Se cumplen casi dos semanas de la muerte de Mario Lavista, ese hombre afable, buen conversador, mejor amigo, agudo observador y caminante, según lo describen algunos de sus conocidos.
Al compositor le sobraron los reconocimientos y adjetivos por doquier. Lavista fue uno de esos autores como pocos, ávido de todo lo que oliera a música y en general, a cualquier actividad artística.
Enamorado de Mozart, Lavista tenía un espíritu renacentista ya que se enfrascó lo mismo en la creación de música sinfónica, cuartetos de cuerda, obras corales, piezas para conjuntos instrumentales, obras solistas e incluso para piano solo y música electrónica.
El cine y la literatura no escaparon a sus intereses, pues urdió piezas para cine, teatro y televisión. A la manera de algunos de sus contemporáneos, nacidos en las décadas de los treintas y cuarentas del siglo pasado, todo lo humano en el arte le importó y fue un lector voraz de Borges, Beckett, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Mutis y Bonifaz Nuño, a la par que su curiosidad por la pintura, la escultura y los nuevos compositores eran su constante.
Los críticos y artistas lo recuerdan como un hombre de una inteligencia prodigiosa, cuyo vasto conocimiento de los entresijos culturales le daban el carácter de un intelectual de primer orden.
Uno de los consensos más unánimes es que Lavista junto con Silvestre Revueltas, representan lo mejor de la música mexicana, no hay más, pésele a quien le pese.
En 1991 le otorgaron el Premio Nacional de Ciencias y Artes y la medalla Mozart en el mismo año y dos años después (1993) fue creador emérito por el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Muy celebrados fueron también su ingreso a El Colegio Nacional en 1998 y la obtención en 2013 del Premio Tomás Luis Victoria, máximo galardón que otorga la Sociedad General de Autores y Editores de España (SGAE) a músicos de España e Iberoamérica y que nunca lo había ganado un mexicano.
El magnetismo de Aura
Una sola ópera escribió Mario Lavista, Aura, en un acto e inspirada en la novela de Carlos Fuentes, cuyo estreno en 1989 en el Palacio de Bellas Artes fue todo un suceso.
Conservo y escucho de tanto en tanto la edición del disco doble que el sello Tempus hizo de la obra en 2010; es un objeto raro pues, de culto para algunos fetichistas como yo.
La puesta en escena fue de Ludwik Margules, con el libreto de Juan Tovar y Enrique Arturo Diemecke al frente de la orquesta del Teatro de Bellas Artes.
Esas cosas insólitas que de pronto ocurren pocas veces, forman parte del rara avis que permeó también la obra de Lavista.
De Cage a los clásicos, los novísimos o sus maestros, Mario Lavista tejió puentes y diálogos en el presente con lo más granado de la producción artística contemporánea del mundo, sin abandonar las profundas raíces nacionales
Guillermo Sheridan, escribió a propósito una anécdota en el aniversario 70 de Mario Lavista.
“Recuerdo su asombro cuando me escuchó tocar una melodía (de mi propia inspiración) en una copa de cristal, frotando sus bordes húmedos con gran pericia, y con un dedo. Poco tiempo después ya había compuesto para mí Marsias, para oboe y ocho copas de cristal, en cuyo estreno participé gloriosamente (a pesar de las desafinaciones de Arnaldo Coen en la copa vecina)”.
Un legado libre
Al fundador de la revista Pauta, que se empeñó en difundir la música a todos los públicos, la editora Ana Alonso le publicará un libro de acceso libre donde la obra de Lavista con su respectivo análisis, estará a disposición del público.
Su hija, la bailarina y coreógrafa Claudia Lavista, ha declarado que el destino del archivo y la biblioteca de su padre lo determinará un consejo asesor formado por la familia y amigos cercanos del compositor como Gabriela Ortiz y Sergio Vela.
“Nos reuniremos en ese consejo a decidir qué es lo mejor, porque quiero que la música y la obra de mi papá tengan acceso libre y puedan ser escuchadas por los jóvenes y personas de todos los países; que sus partituras estén abiertas y a la mano, y sus piezas sean tocadas por todas las orquestas”, dijo a La Jornada.
Fueron apenas 78 años los que Mario Lavista habitó este mundo fantasmagórico y onírico, como ocurre en el relato de Carlos Fuentes, A Lavista, que fue artífice también de la música en la película Cabeza de Vaca, le montaron una guardia de honor en Bellas Artes y lo despidieron entre aplausos, como el enorme artista que fue.
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