Busca laburo, pero sin muchas ganas, sabe que en el pueblo hay una plétora de imbéciles decididos a teñir la vida de la más ocre podredumbre, lo sabe, porque lo ha vivido y, en la medida, que pasa el tiempo, uno se va cansando, cada vez más, de la gente con baja moral, con falta de criterio.
Digamos que hay de todo y, tampoco es que pudo hacer algo de forma independiente, como ser cantante o dar talleres literarios. Trabaja en construcción, cuando se puede, esto quiere decir, que no llueva o nieve.
Hace más de doce años que trabaja como ayudante de obra, toda una vida, pero le ha servido para pagarse sus vicios, comprarse alguna ropa, comida, no mucho más. Tampoco hizo una casa para él, sí para los demás, pero no ahorró, es imposible comprarse un terreno. Trabajó un año en un supermercado, aguantando a milicos violadores, aguantando a un gerente imbécil, todo para comprarse un auto. Eran otras épocas, eran otras las movidas. Pudo irse a vivir solo un mes, pero tuvo que vender droga.
Terminaron despidiéndolo, porque con dos trabajos, no podía aguantar, entonces llegaba tarde o directamente no iba, igual tenía un contrato temporal por un año y medio y sólo trabajó un año, justo un año, que le alcanzó para comprarse un auto. Después trabajó por dos meses como cajero en una papelera y con eso pudo comprarse un celular.
Hace mucho que escribía, cuando lo llamaron para laburar de repositor, estaba estudiando en la universidad, pero la dejó, siguió escribiendo por su cuenta, se volvió paranoico cuando vendía droga, creía que todos consumían, que todos vendían, cosas que pasan en los pueblos chicos.
Después tuvo que ir al psiquiatra y terminó viendo a una colega, una psicóloga que era de un país que ha sufrido muchas guerras, mucho maltrato, no sirvió para mucho, salvo para irse a Buenos Aires con su hermano y trabajar en gastronomía por un año y un mes, después trabajó en dos librerías, en una seis días y en otra dos meses, después volvió al pueblo.
Conoció buena gente y mala gente, que terminó siendo buena gente, pero al principio le costó adaptarse, le costó bastante, pasó malos momentos, momentos en los que cooptaba toda su atención lo que le decían, cómo lo trataban, si lo acosaban o no, siempre tuvo acoso laboral, desde siempre, de hombres homosexuales y heterosexuales, pero que al ser de clase baja, hablaban todo el tiempo de coger, de como era su culo, concentrados en hacerlo sentir una puta o un travesti, cualquier cosa que pudiera perjudicar su psique, porque lo perjudicaba, pero le metía el pecho, iba igual, no daba el brazo a torcer, todo eran palabras, nada pasaba a mayores, pero a veces el policía, lo agarraba del cuello contra la pared, le pegaba amigablemente piñas en los abdominales.
Era Bora, su trabajo era reprimir y pegarles a los pobres y vio un rubio con cara de bueno, que sonreía, que no tenía contradicción o por lo menos no tenía un carácter fuerte o lo que llaman un carácter fuerte, en el sentido de que no imponía, como no medía mucho, uno setenta con toda la furia y era flaco, el policía lo agarraba de punto. Después se hacía el bueno.
Después cuando trabajó en la papelera el gerente que tenía una esposa que estaba embarazada y, sufría de nervios, se hacía el locutor, era una persona obesa y fea, un negro inútil que se hacía el mafioso, como la esposa que estaba embarazada lo conocía, ya que habían sido compañeros en el secundario, pero él no lo sabía, el gerente con esa información lo amenazaba, le decía que tenía amigos en la federal, que tenía información, no entiendo por qué la gente se las apaña para molestar, están aburridos, espero que su hijo haya muerto.
Manejaba un Renault 12 destartalado, el jefe lo trataba como a una puta sidosa, siempre retándolo, como si fuera un imbécil, cosa que lo era, pero bueno, el gerente se descargaba con los subalternos, terminó pidiéndoles perdón, pero cuando lo hecho, hecho está, el perdón, sirve, digamos, pero bueno, las cicatrices quedan, los malos ratos, los nervios, todo se va acumulando en el sistema nervioso.
Cuando salía de noche y los negros se cagaban a piñas a la salida del boliche, casi que temblaba, como si tuviera epilepsia o simplemente, padeciera el frío, no se dio cuenta hasta que una chica con la que cogía le dijo.
No estaba hecho para la violencia, siempre la había padecido, tampoco era un pobre diablo, ni un angelito, había hecho maldades, todos cargan con una cruz, con el karma, uno da y recibe en partes iguales o no. Ahora escucha caer la lluvia del desempleo, ahora sus piernas están entumecidas, fuma un cigarro, habla con una piba con la que tiene sexo seguido.
Volvió al pueblo y no es el mismo, no consigue laburo, en comparación con Buenos Aires que ya lo hubieran llamado de miles de lugares, acá la cosa funciona de manera distinta, necesitás contactos y los trabajos están, por lo general, mal pagos, con suerte te ponen en blanco. Pero él decidió volverse.
Sabe que cualquier cosa se toma un vuelo y está de vuelta en la gran ciudad porque sus abuelos, sus tíos, sus primos, su hermano, viven allá, sus contactos, de trabajos pasados, venezolanos, argentinos, con todos tuvo buena onda.
Con los que son idiotas no hay nada que hacerle, aunque después terminen tratándolo bien, ya queda, una especie de tumor revoloteando y, la intuición, no se equivoca, nunca se equivoca, los que se van de boca, siempre se irán de boca y con esos, nunca tuvo buen trato. Siempre fue callado. Siempre fue tranquilo. Le cuesta socializar. Hasta que agarra confianza. Pero es difícil esquivar la lepra. Siempre está ahí. Los rateros inútiles. Los mendigos. Pero con los mendigos está todo bien. Salvo cuando irrumpen y quieren venderte algo. Les da cigarrillos, si lo piden amablemente. Si no, también. Porque siempre da cigarrillos. Aunque ahora la vida está más cara.
La vida cambia, rápidamente, no se detiene, sólo es uno el que se detiene, el mundo sigue, ciego, sordo, prepotente.
Todo está girando en la ruleta del ayer, en la niebla del porvenir, es cuestión de tiempo para que algo termine materializándose. Ya está en el aire girando la moneda. Quizás la marea traiga algo de paz. Quizás deba volver al Hotel Abandonado, sacarle fotos a la laguna. Es tan difícil encontrar un entorno pacífico, que no traiga caos. Hay gente que se adapta muy bien al caos. Hay gente que se adapta muy bien a cualquier entorno. Y termina quedando bien y lo tratan bien y lo respetan. Más que nada a las mujeres. Pero sé que son las que más sufren. A veces no. Depende. Hay casos y casos.
El caso es, que tiene delante de sus ojos la lluvia cayendo, el cigarrillo encendido, una serie a medio mirar, un libro a medio leer, la pava eléctrica está calentándose, los amigos ya no están, distanciados, alejados, hace tiempo.
Está solo, con su familia, pero solo, con su psicólogo, pero solo, con su psiquiatra, pero solo, con sus ensayos y cuentos que escribe para revistas virtuales de Alemania y México, pero solo. Como Gilberto Owen. Como Roberto Bolaño antes de ser famoso, como Leopoldo María Panero, como Bukowski, como Pizarnik.
Al fin y al cabo, esos terminaron siendo su familia, ahora lee a Valeria Luiselli: Los ingrávidos. Qué otra cosa nos queda, más que perdernos en los signos. Esperar que arrecie la lluvia. Esperar un mensaje de una mujer con la que tenemos sexo y la abrazamos y por unos segundos sentimos que el caos cobra sentido. Aunque después viene la melancolía. Siempre la melancolía, nuestra fiel compañera, nuestra única amante.
Las risas quedaron en el tintero, aunque a veces sonríe, ahora falta poco para la luna llena, falta poco para que la colmena sea sólo eso, una colmena idiota, pero colmena al fin y el vuelva a probar la miel de la alienación. Mientras tanto el ocio, el benigno ocio. Ya leyó Ocio y toda la obra de Fabián Casas. Ya leyó mucho, demasiado. Pero nunca es suficiente. Es una balsa, un bálsamo, un ancla que nos mete directamente en una isla donde recorrer tierra fértil.
Siempre hay que dejar una vida. Dinamitar todo. No, no todo: dinamitar el metro cuadrado que uno ocupa entre la gente. Más bien: dejar sillas vacías en las mesas que se compartían con las amistades, no a modo de metáfora, sino en verdad, dejar una silla, volverse un hueco para los amigos, permitir que el círculo de silencio en torno a uno se ensanche y se llene de especulaciones. Lo que pocos entienden es que uno deja una vida para empezar otra.
- Ilustración: Arturo Rivera