Las mentes realmente originales son aquellas que ven lo mismo desde otra perspectiva.

Cuando Guillermo del Toro era un niño, vio la película Creature from the Black Lagoon en clave de tragedia romántica y no de terror. Gill-man sólo deseaba ser amado por Kay. Cuando recientemente Universal le ofreció dirigir el remake del filme, del Toro pasó pues los ejecutivos no apoyaron su idea de terminar la película con la mujer enamorándose de la bestia. Mejor para todos, pues esto nos dio The Shape of Water.

Ambientada a principios de los años 60, en medio de la Guerra Fría, cuenta la historia de Elisa (Sally Hawkins), una mujer huérfana con un pasado misterioso quien quedó muda pues cortaron sus cuerdas vocales (constantemente vemos una cicatriz en su cuello). Trabaja como intendente en un centro de investigación del gobierno en Baltimore, vive sola y sus únicos dos amigos y contactos con el mundo son Gil (Richard Jenkins), un artista gay sin éxito y obsesionado con un joven vendedor de pasteles; y Zelda (Octavia Spencer), una compañera de trabajo negra que sobrelleva los comentarios racistas casuales con un invencible sentido del humor.

Un día una criatura (Doug Jones) es traída a las instalaciones. Se trata de un humanoide anfibio capturado en el Amazonas por el coronel Richard Strickland (Michael Shannon), quien bajo las órdenes del general Hoyt (Nick Searcy), deberá investigar a la criatura y su sistema respiratorio para obtener alguna posible ventaja en la carrera espacial contra los soviéticos.

Los métodos de Strickland son crueles. Tortura constantemente a la criatura usando una picana eléctrica para ganado y su deseo es matarla y diseccionarla para acabar rápidamente con lo que él considera una abominación. A él se opone su subordinado, el científico Robert Hoffstetler (Michael Stuhlbarg), quien admira a esta forma de vida extraordinaria y es mucho más compasivo que su jefe (aunque también él tiene sus propios planes). En contraste con todo ello, Elisa se sentirá fascinada por la criatura y aprovechará su encargo de limpiar el área del tanque para establecer una amistad con Gill-man. Le lleva huevos hervidos, le pone música de Benny Goodman, le enseña el lenguaje de señas y hasta baila con él, aunque les separe un tanque. Es decir, un romance clásico si ignoramos escamas y agallas.

The Shape of Water, como mucho de lo que hace Guillermo del Toro, desafía géneros. Es ciencia ficción, es fantasía, es una película de intriga y espionaje internacional, es… ¿qué es? Una historia de amor

Elisa y la criatura representan una versión contemporánea de diversos cuentos de hadas.

No revelaré más de la trama, en parte para no arruinar sorpresas; pero sobre todo porque a pesar de involucrar varias subtramas y de hacer coincidir tropos de distintos géneros y técnicas cinematográficas de varios periodos del cine; The Shape of Water está contada con tanta elegancia que del Toro logra desenredar el complicado nudo que ha hecho en un solo movimiento, como si fuese un moño de seda.

El arte detrás de la magia

La película, como el agua, fluye. Del Toro quería hacer un homenaje a los clásicos de la era dorada de Hollywood y a los musicales, pero no tanto en el contenido como en la forma. Los escenarios son o bien grandiosos o preciosistas. Los movimientos de cámara y la edición siguen la pulsación de la narrativa, siendo a veces sutiles como una caricia o implacables como un disparo. Una paleta de colores que oscila entre el verde acuoso y frío de la criatura y los dorados cálidos de Elisa lo permean todo en la pantalla y la fotografía de Dan Laustsen se une a la banda sonora de Alexandre Desplat melodiosamente, de manera que al salir del cine difícilmente uno recordará imágenes sin recordar música.

Testimonio del trabajo y la planeación que hay detrás de The Shape of Water es el traje de la criatura. Tres años se llevaron en el diseño y construcción del traje (con todo y ajustes de color recomendados por James Cameron). Quienes vean la película creerán que buena parte es CGI, pero lo único que hicieron las computadoras en este caso fue agregar los parpadeos y retocar los resultados finales. Incluso las agallas de Gill-man se movían a control remoto.

Los ojos, en palabras de Del Toro, son como piezas de orfebrería

Los ojos son las ventanas del alma.

Y hablando de ojos, vayamos al reparto. Es un hecho conocido que Guillermo del Toro suele elegir a sus actores por sus ojos. “Las palabras mienten, las miradas no”, ha dicho el director.  Y para esta película esto era crucial. A pesar de tener sólo dos personajes mudos (Elisa y la criatura), The Shape of Water saca lo mejor de sus histriones a través de los ojos. Si uno presta atención, por debajo o por encima del diálogo que escuchamos hay otro hecho de miradas: La mirada entre tristona y atarantada de Richard Jenkins, la mirada a la vez penetrante, socarrona y benévola de Octavia Spencer, el brillo entre desesperado y compasivo en las pupilas de Stuhlbarg y los inconfundibles ojos de Michael Shannon, ojos que en este filme muestran más talento que el existente en el cuerpo entero de tantos otros actores.

Aunque, sobra decirlo, en este apartado quien se lleva todas las palmas es Sally Hawkins quien entrega una actuación perfecta, actuando con todo su cuerpo, pero sobre todo con su cara, evocando a las mejores actrices del cine mudo y recordando lo que Gloria Swanson dice en Sunset Boulevard sobre la era de los filmes silentes: “No necesitábamos diálogo. ¡Teníamos rostros! Y ya no hay rostros así”. Hawkins trae esos rostros de vuelta. ¡Y sus ojos! Los ojos de Hawkins tienen las mejores líneas de la película.

Su mirada habla de su curiosidad infantil, de su alegría, de su desesperación, de su melancolía, de su dolor, de su deseo, de su amor

La mirada de Elisa es avasallante.

Pocas veces en el cine reciente alguien ha construido un romance tan sincero y es porque en él no hay palabras. Ella es todo ojos, manos y pasos de baile y él, (ese magnífico Doug Jones con su pantomima impecable, digna de los clásicos), todo movimientos largos y taciturnos, y también (sorprendentemente) todo miradas acuosas de amor y descubrimiento. Es por eso que, a pesar de la estridencia y la desesperación que recorre la película como una ventisca, la voz del amor de Elisa y la criatura siempre resuena por encima de todo: las palabras mienten, las miradas no.

La reinvención de la fantasía

Aunque The Shape of Water está llena de referencias y guiños para cinéfilos y melómanos, hay dos intertextos especialmente significativos que me gustaría resaltar, sobre todo porque hasta ahora no he leído una reseña que explore esto más a fondo y creo que es crucial.

Aquí, Guillermo del Toro deconstruye y rehace dos viejas fábulas románticas. En primer lugar y quizás más obviamente, La Bella y la Bestia. La clásica historia en la que el amor triunfa sobre la apariencia… más o menos. Este cuento de hadas siempre ha tenido sus mensajes problemáticos: la mujer es bella, de manera que está bien que una mujer hermosa ame a un hombre feo, pero no viceversa. La apariencia de la mujer sigue siendo importante.

En segundo lugar, el hombre termina retomando su apariencia de príncipe apuesto, así que, de nuevo, la perfección física sigue prevaleciendo. Y lo que es quizá peor: el hombre encierra al padre de la mujer, luego la encierra a ella a cambio y es posesivo e iracundo. Si bien es cierto que el amor de Bella transforma su personalidad, ¿acaso la idea de “es malo, pero yo puedo cambiarlo” no prueba ser catastrófica una y otra vez en la vida real?

Hay incluso quien interpreta este cuento como una especie de guía para mujeres atrapadas en matrimonios por conveniencia (comunes en Francia cuando las primeras versiones del cuento se publicaron) en la que metafóricamente se les indica que a través del amor pueden descubrir la belleza interior de sus maridos, generalmente mucho más viejos que ellas.

Del Toro retoma la esencia de los cuentos de hadas para lograr el efecto deseado.

En su momento dos películas actualizaron el mito: King Kong y la ya mencionada The Creature from the Black Lagoon. En éstas vemos un giro más realista en que la mujer es capaz de sentir compasión por la bestia, mas no amor, y en el que ese amor no correspondido termina siendo la perdición de la bestia. Recientemente Disney intentó darle un giro a la historia en su última producción, haciendo de Bella un personaje más fuerte y dándole una madre feminista a la que nunca conoció. Pero más allá de eso la historia es la misma y estos esfuerzos se sienten como cinta adhesiva para arreglar una falla estructural.

The Shape of Water acierta porque en su centro es una historia de amor y nada más. Elisa y la criatura se aman por quienes son, sin miramientos, sin imposiciones. El cambio que implica ese amor para ellos no es el de la transformación a la belleza física o a la riqueza o a un título de nobleza. Es un cambio interno. “Cuando él me ve, no ve cómo estoy incompleta”, dice Elisa a Gil. “Él me ve por quién soy”. Y a su vez ella lo ama a él no a pesar de sus diferencias, sino por ellas.

El segundo cuento reinventado por del Toro aquí es La Sirenita. Una historia donde una sirena joven e inocente se enamora de un príncipe humano con simplemente verlo, porque es hermoso. Y se enamora a tal grado que está dispuesta a dar su voz, su posesión más preciada, a cambio de ser humana para poder estar con él.

En el cuento de Andersen se dice que la poción que la haría humana también la convertiría en una gran bailarina, aunque ella sufriría de un terrible dolor en los pies al bailar. Ella acepta las consecuencias. El príncipe queda encantado por su belleza a pesar de que sea muda y se entretiene viéndola bailar, cosa que la princesa hace sin cesar a pesar del dolor con tal de conquistar al príncipe. Finalmente, y por una confusión, éste se casa con otra. En la versión de Disney, el príncipe sí se casa con la sirenita.  En cualquiera de los dos casos, sin embargo, es ella, la mujer, quien ha de sacrificarse, sufrir y renunciar a su identidad y a su mundo para estar con él.

En The Shape of Water es él, el hombre-pez el que ha de sacrificarse. Ha sido extraído de su mundo por humanos con intereses políticos. Ella vive parcialmente escindida del mundo por su condición y al conocerse ambos encuentran un lugar. Ella le muestra música y baila con él en actos que traen alegría a ambos. Y lo más importante: ella ya es muda “la princesa sin voz” como se nos dice en el prólogo. Pero es el amor lo que le devuelve la voz y esta metáfora se materializa en la secuencia más conmovedora y más brillante de la película.

Una carta de amor al amor

Algo muy especial de The Shape of Water es que, a pesar de estar ambientada en los 60, es brutalmente actual; a pesar de ser fantástica, su mensaje tiene potencia en la realidad.

Strickland, el villano de la película, es un hombre rígido y cruel, un creyente y defensor a ultranza del status quo, del american way of living (con todo y esposa sumisa, Cadillac del año y casa en los suburbios). Un villano muy similar al villano anterior de del Toro, el capitán Vidal de El Laberinto del Fauno.

El villano de este cuento es el odioso y misógino Strickland.

Ambos hombres misóginos, racistas, quienes desprecian la diferencia y la debilidad; con códigos morales antediluvianos que aplican sin piedad a terceros, pero que nunca usan en sí mismos. Michael Shannon brilla en este papel en el que logra encontrar capas y aristas en un personaje que fácilmente podría haber sido un villano unidimensional y caricaturesco, pero que en sus manos es un retrato aterrador de los males que nos aquejan ahora (que siempre han existido, pero que ahora resurgen con fuerza, cada vez más frontalmente).

Basta mencionar que Strickland incluso acosa sexualmente a Elisa, a quien desea sólo por su mutismo, pues él no quiere escuchar a las mujeres ni siquiera cuando tiene sexo. La coincidencia de esto con lo que se ha estado destapando ahora en el medio del espectáculo y la política en Estados Unidos es tenebrosa.

Pero la película no sólo muestra la enfermedad, también ofrece una cura: Devolver la voz a quienes se les ha negado

Vivimos en una era en la que los productores de la cultura de masas, presionados por las mismas masas a las que apelan, se han visto obligados a adoptar posturas más inclusivas, a crear personajes femeninos fuertes, a romper moldes de género, etc. Todo ello es positivo, sin embargo, muchas veces el arte sufre en el camino. Las decisiones se sienten forzadas y es que lo son. Y es aquí donde The Shape of Water brilla con una luz refrescante. Del Toro lleva años teniendo en su centro a protagonistas femeninas que rompen el molde. En el Laberinto del Fauno las dos heroínas, las dos personas más fuertes y valientes son precisamente mujeres: Ofelia y Mercedes. En The Shape of Water es Elisa, y cerca de ella, Zelda.

Y en esta película no se detiene ahí. Como Alejandro González Iñárritu ha notado en una bella carta de admiración para el trabajo de su colega y amigo, ésta es una película que “ama sin condiciones a los marginados, los rechazados, los que son ‘diferentes’, los que no tienen voz”.

Gil, el amigo de Elisa, es un artista homosexual, desafortunado en el trabajo y en el amor, y la voz idónea para contarnos la historia de un amor distinto; Zelda es una mujer negra menospreciada no sólo en sociedad por su color de piel, sino menospreciada también en casa, por un esposo que la ignora y la da por sentado, por ser mujer. Y, por supuesto, el monstruo. El máximo símbolo del otro, de lo diferente, de la belleza que nos negamos a ver por miedo.

Zelda, amiga de Elisa, representa -junto con Gil- la fortaleza de las minorías oprimidas.

Lo interesante es que todo esto no se siente como una narrativa contemporánea impuesta sobre la historia para ser políticamente correcta, al contrario, esto es el alma misma de la historia. Quien nos lo cuenta sabe lo que es ser marginado, sabe lo que es sentirse un monstruo. “Siempre he sido, o sentido que soy como ese hombre-pez, ese ser diferente fuera del agua”, ha dicho del Toro.

Iñárritu escribe que The Shape of Water es “una carta de amor al amor” y afirma, con gran acierto, que sólo Guillermo del Toro podría haberla hecho. Y no lo dice sólo por el talento innegable de del Toro o por su imaginación única, lo dice porque es una historia profundamente personal. “ ‘The Shape of Water’ salvó mi vida”, ha dicho del Toro en entrevistas.

Esta película fue curativa para mí… A lo largo de nueve películas repetí los miedos de mi infancia, los sueños de mi infancia, y aquí, por primera vez, hablo como adulto, acerca de mis preocupaciones como adulto. Hablo de la confianza, la otredad, el sexo, el amor, hacia dónde vamos”.

En la escena inicial, Gil se pregunta: “Si les hablara de ella, de la princesa sin voz, ¿qué les diría?”. Hablar de lo realmente maravilloso siempre es difícil. Por eso mismo yo me pregunto: si les hablara de The Shape of Water, ¿qué les diría? He dicho tanto ya y por supuesto ha sido a la vez demasiado y muy poco. La magia debe verse y no contarse.

Quizá sólo debí decir que The Shape of Water nos recuerda que amar es lo más valiente, lo más extraordinario y lo más valioso que haremos en la vida, y que, como dijo Iñárritu, “es un milagro que esta película exista en nuestra realidad”.

  • Fotogramas: The Shape of Water
  • Ilustración: James Jean