Escribir en torno a las obras artísticas de un amigo no sólo es difícil, sino peligroso. Bien puede ser que a uno se le pase la mano con elogios y halagos desmedidos o, por el contrario, peque uno de imprudente refiriendo anécdotas que poco suman a lo que exige nuestra atención. En ambos casos la obra sufre por estas polarizaciones y, de paso, la amistad.
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El mito de la objetividad en la crítica de arte es eso: un mito, cada que lo invocamos lo deformamos, muchas de las veces con poca fortuna y, rara vez, de manera airosa. Hacerle al listillo y apostar por un menjurje que incluya ambos ingredientes suele producir textos mustios donde la amistad es una excusa para hacerse de la vista gorda y empalagar al lector con anécdotas cursis y citas textuales que ni para Dios son inteligibles.
Quizá escribo esto porque me siento en aprietos, en un callejón sin salida, puesto que mi amigo Rafa me ha pedido algunas palabras para sus fotografías. Decir, como hoy es norma, que están chidas; o que son una joyita, como suele hacerse en las reseñas de libros de compas, es casi un insulto por la ausencia de juicios críticos que sostengan esas categorías estéticas.
Y vuelvo a lo mismo, que hacer mella en la obra supuestamente artística es, en estos casos, rasguñar también a la amistad. Qué hago. Correré el riesgo.
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En el capítulo VII, dedicado a La miniatura, de La poética del espacio de Gastón Bachelard encontramos una serie de reflexiones luminosas acerca de lo ínfimo y pequeño como materia prima de cierta literatura. Pero estas meditaciones bien pueden abarcar terrenos que no pertenecen a lo exclusivamente literario, a las imágenes de mundos empequeñecidos que por escrito nos ofrecen poetas o narradores y, en algunos casos, ciertos científicos.
La imaginación miniaturizante también puede florecer en la música, en la pintura y quizá con mayor peso, debido a los instrumentos tecnológicos y las técnicas implicadas, en la fotografía

Y no me refiero a que la fotografía capte lo obviamente chiquito o que reduzca a escalas pequeñas lo inmenso. De ser este el criterio casi todas las fotografías serían calificadas de miniaturas.
Para que algo sea, en este caso la fotografía, un pleno ejercicio de miniaturización habrá de pasar por el tamiz de la imaginación, como aquella que de forma natural se da en la infancia y que en la adultez es hija de la atención, del ocio y de la lentitud.
Cuando somos niños gran parte de los juguetes con los que nos divertimos, ya sea el carrito o la tasita de té, el soldadito o la muñeca son miniaturas de un mundo reducido a lo absurdo no sólo por el tamaño, sino por la imaginación. Estos juguetes son miniaturas cuando la imaginación obra en ellos, cuando el carrito corre por una pista invisible, cuando en la tasita de té hay una rara infusión de hojas mágicas, cuando el soldadito no muere por más balazos que reciba, cuando la muñeca llora (aunque sea de mero trapo).
La fotografía miniaturizante es aquella que, a través de una imagen que capta lo pequeño, nos invita a imaginar una secuencia o trama de hechos que ahí suceden. No se trata de imágenes que sólo se ven por el hecho de estar puestas a los ojos, sino que son imágenes que se viven. ¿Es absurdo esto que plateo? Ni duda cabe, pero sólo para quién coteja o compara hechos con hechos. En la imaginación miniaturizante el absurdo no existe y, por extensión, tampoco en esa particular fotografía que miniaturiza.
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Rafael Amed hace poco me envió una serie de fotos que expondrá bajo el rotulo 4 pasos.
Al ver por primera vez aquello que Rafael Amed capturó con su cámara intuí que se trataban de imágenes miniaturizadas. Y no porque fueran fotografías de objetos microscópicos o minúsculos, sino porque captó detalles que suelen ser pasados por alto a los ojos poco atentos

Poner atención equivale a agrandar algo, a verlo a través de un microscopio o una lupa. Bachelard, en el capítulo ya referido de su obra, dice que: … la atención por sí misma es un vidrio de aumento.
Y en las fotografías de Rafael Amed está omnipresente esa atención. De ahí que los pistones de una trompeta, la corrugación de una botella de plástico, las praderas de una puerta de refrigerador, la erosión de un trozo de carne, la zoología planteada en un rascador para gatos y la metrópolis de unos circuitos electrónicos sean los protagonistas de su exposición, agrandados por la lente de su cámara, pero sobre todo por la lupa o vidrio de aumento que supone su mirada.
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Cuando me envió las fotos Rafael Amed me comentó un detalle que creo relevante para comprender hasta cierto punto el título de su exposición: 4 pasos. Se trata de un homenaje al encierro, obligado por la pandemia del Covid, al que estuvo sometido por un largo periodo de tiempo.
Las distancias en un minúsculo departamento no son largas, a unos pasos está el cuarto de baño, la cocina, la sala y la mesa de trabajo. Pero estas distancias cortas tienen su grado de relatividad. Para quienes suspendieron su acostumbrado frenesí de estar fuera de casa, el encierro supuso un sufrimiento prolongado por no saber cómo estar entre cuatro paredes.
El aburrimiento se tornó feroz, la neurosis en el pan de cada día: después de asquearse de ver películas y pornografía, de chismear en las redes sociales y arrojar zapatos por la ventana, después de agrietar lazos familiares y vecinales, este tipo de sujetos nunca, pese a periodos largos de inacción, de pereza, cultivaron el ocio.
El confinamiento se tradujo en un largo calvario. Pero no todos experimentaron la asfixia de un inmenso infierno pequeño.
En el encierro por la pandemia, hubo quienes cultivaron el ocio a la manera aristotélica, su tiempo libre, y no me refiero al residuo que queda posterior al trabajo, de tal manera que terminaron siendo exploradores atentos de los recovecos donde reposan ciertos objetos. En las fotografías de Rafael Amed se refleja ese ocio volcado en los diminutos detalles de las texturas de ciertos objetos ya mencionados

Dice Bachelard en La miniatura: Ha sido preciso un gran ocio en la estancia tranquila para miniaturizar el mundo. Hay que amar el espacio para describirlo tan minuciosamente como si hubiera moléculas de mundo, para encerrar todo un espectáculo… Abusando de los sentidos, paciencia y ocio casi pueden ser sinónimos. La disposición ociosa, conjugada con la mirada paciente del fotógrafo descubre umbrales a mundos diminutos por donde se pasea oronda nuestra imaginación.
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En las fotografías, en blanco y negro, de los circuitos electrónicos hay un planteamiento que sólo los niños y los ociosos pueden permitirse sin rubor y miedo a ser tildados de locos o delirantes. Me refiero a contemplar, en esas tablas de circuitos, edificaciones y avenidas miniaturizadas, ciudades enteras que caben en escasos centímetros.
Quién, en su infancia, en sus ratos de ocio, no entrevió en las entrañas de un dispositivo electrónico una topografía futurista, un mundito alterno.
Para recorrer esas ciudades miniaturizadas, para enajenarse con su arquitectura es necesaria una disposición que lo ralentice todo. Sólo con pasos lentos podemos transitar en este orbe, entre más despacio andemos más vigilante y dichosa será nuestra imaginación. Ahí, donde el técnico en electrónica sólo ve circuitos dañados o en buen estado, donde el lego ve plástico y cablecillos ininteligibles, el fotógrafo observa y captura un umbral a una civilización donde Pulgarcito, o un simple liliputiense, vacacionará sin prisas ni atropellos. Y Pulgarcito podemos ser nosotros mismos mientras permitamos a nuestra imaginación estar alerta.
La exposición fotográfica 4 pasos, de Rafael Amed, nos expide, sin que seamos muy conscientes de eso, un pasaporte liliputiense para vagar por los reinos de la miniatura y lo minúsculo.
- Fotos: Rafel Amed