Quizás porque su niñez sigue jugando en la arena del Mediterráneo, tan suyo y tan de nadie.
El oleaje que acunó su infancia lo evocaría Serrat en 1971 con la producción discográfica del mismo nombre del mar que lo consagra como un cantautor de culto, popular y sobre todo aquel que supo entrelazar para siempre y desde siempre la poesía con la canción de autor.
El álbum no sólo es el más conocido de Joan Manuel Serrat, quien para entonces tenía tan sólo 28 años, también se trata del trabajo que lo afirmó en la escena mundial como un trovador prolífico, atrayente, sencillo.
Pero la fama del ‘Nano’ empezaría a fraguarse casi una década antes, en los sesenta
Para entonces, España atravesaría una época de cambios. Se derribaban, o intentaron derribarse, barreras como la discriminación racial en el mundo, la despenalización moral del sexo antes del matrimonio, la homosexualidad como una enfermedad, y el régimen franquista. Llegaban los aires británicos y estadounidenses de la música rock, vindicaban la alegría y su defensa; el delirio del baile con el Twist and shout de los Beatles.
En mitad de ese mundo convulsionado por la música, el cine, la poesía y las revoluciones, despuntó un Serrat que se comprometía con la autonomía política de Cataluña y con la ternura hecha canciones.
Aventura en castellano
Sus temas, elegidos y más que escuchados por un público íntimo pero fiel, hacían referencia al campo, al amor y las mujeres.
Su talento, como instinto nato, tan inevitable, debía buscar nuevas maneras de expresión, además del catalán
No sería sino hasta 1967 cuando emprende la aventura de escribir y cantar en castellano, ofreciendo en la radio obras memorables como El titiritero, Poema de amor o Tu nombre me sabe a yerba.
Censura y un mar de éxitos
La fama y el éxito fueron entonces una transición apenas natural producto de su encanto tanto personal como melódico. Su nombre se volvió un sinónimo de calidad y calidez.
La enorme popularidad de sus canciones y su voz grave, sostenida, empezaba ya a ser un fenómeno en España, tanto así que fue escogido para representar a su país en el Festival de Eurovisión, en 1968. Joan Manuel acabaría negándose más tarde porque los productores no quisieron que él cantase en catalán. Optarían entonces por la cantante Massiel, que ganó la competición en su lugar y con el tema ‘La, la, la’, que había grabado primero Serrat.
El autoritarismo del régimen franquista lo relegaría a la censura en televisión y radio, pero tal inconveniente sería apenas el punto de partida para uno de sus más ambiciosos proyectos del momento: musicalizar los poemas de Antonio Machado (1969) y Miguel Hernández (1972).
La poesía fue la plataforma desde la que emergió con fuerzas renovadas aquel “soñador de pelo largo”, como se autodefiniría en la letra de la canción Señora, cuando tenía todavía edad de yerno.
La conexión poética
El álbum ‘‘Dedicado a Antonio Machado, poeta’ sirvió en buena parte para dar a conocer la obra del representante más joven de la Generación del 98 española. De ahí quedaron, quedan y quedarán los versos inmortales del tema Cantares y su popular: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
El Long Play, editado en 1969, obtuvo de inmediato y contra pronóstico (por parte de la misma productora Zafiro/Novola) la complicidad de un público que trascendió hasta Latinoamérica, y que empezaba a acostumbrarse a ser conmovido con metáforas.
Un año después y tras un viaje transoceánico ganaría el Festival de Río de Janeiro con la canción Penélope, que escribió junto a su amigo Augusto Algueró. El tema vaticinaba el gran éxito comercial que vendría un año después con Mediterráneo, del cual se desprende su canción homónima, elegida como la mejor canción de pop español por la revista Rolling Stone en 2010, y considerada como la mejor canción de la historia de la música popular en España.
“Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero”, admite Serrat en ese manuscrito convertido en himno inmortal, desde donde pide que lo entierren entre el cielo y la playa, con vistas al mar
Su querido y triste mar, como lo llamaría después en el tema Plany al mar (lamento al mar) en el que hace apología a su conservación.
“Cuna de la vida, camino de sueños y puente de las culturas. ¡Ay quién lo diría que eso fue el mar! Miradlo hecho una cloaca, miradlo cómo va y cómo viene sin parar, parece mentira que de sus entrañas naciese la vida. ¡Ay quién lo diría sin rubor!”.
Llegó con la marea
Con el mar, entre el vaivén y la espuma, llegaron más canciones como Aquellas pequeñas cosas, Lucía, La mujer que yo quiero o Pueblo Blanco. Cada una con un fulgor especial, con un sabor a metal y melancolía, pero todas dan cuenta del mismo Serrat que aseguró haber empezado a tocar la guitarra para «cogerles el culo a las niñas de su generación».
El suyo ha sido un camino artístico poblado de homenajes a poetas como Federico García Lorca, Rafael Alberti y Mario Benedetti, entre otros muchos.
Concurrido también en soledades, boleros, exilios, tangos y renuncias. Serrat ilumina con un sol propio tan incandescente como su andadura musical. Basta escuchar una canción, tan sólo una, para ser seducido por un embrujo natural, que se deriva del arte como certeza.
Un arte que, como él mismo, llegó con la marea, ondulándose desde un azul profundo.
*Ruleta Rusa agradece las facilidades de nuestra revista aliada Otras Inquisiciones para la publicación de este artículo.
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