Vi ‘Cambiando el destino’ en un cine Gemelos. De hecho, pienso en mí, una figura de uno cincuenta y uno de estatura de pie cerca de la puerta de entrada a la sala del cine, ese cuarto oscuro y horizonte de fascinación, esperando a los que faltaban por llegar.
Parece, mi memoria no es tan firme, que nos pusimos de acuerdo para ir al cine a ver la película de Magneto, el grupo que cantaba la versión mexicana de Vuela, Vuela y que, en algunos momentos climáticos de la teoría sobre lo subliminal de los noventas, se interpretaba como una invitación al consumo de drogas; recuerdo a uno de mis primos haciendo exégesis de cada estrofa con la misma conclusión: “aquí hablan de mariguana, acá de coca, acá de perder la conciencia. Es claramente una invitación a drogarse”, decía con la seguridad de un científico que comprueba su teoría ante los ojos de cualquier escéptico.
Recuerdo también conferencias sobre las portadas de discos; las canciones de Gloria Trevi, Juan Gabriel o Enrique Iglesias.
El hombre ese que dictaba la conferencia, en el auditorio de la Prepa Oficial, según mi frágil conciencia del pasado, ponía fragmentos de las canciones al revés y nos socratizaba al respecto: todo era subliminal. Afirmaba que era el empeño de una secta satánica que nos quería corromper
Fue una temporada apocalíptica la que nos tocó de púberes, concluyo ahora que hago este recuento. Lo digo porque, además de esa conferencia -a la que no sé ahora mismo cómo o por qué llegamos a escuchar a un tipo de acento español- sucedió un verano que el periódico y los chismes de colonia, los dichos en la escuela y cualquier sermón, anunciaban que habría tres días de oscuridad y que teníamos que estar preparados, aunque nunca supe para qué.
Lo que sí vi fue la reacción de la gente. Legiones acudían a los templos a bendecir velas y crucifijos, rosarios y agua bendita. Tengo en la mente la sacristía de donde era monaguillo ocupada por velas y crucifijos, rosarios y cubetas de agua dispuestas para que el padre Anselmo hiciera una mística oración, inspirara la esperanza de los fieles y bendijera todos aquellos sacramentales que protegerían a las familias del diabólico suceso profetizado en cada rincón de Irapuato.
Recuerdo gente a la expectativa y me veo yo, vestido con sotana color caqui y un cíngulo, cargando el acetre y el hisopo para que el padre echara el agua a todos los presentes: una lluvia fina que les hacía reaccionar y entender que se acababa el acto y que era hora de dejar la casa del Señor para enfrentarse al peligro de la calle.
Secuelas de haber visto películas relacionadas con Nostradamus y sus profecías del fin del mundo derivaron en que la gente temiera a la oscuridad, al pecado, al diablo que se te podía aparecer vestido de frac, decían las abuelas. En ese tiempo le temíamos al diablo o a Freddy Krueger. Desalentábamos los malos pensamientos porque el mundo adulto, y nosotros finalmente, estábamos atentos a los mensajes subliminales. Ese negocio de la semiótica que lo relacionaba todo con satán o con el sexo tuvo incidencia y filtró creencias en nuestras mentes curiosas e ingenuas de niños en tránsito entre la primaria y la secundaria: nuestros mitos urbanos, nuestras leyendas, nuestros temores, nuestras “aventis”, diría Juan Marsé.
Y fue en ese fronterizo salto entre la primaria y la secundaria que salimos del patio de la escuela a los lugares que ofrecía la ciudad, desatendiendo las moralejas de los cuentos como el de Caperucita. No sé si fuimos primero a las tardeadas en la disco Stravaganza o al cine, pero eran los referentes para sentir que probamos la pubertad.
No era la primera vez que íbamos al cine. La promoción se hacía de manera muy rústica y la hacían circos, compañías de refrescos o cines. Iban a la escuela a decirnos que había un estreno y que nuestro plantel era elegido para ver, antes que nadie y en función especial, tal o cual producción majestuosa
La primera vez fue con una de las películas de Batman, donde el pingüino es Danni De Vito. Fue quizá la última vez que asistí al Cine Irapuato a ver una película. Era un imponente art deco con la dulcería al centro del lobby y al que le cabían miles de personas, en donde hacían el baile de coronación los días de Feria. La siguiente posiblemente fue esta vez que describo, cuando fuimos a ver a Alan, Charly, Mauri, Elías y un tal Tono vivir una aventura que les impedía llegar a un concierto en no me acuerdo dónde. Lo que sí recuerdo era la sensación que causaba estar en un cine de dos salas, el de la Organización Ramírez, al lado de la Comercial.
Me peinaba con raya en medio y daba testimonio de rebeldía yendo al peluquero de al lado de mi casa a exigir que me hicieran un corte de “honguito”. Vestía bermudas de mezclilla heredadas de mis primos en el gabacho y estrenaba, esa vez, unos tenis Cons blancos que mi madre me compró a crédito en el único Sears que había en Irapuato. Íbamos al cine, entre compas, invitados especialmente, a disfrutar de la epopeya mal actuada de los ídolos del momento. Yo no recuerdo si me gustaba o no Magneto tanto como a otros. Ahora que escucho cosas como “Cuando me entrampa la melancolía y vuelven esos inolvidables días” tiene un poco de sentido la balada, las letras me hacen sentir cosas, pero intento ir hacia ese momento infantil, casi adolescente, y creo que ni le entendía. Literalmente no distinguí bien nunca las palabras, como cuando whashawashéabamos las letras del inglés a como las escuchábamos, pero, también, como buen adolescente en sus inicios, yo seguía a la bola y busqué parecerme a Alán. Por eso me dejaba el cabello alborotado o usaba, ya dije, bermudas de mezclilla, como los protagonistas de la película que íbamos a ver.
Recuerdo la película. Recuerdo que me pareció mala pero al final se salva todo. Charly saca del convento a Gaby Platas que les había dejado robar el aceite del sagrario para ponerle gasolina al avión que tuvieron que aterrizar de manera forzosa en medio de un desierto. Volvieron a la civilización a cantar. Entre luces y bengalas cantan: “Luz, lunar, cuerpo de maniquí, Sueño de seda sin descubrir. Sol, calor, fuego sin atinar. Tú eres la roca y yo soy el mar”.
No tengo claras nuestras reacciones y no me acuerdo ni con quiénes fui. Tengo confundidas las fechas porque creo que estaba Horacio, pero él y yo fuimos compañeros casi toda la primaria y los tres años de secundaria. No hay constancia en mi mente de lo que hayamos dicho o a dónde fuimos luego de la experiencia de ir al cine entre amigos. Posiblemente lo que veo en esta estampa es cómo uno puede recordar las primeras veces con nitidez en unos aspectos y haber olvidado completamente otras cosas. O como afirma Philiph Lopate, “Lo importante cuando escribimos sobre la infancia es trasladar nuestro punto de vista psicológico de cuando éramos niños, no el limitado registro verbal que teníamos entonces”.
Luego de Entrevista con el vampiro, otra inaugural vez de ir al cine de la que podría decir tres cosas, no tengo claro el orden de las películas que iríamos a ver al Cine Gemelos. El centro de esta escena lo veo en lo significativo que era ir al cine en ese tiempo, un momento especial, y cómo uno hace casi todo en el patio de la escuela hasta que ya no, que es cuando se queda hecho un páramo, porque los niños, en este caso mis amigos y yo, comenzamos a salir a ver qué más hay fuera del patio de la escuela, a buscar cambiar el destino, nunca sabremos si para bien o para peor.