de la posverdad, donde la complejidad es reemplazada por narrativas simples y controlables.

Escatológica diría Fisher, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. La era del resentimiento. Frente a este escenario, la pregunta acuciante se impone: ¿Cómo lograr extirpar este cáncer que se cree antídoto? En fin…

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