El poeta Edgard Cardoza Bravo nos ofrece, a propósito de la Cuaresma y la Semana Santa, un breviario de belleza y palabras vivas contenido en nueve poemas. (N. del E.)

FUNDACIÓN DEL REINO

I

En los confines de mi mano abierta
trina un río.

Justo
en la línea de alba
almacigo manzanos
con candidez de Adán.

Me alarmo.
Me conmuevo.
Elucubro verdades
que delínean apenas
el ánima de Dios.

Lo único que quiero:
ir a ese origen
(distante sólo un paso de mi sombra)
y ademar en una esquina
sin culpa
con lo que acaso pudiera ser
perla de angustia
o pecado en proyecto,
discretísimas serpientes.

Diviso ya mi rostro.
A estas horas
debes ya estar ahí sobre las aguas,
pernicioso,
flotante,
tramador de lenguajes
que habrán de derrumbar torres infectas
y separar el mar de orilla a orilla.

Ahora sí,
aconséjame Dios:
¿Cómo me pienso?
¿De dónde tomo el bien
para vestirme de fe eterna?
¿De dónde tomo el mal
para ser yo
en uso de mis garras proféticas
y mi sangre de pájaro extasiado?

Los ángeles son eso,
oh Dios bendito
(o maldito, no sé, pero sí Dios):
el absurdo con alas y caireles
y cuerpo angelical porque son ángeles;
piedra ceremonial sin madriguera,
tornasol de obviedades casi ciertas.

Diviso ya mi rostro.
Desde una luna blanca
(en rictus de vergüenza,
con los ojos vacíos ya de cielo)
entre plumas celestes que danzan en el aire,
Adán viene hacia mí
con un enorme espejo entre las manos.

II

Al principio fue el verbo.
Luego una historia simple
apenas delineada
sobre la superficie de las aguas:

El arcángel sin gloria /
la caída,
Eva, Adán /
la voz del paraíso,
el árbol sin pecado /
la serpiente
y esa abismal quijada
en las manos de Caín.

El agua ya es torrente.

Cómo si de Dios tratárase el asunto
un aluvión de espejos se derrite
en infames profecías:
vemos un arca poblada de pezuñas /
alas torpes / serpenteos /telarañas / caparazones y colmillos,
alguna torre infecta en derrumbe al precipicio,
una escalera al sueño
anclada a aquella piedra
de filiales oprobios,
y el mar partido en dos por dónde asoman
las huestes de la huida.

Mientras Dios elucubra su cielo
de imagen / semejanza
el hombre vaga eternamente
de un infierno a otro infierno.

OJOS CERRADOS

La oscuridad consiste a veces
en dirigir la luz directamente
a los ojos perplejos del visor
sin más aperos que tu lámpara sorda,
unas gastadas botas de minero
y el índice mentor del exabrupto.

Sucede que las palabras son
las que te obligan
a succionar esencia de las piedras
cómo si de un conejo se tratara.

Prestidigitación llaman a eso
que consiste en sacar mariposas de un sombrero
para hacerlas volar falsas y esdrújulas
ante los ojos ciegos del incauto
que no sabe si es sombra,
zarandaja,
delirio,
magia pura
o claridad augusta
que de los mismos ángeles proviene,
para instaurar el sol exactamente
al centro de la escena.

Si vislumbraras todo en un conato
de arcoíris
no alcanzarás la fábula.
Será cocer el huerto en un perol.

Habráse visto:
de mis ojos cerrados
aparece de pronto
la arista luminosa del poema:
con alas de libélula.

CON ALAS DE CIELO

Si como dicen, Dios es un espejo,
acudo con destellos afilados
al enigma de mi sombra
con un cristal de cielo en la mirada.

Imagen–semejanza
es dos más Dios:
Eva / Adán fundando el paraíso
en las crepitaciones del espejo.

Yo me conduzco con desdén divino
en los esteros
donde la luna guarda sus recaudos,
desmadejando máscaras,
harto de margaritas desbocadas:
me quiero: no me quiero.

Hoy he amanecido querubín.

Después de guardar
mis trompetas signaléticas
en el arcón eterno
ya sólo falta configurar la luz vital,
ajustar el proverbio al calendario
y dar cariz humano
al soplo cardinal de mis designios.

UN CONJURO

Un conjuro el crepúsculo que asoma
sobre el morro febril del caserío.
La tarde serpenteando como río
ejecuta su última maroma.

De dos en dos los árboles a guisa
de las iridiscencias de la tarde
se suman al crepúsculo que arde
con un marcado tono de ceniza.

A lo lejos un águila montuna
reconoce su nido y lo remienda
para posar el vuelo como prenda
de los sueños que llueven de la luna.

Le pido al infinito que se extienda:
contaré las estrellas: una a una.

DE FLAMA VIVA

Un león, una loba y un leopardo
resguardarán el alma de Virgilio
en su viaje fugaz por el abismo.

Vestida va Beatriz de flama ardiente,
su mirada destella edenes vivos.
Los ojos de Beatriz son la poesía
que contempla aferrada a su belleza
la sutil llamarada de este infierno:
mirar sin vislumbrar el paraíso.

¿Tiempo del cielo en la forja de Luzbel?
Quizás el purgatorio será eterno
y las testas plagadas de inmundicia
subastarán el alma de los hombres.

Alighieri: Teseo mismo soñando laberintos
de voces y conceptos, culpas varias
que por su aliento fatuo nadie entiende.

Dantes analfabetos del fraseo,
desde mi show de Dios
yo les absuelvo.

LA PASCUA, UN INVENTARIO

Amanece la pascua.
El incrédulo Tomás
está vendiendo a precio de pandemia
los enseres del miedo:

La cruz reverencial
en donde el verbo de hombre
se hizo Dios.

El marbete que justifica
y juzga
el sacrificio.

Tres clavos
de pagana confección
con la sangre naciente de un Mesías.

Un cintillo de espinas
proveniente
de aquel zarzal en llamas
de Moisés.

La horca de un discípulo
transcríptico:
tras cuarenta monedas
fue transgénico.

La lanza rota
en el costado de Dios-hombre.

Los restos de una túnica desértica
transfigurada en vida
por las manos terrenas de María
de Magdala.

Un trapo con vinagre
para saciar la sed de los infames.

Tomás ofrece junto a cada reliquia
la convicción obsesa
de una llaga
y la elucubración
de un sol quintado.

AGUA DE PEDERNAL

I

El agua es la inmanencia del lenguaje
que en su viaje de ida hacia el retorno
busca fuego:
versos entre los pedernales poseídos.
Así
hollar no significa pie donde la huella
deja de ser camino taciturno
y convierte su cuerpo en andadura
grande como la entraña indócil
de un relámpago
sino una enredadera muy profunda:

el nominante clímax
deja de ser de pronto
salutación de invierno / hielo seco
de tanto merodear la oscura línea
entre la angustia inerte y la conseja:
verano en que las aguas se remansan
en un sólo mensaje ardido en humo
y se vuelve concierto de humedad
piedra sin toque
donde el silencio se hace nudo:
otoño sin más árbol que las nubes
precipitadas en su don de sueño:
‘primavera portátil’ en tanto no aparezca
el dulce infierno de ojos derritiéndose
en alboradas cursis / rosas de agua
y polen de rotundos colibríes:
deja de ser de pronto
clima el clímax.

Las palabras son gárgolas de cieno
en la inmanencia
de soportar conatos de naufragio
y es que la vida es dios en tanto caiga
en todos los pecados de lo eterno
emergiendo de amnióticos ombligos
con una antorcha de alma en cada imagen.

II

Soy una alegoría
que en este justo instante
está mirándose al espejo
mientras la habitación titila en sombras apagándose al ritmo de mis párpados
que marcan pinceladas de reloj.

Cada guiño es un segundo
volviéndose infinito.
De cada parpadeo brotan ángeles como espejos
que mantienen su fulgor de brasa ardiente
hasta el instante en que la luz
ejecuta el siguiente pestañeo
y el anterior despéñase al vacío.

Los ojos que me miran no son ya
mis ojos encantados en mis ojos
sino el brillo curioso de la noche
convertida en salterio de proverbios
mudos
al querer hilvanar el mundo
con el índice de Dios
mientras él aletea profecías
sobre la superficie de los nombres
y se mira al espejo eternamente
en mí:

Soy el que soy: ¿un aforismo?
¿una parábola creando paradojas?
Pero ‘el que crea
en mí
aunque esté muerto’ oteará el cielo
y será su camino ruta cierta
hacia los paraderos del milagro.

Soy verbo que florece entre las piedras,
agua celeste
para llenar los cántaros del alma.

LABORES DE TINIEBLA

Venga hasta mí el festejo de algún búho
que se oculta fingiendo telarañas.
‘La cosa en sí’ es la misma casa azul,
un rudo diapasón desvencijado.

Telaraña: sutil deificación harto diabólica
justo en el medio del ring ring
que desajusta el címbalo del viento.

Vamos a programar luceros apagados
para que sea más íntima la noche.
Dejemos que el insecto haga su ronda
y pendule su flema hasta que sangre.

Al fin sólo se trata
de confundir al búho
con la parafernalia de su sombra
mientras la tela atrapa en duermevela
el aletear furtivo de una mosca.

Esa paciente araña
(en su eterno tramar y destramar)
es la febril Penélope que aguarda
y espera ver a Ulises asomándose
por los ojos oceánicos

del búho.

RESURRECCIÓN

Fui educado
en el “ojo por ojo /
diente por diente”.
Así que absténganse
ciegos,
tuertos
y desdentados.

Los ciegos
–como habría de esperarse–
no podrán leer
mi testamento incidental,
los tuertos
para mirar el sol
cubrirán con su lengua de sable
el único ojo que les queda,
los desdentados
proferirán presagios
y silbidos
hasta que su cánido colmillo
sea vengado.

Si alguien exterior a esta lista impía
ha logrado ver
la reverberación de mi cuerpo
en viaje al infinito,
por favor guarde
(como Tomás)
en la sanguinolencia de la llaga
el dedo absuelto por el fuego
y concluido el milagro
señale hacia sí mismo.

En verdad os digo:
sólo los mudos lograrán morder
con su retórica
la ficha constelada,
el ojo núbil
de este acuerdo.

En los confines de mi mano abierta
trina un río.

Justo
en la línea de alba
almacigo manzanos
con candidez de Adán.

Me alarmo.
Me conmuevo.
Elucubro verdades
que delinean apenas
el ánima de Dios.

Lo único que quiero:
ir a ese origen
(distante sólo un paso de mi sombra)
y ademar en una esquina
sin culpa
con lo que acaso pudiera ser
perla de angustia
o pecado en proyecto,
discretísimas serpientes.

Diviso ya mi rostro.
A estas horas
debes ya estar ahí sobre las aguas,
pernicioso,
flotante,
tramador de lenguajes
que habrán de derrumbar torres infectas
y separar el mar de orilla a orilla.

Ahora sí,
aconséjame Dios:
¿Cómo me pienso?
¿De dónde tomo el bien
para vestirme de fe eterna?
¿De dónde tomo el mal
para ser yo
en uso de mis garras proféticas
y mi sangre de pájaro extasiado?

Los ángeles son eso,
oh Dios bendito
(o maldito, no sé, pero sí Dios):
el absurdo con alas y caireles
y cuerpo angelical porque son ángeles;
piedra ceremonial sin madriguera,
tornasol de obviedades casi ciertas.

Diviso ya mi rostro.
Desde una luna blanca
(en rictus de vergüenza,
con los ojos vacíos ya de cielo)
entre plumas celestes que danzan en el aire,
Adán viene hacia mí
con un enorme espejo entre las manos.

II

Al principio fue el verbo.
Luego una historia simple
apenas delineada
sobre la superficie de las aguas:

El arcángel sin gloria /
la caída,
Eva, Adán /
la voz del paraíso,
el árbol sin pecado /
la serpiente
y esa abismal quijada
en las manos de Caín.

El agua ya es torrente.

Cómo si de Dios tratárase el asunto
un aluvión de espejos se derrite
en infames profecías:
vemos un arca poblada de pezuñas /
alas torpes / serpenteos /telarañas / caparazones y colmillos,
alguna torre infecta en derrumbe al precipicio,
una escalera al sueño
anclada a aquella piedra
de filiales oprobios,
y el mar partido en dos por dónde asoman
las huestes de la huida.

Mientras Dios elucubra su cielo
de imagen / semejanza
el hombre vaga eternamente
de un infierno a otro infierno.

  • Ilustración: Rocio Díaz