Hay seres que no se sabe a ciencia cierta si son de ficción o de realidad, su existencia pone en crisis todas las distinciones y las referencias.
Caja de muñecas rusas, Federico Vite es un nombre propio que contiene muchas identidades ficcionales y otras tantas verosímiles. Narrador, periodista, ávido lector, coleccionista de recuerdos, mitómano, taxista, fabulador, bohemio, soñador, bebedor empedernido, y ahora, abstemio, y así, la lista podría seguir de manera casi interminable.
Tiene innumerables publicaciones y más de una centena de obras rechazadas por casas editoriales de variopinta clase y alcurnia, mismas que denomina de forma genérica: “Lecciones de un vagamundo”; todas forman parte de una misma y única obra que ha escrito y publicado como si fuera por entregas, obra cuyo título provisional bien podría ser: Historia verdadera de hombres rudos que se quiebran pero nunca dejan de levantarse para seguir cayéndose.
El argumento uno y múltiple consiste en la vida, muerte y resurrección de un hombre que –igual que en Borges– al trazar y recorrer el mundo está esbozando los contornos de su rostro, no obstante en cada pincelada se le va la vida
No en balde algún crítico ha dicho, no sin razón, que “la narrativa de Vite es una mezcla de Bukowski, Crane, Lowry y el humor costeño”, en parte es cierto, como todo lo que se diga sobre Vite, incluyendo, claro está la presente nota.
El ritmo y los diálogos de sus cuentos y novelas se acercan a la literatura norteamericana, pero sobre todo, siendo un gran lector del ensayismo filosófico y un gran conversador de cantina, su escritura adquiere un densidad metafísica que nos harían pensar en un Cioran a la mexicana, es decir, con una buena dosis de humor, irreverencia e ironía.
Su estilo ha ido evolucionando hasta adquirir una fresca vitalidad de adrenalina pura, quizá una constante en su férrea búsqueda literaria y vital sea mostrar la violencia absoluta de la vida en estado puro, de ahí que su lectura me sugiera el abismo retratado por Conrad, pero actualizado en el siglo XXI; tanto en Vite como en Conrad la buena literatura es un pretexto para explorar los laberintos subterráneos de una condición humana limítrofe.
Tengo la imagen imperturbable en mi memoria de una mañana esplendente, después de una fiesta excesiva y excelsa, de un joven escritor con rostro infantil y mirada melancólica tomando Whisky JB con Zucaritas de Kellogs.
Con Vite nunca se sabe que sorpresas depara “la dolce vite” como le gusta decir. Podríamos terminar con una cita del autor: “Que tengan un primaveral, sonriente y coqueto día”.
- Ilustración: Zarzi