Corrían los últimos días de agosto y en la cabina de la camioneta en la que viajaba se anunció la lluvia.
Llegué muy tarde a la cita, una que había buscado desde hace meses con ese afamado productor para que decidiera invertir en el montaje, no lo hizo. Alegó que la pandemia había arrasado con tres proyectos de cine y cuatro más de teatro que tenía por estrenar.
Pedí entonces un café más, el tercero del día mientras daba la hora para llegar al Teatro, ese que, enclavado en la Juárez, le apuesta a la sobrevivencia de lo efímero.
“La gente ha respondido”, dice Ramiro, al tiempo que me extiende el boleto que alcanzó a rescatar para mí en la última función de La Caída, obra que hace un fresco colosal sobre la Conquista de México
El regreso es en la moto del escenógrafo. Hablamos fuerte y vamos a unos 90 kilómetros por hora en una avenida que luce anómala por el escaso tráfico.
2.
Diecinueve meses con sus días sin haber pisado de nuevo esta ciudad que continúa temerosa de los contagios, aunque sus moradores siguen sin guardar la distancia ya en ningún lado, con los bares y restaurantes abiertos de par en par, las calles repletas, los ojos que han aprendido a sonreír de cuantas maneras pueda uno imaginarse.
Por la Condesa, la Roma, a lo largo del Paseo de la Reforma, en cualesquier lugar por donde me lleva el metro y autobuses, los anuncios de ventas o traspasos es la constante, las cortinas abajo, los departamentos donde cuelgan más ahora los letreros de Se renta o que anuncian descuentos fabulosos, regalos especiales y “promociones nunca vistas” en los precios y servicios.
Paseo por las poquísimas librerías de viejo que aún están y la imagen es de apocalipsis
Héctor se niega a irse, el local de apenas 4 por 5 metros que atiende, está casi derrumbándose, se lo advirtieron e irán por él a desalojarlo en los próximos días, como un bandido, ya se lo advirtieron.
“De aquí me sacan con las patas por delante o con los libros como féretro”, afirma convencido.
Dice que tiene ánimo, mucho, que ya le pasó de todo y está dispuesto a vender sus libros en la calle o regalarlos, ya no le queda nada. Nació y creció entre libros, no sabe de otro universo. Su tapabocas es azul, siempre usa azul porque platica que su madre tenía los ojos de ese color.
3.
Aquí estamos en el Parque México los tres (dos hombres y una mujer), nosotros que aún creemos en componer el mundo, en que lo que hacemos le importa a alguien y nos van a apoyar ellos, los empresarios ricos, aquellos a quienes o les sobra o no les importa el dinero. Así lo creemos o queremos creerlo así para sentir que valió la pena el trabajo de casi dos años, las desveladas, las cartas, la aprobación del proyecto.
Una piensa en ángeles y cartas astrales, otro ve números y perfiles de público, tendencias, taquillas, yo no sé qué pensar, confío, confío mucho y hasta ahí, nos reímos como válvula de escape a la tristeza que se esconde entre los ricos panes que nos ofrecen esa mañana de domingo.
4.
Este encuentro de la tarde es con la crítica de cine que se atrevió a salir de su casa para hablar de todo o de casi todo, con un ánimo de adolescentes nos sentamos afuera de ese café donde no importa que el tiempo pase, habrá de ponerse al día…
Salen entre muchos temas uno que ha dado la vuelta en estas semanas, el del despido de Jorge Hernández como agregado cultural en España
La crítica cuenta que es una pena el caso, que ella conoce bien a quien suplirá a Hernández, una escritora que en su defensa en un diario español alegó, palabras más, palabras menos, que ciertos grupos de poder de hombres predominantemente blancos, la querían desprestigiar.
El asunto es que esos hombres blancos que trabajan en esas revistas, particularmente una de ellas, es la revista donde la hoy agregada cultural de España, precisamente “se moría por aparecer en sus páginas y escribir”.
“Yo estuve ahí”, dice mi compañera entre risas, qué paradojas.
Nos vamos caminando lento, disfrutando la leve lluvia. Confiamos en vernos pronto de nuevo y quizá viajar juntos a algún sitio, nadie lo sabe.
5.
Tengo mensajes en mi teléfono de personas que no alcanzaré a ver o no podremos vernos, como R., cuya hermana enfermó y tuvo que entrarle al quite justo en las tres horas que tenía libre de su trabajo en las cuales prometimos ir al museo y escuchar música en un sitio que ella conoce bien. El plan se arruinó por esos azares.
Leo rápido los mensajes, respondo largo a cada uno de ellos y dos llaman particularmente mi atención
El primero es de un conductor de televisión cultural que asegura se irá a vivir a Noruega a comenzar de cero, aunque aquí tiene un bien ganado nombre. Eso no importa, pues le deben pagos y la situación parece no mejorar; ya lo decidió y seguramente ya estará allá al tiempo que termino de escribir estas frases.
Otro mensaje es muy similar, un ex bailarín que irá a estudiar a Berlín para residir en definitiva ahí. Aunque diversos en sus expectativas, ambos mensajes rezuman cierto dejo de insatisfacción, de algo no dado o regateado aquí, en esta CDMX tan inconmensurable.
6.
El regreso es en la misma camioneta, pero con un chofer diferente, que llega temprano, revisa los INES de todos, desinfecta nuestras ropas, bromea con las maletas que cada uno lleva y de pronto…cae una de mis bolsas al suelo de donde salta un inesperado obsequio que el escenógrafo me habrá dejado sin darme cuenta. Se trata de un libro, Los habladores, que luce una dedicatoria generosa de su autor, larga, con una caligrafía muy bien escrita.
Atino a leer el epígrafe atribuido a Martín Luis Guzmán: “Estamos en México. Ahora sigue inmóvil la luz crepuscular”.
- Foto: Especial