Dos son los campos de escritura del autor colombiano Gabriel García Márquez, a saber: el periodismo y la ficción narrativa.
Dentro del periodismo cultivo la crónica y el reportaje y desde la ficción el cuento, la novela corta y las novelas de largo aliento, y dentro de estas últimas, las obras de tema histórico y las de invención pura, para decirlo de algún modo.
Entre los volúmenes de cuentos resaltan Los funerales de la Mama Grande (1962), Ojos de perro azul (1972) donde recoge sus primeros cuentos; La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972) y Doce cuentos peregrinos (1992); entre sus novelas cortas La hojarasca (1955), La mala hora (1962), El coronel no tiene quien le escriba (1961), Crónica de una muerte anunciada (1981), Memoria de mis putas tristes (2004) y Del amor y otros demonios (1994).
Entre las novelas de largo aliento están su obra maestra Cien años de soledad (1967), El amor en los tiempos del cólera (1986); dentro de las novelas de tema histórico El general en su laberinto (1989) y El otoño del patriarca (1975).
De su obra periodística resaltan las colecciones reunidas en varios volúmenes como Crónicas y reportajes (1976), Textos costeños (1981) y de manera independiente los textos Relato de un náufrago (1970), Viaje por los países socialistas (1978), Cuando era feliz e indocumentado (1973), Chile, el golpe y los gringos (1974), La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile (1986).
También están sus textos sobre temas artísticos, reunidos bajo el título de La soledad de América Latina. Escritos de sobre arte y literatura 1948-84 (1990), y la colección El amante inconcluso y otros textos de prensa (2000); el voluminoso reportaje Noticia de un secuestro (1996) y finalmente el extenso registro de sus memorias, editadas bajo el nombre de Vivir para contarla (2002).
Sobresale el recurso de una adjetivación brillante, la elegancia musical de su estilo, el pleno dominio de la anécdota y el humor, convirtiéndole en uno de los fenómenos literarios más notables de la literatura latinoamericana del siglo XX.
A ello se agregó la simpatía personal de García Márquez, su sinceridad, honestidad y personal manera de abordar asuntos sociales, políticos y culturales del mundo que le tocó vivir.
Su nombre se sumó a una constelación de narradores que, en cada país de nuestra América, fue renovando la ficción desde las décadas iniciales del siglo XX, haciendo irrupción en los años 50 y 60 con resultados diversos y complejos (bien aprovechados por la industria editorial de España bajo el nombre de Boom), bien enraizados en asuntos sociales, políticos y culturales de cada país y, en muchos aspectos comunes a todos ellos, como fueron los problemas de la tierra (los terratenientes, el latifundio), la explotación del indio y el negro (el esclavismo), de los recursos naturales, la lucha de clases, la ausencia de justicia social o el autoritarismo político, se conjugan para hacer de nuestro continente un territorio que exige nuevos modos de asumir las necesarias transformaciones sociales y políticas, tomando en cuenta nuestros propios rasgos culturales.
En el caso de García Márquez, las aportaciones fundamentales de su discurso son quizá el frecuente uso del humor, de los recursos poéticos y musicales (especialmente de la modalidad del Vallenato) y de una imaginación que roza zonas inusitadas de nuestra espiritualidad, las cuales dieron lugar al concepto del realismo mágico y de lo real maravilloso que ya venían incubadas en obras como La Vorágine de José Eustasio Rivera, Canaima de Rómulo Gallegos, Los pasos perdidos de Alejo Carpentier o Pedro Páramo de Juan Rulfo, entre otras.
En el terreno del humor éste se desarrolla bajo el abrigo de una imaginación cálida, propia de la tierra caliente del caribe colombiano de donde es oriundo García Márquez, específicamente de la parte costeña de Aracataca, Barranquilla y Cartagena, en cuyo interior anímico se gesta una poderosa necesidad de cambio social, cuestionadora del aparato ideológico, a través de un sentido elevado de la sensibilidad popular, sus sueños y deseos de convivencia.
Los personajes manejados por García Márquez pueden convertirse en prototipos o quintaesencias de lo popular; se van conformando en el corpus del relato de modo magistral, transmitiendo una sensación de frescura y una inventiva extra-ordinaria, que lo lleva a convertirse en uno de los autores más leídos y traducidos del mundo, merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1982.
II
Luego de una ardua curaduría de la obra, esta salió publicada por la editorial Penguin Ramdom House, causando un revuelo debido al permanente cotejo que hacen los lectores en relación a obras suyas de ficción anteriores, llegando a incluso a ser considerada por muchos no sólo obra menor, sino de escaso valor literario, cuestión absurda.
Se trata de un relato corto capitulado donde se percibe claramente el estilo y el mundo del gran narrador colombiano, sólo que esta vez desarrolla una historia urbana, muy alejada de los espacios rurales de pueblos pequeños (su autor tuvo el cuidado de no precisarlo geográficamente), abandonados o solitarios, protagonizado en esta ocasión por personajes de una clase social cultivada, cuyo tema central es el deseo de vivir y disfrutar de la existencia, más allá de los convencionalismos sociales o familiares.
En este caso, nos encontramos frente a retratos físicos minuciosos, entreverados al perfil psíquico de cada personaje, alternando descripciones externas sobre el medio ambiente con pensamientos y sensaciones personales, hasta lograr un contrapunto donde se mixturan anhelos, recuerdos, sueños o expectativas de cada uno de ellos.
Los perfiles, rotundamente dibujados, comienzan a tomar vida desde los primeros párrafos mediante una operación de narración superpuesta, simultánea, que combina el entorno del personaje con sus pareceres o sentimientos. El narrador procede con la técnica del suspense o desenlace diferido, en el logro de un texto redondo, cerrado sobre sí mismo en lo formal, aunque abierto a diversas lecturas.
A ello se agrega la circunstancia de que García Márquez enfermó mientras trabajaba en los originales de su obra postrera, en medio de un cáncer linfático y un Alzheimer corrigió varias veces los manuscritos de manera obsesiva, entrando en crisis varias veces hasta el día en que, ya cansado, dictamina que la obra no tiene valor y debe destruirse. Dejó todo ello al criterio de su familia, la cual, una vez fallecido su autor, contrató a un experto para que revisara y ensamblara los originales de la obra a objeto de darles forma definitiva.
También está la otra circunstancia respecto a agosto, mes dilecto de nuestro escritor, pues en éste parecían haber ocurrido varios incidentes gratificantes, comenzando por la admiración hacia una novela de su maestro William Faulkner titulada Luz de agosto, reconociendo el influjo de Faulkner como de primera importancia en la literatura latinoamericana, además de ser la aldea imaginaria de Yoknapatawpha uno de los embriones para la creación de Macondo. La luz de agosto es en todo caso la luz del verano boreal en el sur profundo de Faulkner. El influjo del escritor estadounidense no se produce en el plano de las técnicas narrativas (que Faulkner hereda de James Joyce), sino en el perfil o dibujo de personajes y espacios.
Por otra parte, y debido a una serie de casualidades, sus familiares habrían decidido realizar el lanzamiento editorial de la obra en un agosto (su esposa Mercedes falleció un agosto y el Gabo la estaría esperando en el más allá, “allá en agosto nos vemos”), y estas circunstancias aleatorias fueron conformando una suerte de leyenda que probablemente hubiese sido del gusto de nuestro escritor.
El personaje central del relato, Ana Magdalena Bach, de cuarenta y seis años, proviene de una familia cultivada de músicos con una carrera en artes y letras, lectora de buenas novelas como el Drácula de Bram Stoker, las Crónicas marcianas de Bradbury, El año de la peste de Daniel Defoe o la Antología de Cuentos breves de Borges y Bioy Casares, entre otros.
Ana Magdalena disfruta de la música clásica y tiene muchos deseos de saborear la vida. Va cada año en agosto, cuando su madre cumple años de fallecida, a la isla cercana a depositar un ramo de gladiolas en la tumba, aprovechando en tales ocasiones para tener aventuras fuera de la rutina del matrimonio; casada con Doménico Amaris, de cincuenta y cuatro años, director de un Conservatorio Musical y todo un bon vivant, también con tendencias hedonistas que, en medio de sus regustos musicales y teatrales, hace una relativa buena pareja con Ana Magdalena.
Veamos, al inicio de la segunda parte, cómo el autor describe a este personaje:
“Nunca más volvería a ser la misma. Lo había vislumbrado en el trasbordador de regreso, entre las hordas de turistas que siempre le habían sido ajenas y que de pronto y sin motivos claros se le volvieron abominables. Ella fue siempre una buena lectora. Le había faltado poco para terminar la carrera de Artes y Letras, y leyó con rigor lo que tenía que leer, y siguió leyendo lo que más le gustaba: novelas de amor de autores conocidos, y mejor cuanto más largas y desdichadas. Siguió largos años con novelas cortas de cualquier género, del orden de El lazarillo de Tormes, El viejo y el mar, El extranjero. Detestaba los libros de moda y sabía que el tiempo no le alcanzaba para ponerse al día. En los años recientes se había metido a fondo en ls novelas sobrenaturales. Pero aquel día se había tendido al sol en la cubierta y no pudo leer ni una letra, ni pensar en nada distinto de la noche anterior.
“Los edificios del puerto, tan familiares y esbeltos desde sus años de colegiala, le parecieron ajenos y carcomidos por el salitre. Tomó en el muelle un autobús de servicio público tan decrépito como los de sus años escolares, atestados de pobres y con el radio a un volumen de carnaval, pero el de aquel mediodía le pareció más incómodo que nunca, y por primera vez le molestó el mal olor y el tufo de establo de sus pasajeros. Los bazares tumultuosos del mercado público, que desde niña tuvo como muy suyos y donde apenas la semana anterior había estado de compras con su hija sin el menor sobresalto, la estremecieron como las calles de Calcuta”.
Ana Magdalena y Doménico tienen una hija díscola y encantadora llamada Micaela, también con gustos similares a los de sus padres o aún más atrevidos, razón por la cual ellos se preocupan de algún exceso o desborde que su hija pueda cometer, y traerle consecuencias fatales. En efecto, la aparición de Micaela en la novela dota de mayor verosimilitud (por su personalidad deseosa) de la obra y termina de construir la historia de esta familia pequeño burguesa, que viene a coronar la mirada incisiva de García Márquez sobre uno de los temas recurrentes en su obra: el erotismo. De hecho, en varias de las páginas de este relato las alusiones eróticas son prolijas y fascinantes.
“Subió a la habitación con el terror delicioso que no había vuelto a sentir desde su noche de bodas. Encendió el ventilador, pero no la luz, se desnudó en la oscuridad, sin detenerse, y dejó el reguero de ropa en el suelo desde la puerta hasta el baño. Cuando encendió el foco del tocador tuvo que cerrar los ojos y aspirar hondo para regular la respiración y el temblor de las manos. Se lavó el sexo a toda prisa, las axilas y los dedos de los pies macerados por el caucho de los zapatos, pues a pesar de los sudores de la tarde no había pensado bañarse hasta el día siguiente. Sin tiempo de cepillarse los dientes se puso en la lengua una pizca de pasta dentífrica y volvió al cuarto iluminado apenas por la luz diagonal del tocador”.
La aventura resulta para Ana Magdalena tan extra-ordinaria, que tal incitación se convierte en el tema central de la novela: el deseo de vivir una aventura erótica es el acicate accional de la narración, la razón para seguir en la lectura. Pese a que su marido Doménico advierte en ella, a su regreso, cambios en sus hábitos y alteraciones en la personalidad, él no la acosa con nuevas preguntas. También aquí aparecen los conflictos de la hija Micaela, los cuales no hacen sino corroborar los deseos hedonistas irreprimibles de la familia. En alguna parte del relato, García Márquez describe a Doménico del siguiente modo:
“Se llamaba Doménico Amarís, un hombre de cincuenta y cuatro años, bien educado, guapo y fino, y Director del Conservatorio Provincial desde hacía mas de veinte años. Al margen de su excelente calificación de maestro, era un seductor de salón y un caricaturista musical capaz de salvar una fiesta con un bolero de Agustín Lara en el estilo de Chopin o un danzón cubano al modo de Rajmáninov. Había sido campeón universitario de todo: canto, natación, oratoria, tenis de mesa. Nadie contaba un chiste mejor que él ni conocía mejor que él los bailes raros como la contradanza, el charlestón y el tango apache. Era un prestidigitador atrevido que en una cena de gala en el Conservatorio Provincial hizo salir de la sopera un pollo vivo y aleteando cuando el gobernador la destapó para servirse. (…) Su carrera de bromista duro estuvo a punto de culminar en catástrofe, cuando convenció a las Gemelas García de que se intercambiaran los novios, y ambos estuvieron a punto de casarse con la que no era”.
Mientras que a Micaela la describe así:
“La única preocupación familiar, en realidad, era el comportamiento de la hija, Micaela, una díscola encantadora, seguiría empeñada en convencer a sus padres de que ser monja en estos tiempos no era lo mismo que antes, y estaba segura de que en los albores del tercer milenio se acabaría hasta con el voto de castidad. Lo más curioso es que su madre se oponía a su vocación por motivos distintos que el padre. Para éste era un asunto sin importancia pues ya sobraban músicos en la familia. La misma Ana Magdalena había aprendido a tocar la trompeta, pero no pudo. Toda la familia sabía cantar, pero en el caso de la hija, el problema era que había adquirido la feliz costumbre de no dormir de noche. La situación hizo crisis cuando desapareció todo un fin de semana con su trompetista mulato”.
Justamente, estos deseos de placer de la familia son los que activan (y a veces precipitan) los sucesos de la narración, en este caso más que justificados por producirse en ambientes dados al hedonismo propio de las clases aristocráticas o pequeño burguesas, que en América Latina tienen características propias, máxime si se producen en escenarios “exóticos” como el Caribe, en pleno calor o fogaje del trópico.
En agosto nos vemos, una vez se ha producido el primer encuentro erótico de Ana Magdalena Bach con uno de sus amantes en un hotel de la isla, ella decide en los agostos de años subsiguientes mantener la costumbre, tomando como pretexto el ir a llevar flores a la tumba de su madre, para seguir alimentando su frenesí erótico con otras aventuras, y así dejar fluir su libido, su capacidad de disfrutar de la vida, aun sabiendo de las sospechas de su marido.
En cada capítulo, García Márquez nos prepara para presenciar una nueva aventura sexual, una vez Ana Magdalena ha comprobado y sopesado el funcionamiento de su esquema de visitas a la isla con su doble propósito familiar/erótico, para luego exhumar los restos de su madre y regresar con ellos a su casa.
En los breves capítulos que integran el relato, advertimos los picantes diálogos, las admirables descripciones y las coloridas pinceladas de atmósfera tropical que caracterizan al estilo literario del autor. Por lo demás, la novela mantiene una buena dosis de humor, diálogos graciosos y situaciones sorpresivas que la convierten en una pieza narrativa muy sugestiva.
También está presente en ella ese fatum de la muerte, de lo inevitable del destino humano, cuando al final Ana Magdalena regresa a su casa arrastrando los huesos exhumados de su madre: hay allí una imagen muy poderosa de convivencia entre vida y muerte. Por respeto al lector no citaré aquí el párrafo final del libro, aunque si parte de su crescendo último:
“El celador y un sepulturero de alquiler desenterraron el ataúd y lo abrieron sin compasión con las artes de un mago de feria. Ana Magdalena se vio entonces a si misma en el cajón abierto como en un espejo e cuerpo entero, con la sonrisa helada y los brazos en cruz sobre el pecho. Se vio idéntica y con su misma edad de aquel día, con el velo y la corona con que se había casado, la diadema de esmeraldas rojas y los anillos de boda, como su madre lo había dispuesto con su último suspiro. No sólo la vio como fue en vida, con su misma tristeza inconsolable, sino que se sintió vista por ella desde la muerte, querida y llorada por ella, hasta que el cuerpo se desbarató en su propio polvo final y sólo quedó la osamenta carcomida que los sepultureros desempolvaron con una escoba y la guardaron sin misericordia en un saco de huesos”.
Por otro lado, hablando del influjo ejercido por García Márquez en la narrativa latinoamericana, se pudiera decir que ésta lleva implícita la conciencia histórica, no solamente la literaria. Nuestro autor es deudor de una tradición de novelas tanto de México como de Venezuela, Ecuador o Perú, sólo que en la escritura del colombiano aparece el ingrediente fantaseador propio de los pueblos del caribe, deudor, a su vez, del sustrato africano y aborigen como del elemento europeo hispánico, donde se acrisola nuestra etnia mestiza, todo ello en una obra de amplio registro cultural, donde se ponen en escena asuntos y problemas más vastos mediante personajes de ficción, con lo cual tales dilemas cobran mayor vida.
Ya no es el García Márquez de mundos arcádicos y lejanos, de héroes cotidianos o militares perdidos en la geografía americana, sino de personajes citadinos o metropolitanos; aun así, García Márquez mantiene el mismo frisson en su lenguaje, a objeto de enriquecer el mundo costeño mágico que siempre le caracterizó.
III
Aprovecho estas líneas para resaltar el recuerdo de un encuentro con el “tocayo” Gabriel (así me dijo, cuando le conocí en Caracas, en 1974) que tanto influjo ejerció en nuestra generación de narradores, no solamente debido a su notable don literario, sino también por haber vivido y compartido años en Venezuela como reportero en varios diarios de la capital.
Mucho después, luego que su prestigio creció –también como persona simpática y ocurrente–, se dejó venir por Venezuela a visitar amigos como Miguel Otero Silva, Salvador Garmendia o Domingo Miliani, o cuando vino a nuestra ciudad capital en busca de información para su novela sobre El Libertador El general en su laberinto, y le vimos acompañado de Vinicio Romero Martínez, Néstor Tablante y Garrido y Eduardo Liendo buscando datos en Biblioteca Nacional de Caracas, donde tuve ocasión de saludarle de nuevo. Muchos saben cuánto cariño mostró García Márquez hacia Venezuela y el pueblo venezolano.
Consigno aquí mi admiración hacia su obra, tanto periodística como de ficción, donde los personajes parecen superar el plano de lo inmediato y cotidiano, para internarse en una zona del imaginario popular ancestral, dibujando una suerte de metafísica nuestra, deudora de una espiritualidad con elementos, mitos y símbolos mezclados de lo aborigen, lo europeo y lo africano, en cuyo discurso se superan las narraciones de tesis y los costumbrismos insistentes, como bien lo logra en sus obras El coronel no tiene quien le escriba, los cuentos de La cándida Eréndira y en su opera magna Cien años de soledad.
La prosa de García Márquez casi nunca decae en frescura y sugerencia, ni en elegancia estilística, sin dejar de ahondar en temas sociales, políticos o culturales, creando metáforas humanas poderosas dentro de los motivos del amor, el poder, el tiempo, el esfuerzo humano, la melancolía o la soledad: todos tamizados por esa calidez y esa sensualidad del trópico, con la frescura y alegría de vivir que muestran nuestros pueblos latinoamericanos, deseosos de trascender como entidades portadoras de elementos más humanos y sensibles, más allá de los prototipos y los moldes occidentales.
Abril 2024
- Ilustración: David Heras
- Foto: Gabriel Jiménez Emán