El poeta Edgard Cardoza Bravo hace una revisión y análisis del concepto de Babel en la obra de Rolando Álvarez (ensayo), y los poetas Eugenio Mancera (+) y Gerardo Sánchez (+), un homenaje a la multiplicidad del lenguaje (N. del. E.).
Rolando Álvarez: En la música de las palabras Babel alcanza el cielo
“Creo en los sonidos negros, porque el hombre, a lo largo de la historia se ha empeñado en encontrarlos. (…) Los sonidos negros nos sitúan en el nivel del mito”, dice Rolando Álvarez al referirse a la música que habita en el acto de creación pura, en la poesía que subyace en la voz cuando ésta nombra desde sus pupilas de ángel recién caído los haberes del mundo y se integra al soma lírico únicamente armada de la intuición, lámpara de ámbar previa al acto de lenguaje.
Justo antes de dar el paso al fenómeno sintáctico, el brío poético cabalga en la intuición, se nos dice. La imagen precede a la palabra. Antes de la escritura fue el mito, y antes de ambos el sonido que pugna –sin abrirse– por expresar su lectura del mundo, su asombro ante el milagro que implica ser sujeto de tiempo, pálpito de memoria. Todo es nuevo siempre, música del origen: poetizar es dar testimonio del vertiginoso transcurso de ambas presencias (tiempo y memoria) a través de la música que irradian las imágenes en su pacer virtuoso.
El ‘sonido negro’ es la memoria de un tiempo alterno, el de las sensaciones y emociones provocadas por el flujo del mundo. El duende que sostiene y pulsa las cuerdas de esa lira no es la mirada que objetiva tal experiencia –como en el caso de Canetti– sino la pincelada etérea justo antes del tacto humano que la vuelve melodía. ‘Sonido negro’ es la música del alma de las cosas aún en estado de azar, previa al lenguaje.
Similar en algunas atmósferas a Las Voces de Marrakech (Elías Canetti), A través del silencio de Rolando Álvarez, es también un libro de viajes. En el caso de Canetti, la peripecia es sobre todo física (rayana en lo escatológico), de sorpresa y choque inmediato ante una realidad cuasi exótica: no hay concesiones, la viñeta humana se expresa a bote pronto, sin filtros, entre toques de crueldad, dolor y estupor inocentes. Para una urgencia tal, la crónica desgarrada quizá sea el único recurso admisible.
A casi sesenta años de distancia aún se discute si Las voces de Marrakech, es crónica de viaje, colección de cuentos de no ficción o novela realista de formato moderno con centro en una ciudad extraña, delirante, emanada de un paisaje desértico en todos los sentidos (físicos y simbólicos): rituales, voces, imágenes, reverberación de arena hirviente, animales al filo de lo mágico, sonidos añorantes.
En Rolando Álvarez el viaje es de otra índole: no se intenta, para nada, inscribirse a posteriori en género literario alguno sino dar testimonio del viaje en la revelación / revolución de los sentidos y la emoción, con el único derrotero del ente poético en su brote más espontáneo y auténtico, justo antes de habitar la página: una especie de Babel en inverso sentido: torre emocional precipitada al cielo que en su espiral virtuosa revela los arpegios del orden y la gracia divinas. La travesía de los sentidos, es, finalmente, periplo místico.

“Los sonidos negros son la conjunción de un sonido invocado y un hombre que lo llama. (…) Es un silencio lleno de sonidos apagados. (…) ¿Dónde quedaron los versos recitados por Miguel Hernández en las trincheras? (…) Se han convertido en vivencia, en sonidos negros”.
(A través del silencio. Rolando Álvarez. Editorial del Gobierno del Estado de Guanajuato, México, 1994)
Eugenio Mancera (+): Babel es el amor, de cara al pecado
¡Sean tus pechos como racimos de uvas
y tu aliento como perfume de manzanas!
Tus palabras sean vino generoso
fluyendo de tus labios cuando duermes.
(…) Porque es fuerte el amor como la muerte
y la pasión tenaz como el infierno.
Cantar de los Cantares 7: 9,10; (…) 8: 6
Tras la huella furtiva de Judá Abravanel / León Hebreo —entre filosofía, retórica y ritual amoroso de acento medieval—, atenta a la vehemencia del Cantar de los Cantares, transcurre la poesía de Eugenio Mancera.
Los ‘Diálogos de Amor’ son su insignia y fundamento. Amor, forma, armonía, emanan del aliento de Dios y apenas rozan los sentidos humanos: el cuerpo tiene siempre voz de labios provenientes de aquel –gorostizeano– soplo inteligente “que todo lo concibe sin crearlo”.
El amor –para Mancera– toma cuerpo, habita en la palabra, como flujo destellante: espejo de la imagen / semejanza de tal Dios. ‘Amor’ es la argamasa que aglutina las posibilidades nombrables de la luz. El amor es expresión –invocación– de linaje divino. El cuerpo, “espada de aliento sobre la muerte”, la vida, “noche en un lecho de sábanas de fiesta”.
En León Hebreo, el primero y final amante es Dios y en medio el hombre en su decantación carnal. El verbo sólo se hace mundo a través del amor. Para Eugenio Mancera, los cuatro estados de la existencia –humana, copulativa, angélica y divina– se cumplen cabalmente en el amor que es todo labio –nombrar de Dios– y a la vez todo lava, fuego de entraña humana.
El amor –para Mancera– toma cuerpo, habita en la palabra, como flujo destellante: espejo de la imagen / semejanza de tal Dios. ‘Amor’ es la argamasa que aglutina las posibilidades nombrables de la luz. El amor es expresión –invocación– de linaje divino. El cuerpo, “espada de aliento sobre la muerte”, la vida, “noche en un lecho de sábanas de fiesta”.
‘Amor’ es el espacio perdurable del encuentro entre Dios y el hombre: habitáculo entrañado del verbo.
En la poesía de Eugenio Mancera, están presentes –ya se dijo– León Hebreo (en el enfoque discursivo y simbólico) y el bíblico Cantar de los Cantares (en la atmósfera vital); mientras, Saint John Perse le concede a momentos el espacio físico, etéreo y rítmico de su canto que tiende a ser interpretación melódica de los cuatro elementos: rosa magnética de los vientos almáticos.
Nos encontramos también, en la poesía del celayense, con José Gorostiza y Xavier Villaurrutia en lo correspondiente a las imágenes poéticas de mayor carga visual: en la poesía de Mancera –igual que en la concepción metafórica de ambos Contemporáneos– hay siempre un ‘ojo’ que sopesa la materia humana en su tendencia irremediable de polvo y la vuelve profecía, y un eco alucinado, el de Babel, esa especie de “espejo ególatra / que se absorbe” [se precipita] “a sí mismo contemplándose”, y en “la noche dibuja con su mano de sombra” las blasfemias de una lengua condenada a la confusión, al anatema eterno: el verbo inexorable de aquel mito religioso antiquísimo –lo sabemos– propende siempre al vacío, se desnombra y desdiosa, en su cometido de alcanzar por infatuación la gracia celestial.
Si existiera alguna posibilidad humana de salvación sería necesariamente en el amor: útero, fruto y vástago primigenios del verbo encarnado. Es justamente allí, en el amor, donde la palabra se vuelve hálito vital, sin miedo alguno a los trances de la muerte.

“Amabas el verde de las lluvias. ¿Quién no ama el susurro del aliento? ¿Quién no rompe un claro de follajes disueltos? En el extremo del color, un ruido de risas contenía el asombro. Sentías en tus hombros la calidez del agua. Dulce bálsamo de aceite. Dolor sublime de las entrañas. Ráfaga de espuma. El vendaval deja un manto de brisas. Del cauterio, tu boca, boca de vida, pezón y alimento. Tus labios, quemantes lanzas, pétalos del silencio”.
(Cuerpo en su sabor de labios. Eugenio Mancera. Editorial del Gobierno del Estado de Guanajuato, México, 1994).
Gerardo Sánchez (+): Babel horizontal
La cotidianeidad toma tintes de humor cruel. El verso se despoja del indumento clásico y vaga libremente con cierto desenfado. Los objetos comunes, los gestos familiares, abordan la poesía y la convierten en una casa amable donde todos los ojos, las puertas, las ventanas, observan hacia dentro: el exterior —si existe— debe pasar primero por las finas membranas de festivo dolor del poeta Gerardo Sánchez.
Todo ocurre en él y a través de él, para gracia y desgracia, como el juego de un niño asombrado para quien todo es nuevo siempre. En su infancia, mientras los demás niños juegan, él ocupa su recreo mirándose las piernas atrofiadas por la poliomielitis. Los niños son crueles con él, y desde entonces tiene el sueño de ser maestro de primaria para enseñar a los infantes a convivir sin hacer escarnio de los defectos de la gente.
También sueña, como era de esperarse, con juegos más difíciles a los observados, al amparo de unas piernas sanas. Sueña con largas caminatas a lugares portentosos.
A mí nunca me hicieron una fiesta,
quizá por eso me causa terror esta cercanía de niños extraños
donde falta un hijo mío que justifique mi presencia
y les rompa la nariz porque este festejo no es para él.
Siempre he sido la tachadura en el círculo familiar,
me sobrellevan como al niño malcriado
que quiere todos los globos
y le dan uno para cada mano y su cojera lo hace ver más grotesco,
en una fiesta interminable,
sin consideración alguna para quien no puede jugar.
(…) Más allá de los naufragios estará el poeta:
niño encantando caracolas con su canto.
De cierta forma Gerardo Sánchez alcanzó lo soñado. En su poesía ha recuperado los juegos y la risa mordiente del niño que no fue. Tomado de la mano de Manrique, Whitman, Pessoa, Sabines, ahora sale a volar como si nada: en ellos descubrió que Dios y la poesía, desde antes de nacer, le habían dado alas en vez de piernas fuertes.
En la imaginación y la estela radiante de los niños de su clase, su Babel horizontal de estéril andadura ha logrado franquear los territorios vedados a sus piernas.
Hoy Gerardo camina como el que más en su escritura. Y su voz es galope, algarabía, paisaje que alebresta los caminos.

(Límites interiores. Gerardo Sánchez. Editorial del Gobierno del Estado de Guanajuato, México, 1993).
- Pintura: Pieter Brueghel el Viejo (detalle)
- Fotos: Especial