El 25 de octubre Esther Seligson cumplió 78 años de vida. No se me ocurre mejor ocasión y mejor regalo que hacerla vivir a través de sus letras algo olvidadas por los lectores a lo largo de este mes ya escorpiano.

Seligson figura entre la tradición literaria mexicana como autora poco común, acaso esto se deba a la poca lectura que han tenido sus obras. Quizá valga la pena hacer un esbozo de las líneas temáticas y los modos narrativos y poéticos que atraviesan su propuesta literaria para dejar abierta la puerta a este mundo tan suyo, luminoso y viajero, que es su autobiografía.

La literatura de Seligson es una invitación a un mundo narrativo y poético poco común. A primera vista no tan sencillo de comprender, dado que es un tipo de escritura que visita concepciones religiosas y mitos variados. Debo confesar que mi primer acercamiento a su obra no fue por la vía difícil, es decir, no la conocí por La morada en el tiempo o por Otros son los sueños, sino por un encuentro azaroso con su última obra casi publicada en vida: Todo aquí es polvo, su autobiografía.

Una obra muy accesible que no podría describir mejor que como cálida, y que, después descubrí, —al leer el resto de su obra, textos, algunos sí, complejos— reunía no sólo el dibujo de su personalidad, de su modo de concebir el mundo y la vida, sino también sus intereses más acendrados, la literatura y las religiones unidas por un fuerte lazo: el género dramático. Una afición por las tragedias griegas que llevó a su actividad docente y a su escritura académica y literaria. Basta leer Sed de mar o Las quimeras en Toda la luz —título que reúne varios relatos sobre Electra, Antígona, Tiresias, Eurídice.

Esta afición por el teatro fue algo que llamó poderosamente mi atención, porque, aunque en sus ensayos aborde temáticas referentes a obras teatrales, desde los griegos hasta el teatro épico de Brecht; y en su narrativa y poesía haya intertextos referentes al teatro, no escribió nada del género dramático propiamente.

Si algo predomina en la escritura de Seligson es el flujo de consciencia de los personajes, influencia de la literatura modernista a la que también fue muy adepta, en especial a la escritura de Woolf y de Proust

No me parece tan aventurado afirmar que el monólogo se ofrece a Seligson como la posibilidad de mostrar un yo histriónico, que sufre (como en la Morada en el tiempo y Tras la ventana un árbol), que ríe irónicamente (como en Hebras), que imagina el mundo de los otros situándose en ellos (como en los relatos Jardín de infancia reunidos en Toda la Luz).

En este sentido, el registro dramático es algo aparentemente ausente en la obra de Seligson, pero que subyace en la mayoría de sus escritos. Quizá no sea una locura decir que este género está muy presente, que a través de él reúne la narrativa y la poesía en lo que algunos críticos llaman prosa poética a propósito de la hibridez genérica de sus publicaciones.

Se presenta como un monólogo que va de la reflexión y/o de la memoria de algunos personajes, o de la primera persona; y se encarga de conjurar el mito en tanto relato que explica los orígenes de lo que acontece a los personajes e incluso al propio yo narrativo.

Leer ‘Todo aquí es polvo‘ es iniciarse en un monólogo íntimo, entrañable, con la sabiduría de las personas que, en la senectud, se disponen a hablar de la vida que fue

El hablar es justamente el tono que más se me antoja para caracterizar su escritura libre, despreocupada, pero a la vez muy precisa. Como esas charlas sin tiempo en las que alguien se dispone a hablar desde el tránsito de su memoria, y va y viene entre los recuerdos de experiencias, de lecturas y de reflexiones a propósito de todo.

Además, reúne la narrativa y la poesía desde un monólogo lleno de retazos, de citas de filósofos, de religiones, literatura, mitos; reflexiones y recuerdos. Ensayo, narrativa y poesía se imbrican desde algo que podríamos llamar flujo de memoria. En esta última obra reúne el tono doloroso, el de ironía, de amor, de alegrías vividas y presentadas nostálgicamente en el atardecer de la vida.

Vistos los relatos autobiográficos como documentos en los que se recupera el pasado vivido y la propia identidad, parece lógico que el paso de un género literario a otro esté presente. A lo largo de nuestro camino vital pasamos por motivos, acontecimientos y pensamientos en torno a la realidad, en torno a nuestras relaciones con los otros; actos y consecuencias varias que nos conducen por distintos caminos.

En este sentido, Seligson recupera de la narración biográfica y novelesca el trayecto de sus padres de origen judío hacia México; la epístola, para hablar de su relación con su hermana aún viva; las cartas y diarios que alguna vez escribió y transcribe en esta obra, reproducen un yo pasado que contrasta o concuerda con el presente; el tono poético es propio del recuerdo de aquellos instantes de claridad, de “instant of being” les llama; la reflexión y el tono ensayístico es recurso para explicar y cuestionarse, a través de referencias librescas, eso que alguna vez sucedió a ella y a su relación con los otros, sus familiares, amigos y amantes.

Esther Seligson se sirve de todos los géneros para hablar de sí, de la vida, de la muerte, del amor

Temas centrales y siempre vigentes en la literatura y en la vida, unidos por una narración autobiográfica en la que, puedo afirmar, existe una analogía entre el yo en representación escénica y el yo representado en el texto. En ambos casos es la memoria la que pasea por acontecimientos, emociones, reflexiones, preguntas y posibles respuestas. ¿Por qué no pensar entonces que es el monólogo el registro más cómodo para (re)presentarse públicamente, tras reunir los distintos géneros desde la primera persona en el texto?

Pudiera parecer evidente el que todos los géneros de alguna manera están presentes cuando pretendemos revirar al pasado y presentar nuestro camino andado. Esta fue una idea que tuve respecto de todas las autobiografías, es decir, que en éstas todos los géneros literarios confluían y que era perfectamente normal. Pero no, no es algo común. Vaya sorpresa.

Muchos teóricos explican que la autobiografía replica la poética de sus autores, su modo de leer la realidad a través de literatura, pero no dicen que este género se apoya en todos los demás para ser. De aquí que la autobiografía de Seligson es una muestra extraña dentro de la tradición autobiográfica. Se muestra con todas las modulaciones que ofrece el monólogo teatral y el poder de las palabras al interior de este género autorreferencial a partir de la reunión del relato de la vida, de la expresión y de la reflexión en torno a ella y entorno a los otros: sus padres, hermana, hijos, y compañeros de aventuras.  

El modo con el que utiliza las palabras y construye todo el libro es de una naturaleza casi oral, da la sensación de que estamos ante la Seligson que narra su vida y recoge retazos o referentes varios casi a la vez.

Las frases largas van de un tema a otro, como un flujo sin aparente orden. Citas, reflexiones, recuerdos se entrelazan en la consecución del texto. Es el yo mostrándose públicamente a través de su voz y de convocar otras voces, principalmente las de sus escritores preferidos y las temáticas de las que gustaba leer, como las religiones y los mitos, conocimientos que dan sentido a su pasado.

Sabemos que las religiones se sirven de rituales, de representaciones simbólicas que explican el mundo, por ello Seligson era una aficionada al teatro

El teatro es el espacio en el que se representa la naturaleza humana sin tapujos, los orígenes, lo que explica la razón de nuestro presente, los motivos que conducen a las personas hacia distintas decisiones. De aquí que los vínculos entre su obra y las tradiciones míticas que recupera estén muy presentes, en ocasiones a través de flujos de conciencia, o como reflexiones de los orígenes, reescrituras de mitos, referentes religiosos recurrentes en ensayos y en relatos.

El teatro está presente a través de los lazos que se tejen con el mito en tanto relato que explica el ser de las cosas y de las personas. El flujo de conciencia y el de memoria en varios de los escritos de esta autora, algo o mucho tienen de ritual, de explicación de los principios, de memoria cosmogónica que trasciende espacio y tiempo, como en La morada en el tiempo.

Desearía poder explicar la grandeza de su obra escrita, sus “ansias de absoluto”, como en varias ocasiones expresó, su composición toda, amalgamada entre sí y con otros muchos textos, propios y ajenos, pero no me alcanza. Puedo sólo decir que entre todos sus escritos existe una conexión y que por ese motivo el acercamiento a su literatura no precisa de ningún orden, basta entender sus publicaciones y reediciones unidas “en espiral”, como la propia Seligson indicó, sin principio y sin fin. El regreso a los relatos míticos griegos hace de su obra algo inacabable, circular y muy vigente.

En este tenor, la obra con la que cierra es la expresión más límpida entre la literatura y la vida, entre el relato y el mundo enlazados por algo parecido a una puesta en escena en la que el yo decide decir quién cree que es; cómo fue y por qué es como es; quiénes son los que están en torno a sí y configuran la personalidad; los acontecimientos desafortunados y afortunados.

Estamos, pues, ante una obra llena de vida, aunque paradójicamente el motivo de inicio del relato de su viaje sea el de la muerte, el fin de la memoria y la imaginación. Por este motivo, la escritura, para Seligson, es el único medio, y el libro el único espacio en el cual la muerte no existe, donde el tiempo es una espiral inacabable.

  • Ilustración: Nikiforos Lytras