Como a todos lo que acuden, lo que me lleva siempre es una especie de tradición no escrita, de invariable ritual que me deja exhausto tras pagar el peaje necesario para el gozo de los sentidos. Y hoy, más que nunca, la disfruto con ojos nuevos.

Y nosotros salíamos ganando porque la feria de Zapotlán se hizo famosa por todo ese rumbo. Como que no hay otra igual.

Juan José Arreola

Las luces multicolores y la algarabía que se mezcla con los aromas traen consigo ecos del pasado. La memoria me devuelve niño entre el gentío, entre las olas de murmullos que no cesan en la feria. Ese festejo anual con el que celebramos el orgullo de ser leoneses.

Hoy la feria tiene variantes que uno no nota hasta que se contrastan con el paso y el peso de los años. Con los momentos previos que nos regresan de golpe al pasado, a los momentos que nos marcaron en la niñez, la adolescencia o la madurez. Y entonces todo va resurgiendo conforme uno avanza.

Escucho, como en el pasado, la tarabilla de los gritones que ofrecen en su letanía el clásico: “uno, y otro, y llévate uno más, y te damos otro” que precede a la venta de platos, vasos, cacerolas, cobijas y un largo etcétera.

Ahí siguen, tras largas décadas de surtir a miles de hogares con sus mercaderías; aunque ahora están a un lado del recién inaugurado estacionamiento, con seis niveles y sótano, de Explora, el parque de ciencias que abrió sus puertas en 1994.

En los jardines de Explora -ahora ‘conectado’ con el Poliforum- están dispuestos juegos mecánicos para niños, foodtrucks, una carpa multicolor totalmente abierta con sillas para sentarse a observar espectáculos de títeres, música, mapping y otras atracciones. En la misma zona se enclava también el clásico circo Robert´s -desde hace muchos años ya sin animales por la prohibición de 1995-.

Y un poco más allá, está el Foro del Lago. Un espacio donde se ha presentado ballet u ópera, y que en este 2020 durante la feria es escenario para la música y lo ecléctico. Los mismo un homenaje al pintor Francisco Toledo, que música tropical con Gabriel Hernández, un concierto de la cantante española Ana Torroja -ex vocalista de Mecano- o el Carmina Burana, interpretado por la Banda Municipal y el Coro del ICL.

Ese contraste de modernidad y tradición es recurrente en la feria. Junto a las tómbolas clásicas para ganarse cajas de galletas están simuladores 3D o de realidad virtual para viajar a la luna o tocar a los dinosaurios, por ejemplo

Imponente, la Velaria se alza como un barco del divertimento con cabida para 20 mil personas que esperan en las gradas o de pie el espectáculo en turno. El antiguo Teatro del Pueblo ha sido reinventado con macropantallas, tecnología de punta en las luces, sonido y medidas de seguridad.

Aquí, este año, comparten cartel Los Yonic’s -un popular grupo de baladas formado en 1970 en Guerrero- lo mismo que el DJ Steve Aoki -criado en Newport Beach, California-, quien desde 2009 sacude las grandes urbes del mundo con su música electrónica que va del EDEM hasta el moombahton.

Larguísimo, el corredor de alimentos hoy es un gozo interminable de glotonería. Tostadas de cueritos, guacamayas, tortas, tacos, gorditas, dorilocos, salchipulpos, elotes, tlayudas, huaraches, sopes, hot dogs, hamburguesas, crepas y un larguísimo etcétera de sabores, olores y contrastes culturales.

Como la nueva gran carpa donde se dispone ahora de cuatro terrazas de gastronomía y los pabellones para mostrar al visitante desde momias de Guanajuato, a los productos que se elaboran en Japón, Tamaulipas o San Miguel de Allende.

La interculturalidad es algo natural ahora. No sólo está expuesta en los nuevos pabellones. En los grandes salones del Poliforum -el antiguo Centro de Convenciones ahora convertido en un recinto de clase mundial para exposiciones, congresos y conciertos, entre otros- se aglutinan mercaderías e insumos de todas partes del mundo.   

Dentro, convergen también los contrastes de lo que ahora es Guanajuato, y León especialmente. Aquí ahora también se ofertan casas, desde las que se pueden comprar con el crédito de Infonavit hasta los nuevos clústers residenciales de acceso restringido. León ha crecido y sigue creciendo.

Al pasar por la modernizada Expo Ganadera el aroma del ganado me devuelve a la niñez, al paseo familiar por entre los terregales de la feria, al sabor de la manzana con caramelo en mi paladar, a sencillos juguetes de mano ahora ya anacrónicos, a un asombro infantil ante el carromato de los animales fenómeno o el tenderete polvoriento de la mujer-lagarto

Me llama la atención un puesto donde un par de jóvenes ofertan souvenirs de la ciudad. Camisetas, bolsos, gorras, tazas, entre otros, tienen como imagen la cabeza de un estilizado león que ruge y frases de una canción emblemática de José Alfredo Jiménez -al que la Secretaría de Cultura federal ‘ubica’ como jalisciense, generando la burla de todos, especialmente en Guanajuato- : “Bonito León. Donde la vida no vale nada”.  La identidad como motivo de orgullo.

Y ese orgullo guanajuatense es legendario. Aquí nació la Independencia de México, por ejemplo. Algo que se aprecia al ingresar en el Pabellón Guanajuato donde un mapa con trazos y rutas muestra nuestra riqueza económica y cultural. Y se patentiza más allá de la sofisticada propaganda gubernamental.

En tableros con cubos giratorios están dispuestos los detalles de los 46 municipios, con sus blasones y gráficos informativos. Elijo uno al azar y leo: “Cuerámano. Sus principales atractivos son La Galera o Quemada, el Molino de la Purísima, el acueducto, el casco de las ex haciendas de Tupátaro y de San Gregorio. Produce brócoli, tequila y trigo”. Un asomo rápido a lo que somos.

A un costado del ingreso al pabellón, donde dentro conviven lo mismo la oferta de dulces o artesanías tradicionales hasta la nueva joyería de diseñadores o la degustación de vinos y quesos guanajuatenses -un nuevo mercado gourmet que avanza por el mundo-, está el torno de madera de un alfarero tradicional de Dolores Hidalgo. Don Pedro muestra el arte de hacer vasijas, cuencos y otros artículos de barro.

Frente a él, a unos pasos, un brazo robótico de la empresa japonesa Kika -que asombró inicialmente a Guanajuato luego que también un brazo robótico interpreta una sonata al piano en la primera Hannover Messe celebrada en León el año pasado- crea con una pluma ‘pinturas’ de los visitantes que se acercan. En el estand están además operando impresoras 3D que fabrican a los ojos del espectador diversos objetos.

“De un viejo alfarero experto dolorense: Qué hermoso era el pasado, qué hermoso es hoy”, es parte del texto marcado sobre manta cruda que tiene a la vista don Pedro, quien ofrece algunas de sus piezas en barro crudo a quienes se acercan a verle trabajar en el torno

Afuera del Palenque -ahora convertido en una futurista edificación de acero y cristal que se alza imponente en mitad de la feria-, está dispuesto un carrusel con diseño decimonónico. La belleza de los caballos en suspenso galopar, las bombillas de luz amarilla incrustadas en el armazón de metal, las pinturas con paisajes bucólicos enmarcados en barrocos marcos dorados, ese giro elegante y cíclico como metáfora del tiempo.

Hoy existen diversas terrazas para beber y divertirse, un casino -que provocó una agria polémica hace 16 años cuando se anunció la intención de instalarlo-, y persisten los restaurantes y bares tradicionales donde los comediantes e imitadores dan su show. Me sorprende la limpieza en los baños y en toda la feria. No he visto basura en el piso -quizá porque hay cuadrilllas de personas limpiando permanentemente-. Algo que se agradece.

Lo tradicional y lo contemporánea se entrelazan. Hay prueba de ello no sólo en los espectáculos, en los espacios, en el comercio, en la comida, en los juegos mismos donde arrojar los aros a botellas -una suerte antiquísima- pervive hoy con la moderna entrega de regalos electrónicos (smartphones, videojuegos, etc.).

Hoy la tolerancia es visible, las opciones son tantas, los pensamientos tan diversos; las migraciones han nutrido a León y la feria con todo su simbolismo y oferta, una muestra de que la ciudad es hace tiempo una metrópoli.

Suspendido, a decenas de metros, sobre la canastilla de la gigantesca rueda de la fortuna observo la ciudad que avanza como un desbordado río de luces rumbo al Oriente

Pienso en la modernidad y la pujanza de esta tierra que alguna vez fue la segunda ciudad más importante de México y que fue destruida por el agua con la Inundación de junio de 1888; aunque renació orgullosa de entre la tragedia y los escombros.

En cómo se ha transformado esta ciudad que fundó Juan Bautista Orozco un 20 de enero de 1576, con dos villas habitadas por otomíes en el Barrio de San Miguel y chichimecas en el Barrio de El Coecillo.

En su ascenso y caída hacía el siglo XIX, en su renacimiento a partir del siglo XX, en sus orígenes económicos que se remontan a la curtiduría, en el surgimiento de picas y fábricas de calzado, en la pelea por la democracia el 2 de enero de 1946 que derivó en una matanza, y en el empuje para propiciar el cambio político local en 1989, primero, y en 2000 luego el nacional, con los aciertos y las torpezas de sus políticos.

En cómo hoy estamos llenos de universidades, parques industriales, plazas, centros comerciales, hospitales, un moderno distribuidor vial y un Eje Metropolitano, modernas ciclovías, en el Forum Cultural -uno de los centros culturales más importantes del país-, en todo lo que está cambiando.

Mientras una brisa helada acaricia mi rostro observo los ojos brillantes de mi hijo maravillado ante el río de luces, sentado frente a mí en la canastilla de la rueda de la fortuna -metáfora de la vida- y me invade un estremecimiento. Me pregunto cómo recordará este momento en el futuro, cómo será la ciudad que habite, cómo evocará este ritual familiar de pasear por la feria, cómo disfrutará el carrusel de la vida.

A final de cuentas, hay un refrán viejo llevado a la novela La Celestina, de Francisco de Rojas, -con diversas versiones sintácticas- que resume este ejercicio de escritura: “Cada uno habla de la feria según le va en ella“.

  • Foto: Ruleta Rusa