El carácter traumático de la estadía del joven Martín Cerda en Berlín (1951) y sus micrológicas lecturas de la obra de Ortega perfilan el carácter histórico-reflexivo de su ensayística.

Para el escritor o intelectual, no hay momento de escritura ni utopía de ella sin las representaciones y preguntas de su tiempo, presente o actualidad. Ello es sustancial para la obra de Cerda, quien no duda en convocar a las ruinas y las máscaras como figuras contingentes y críticas de lectura, apelando en todo momento a los mitos de nuestra Historia.

La vigencia, la actualidad de sus lecturas en el contexto del mundo planetario en que estamos embalados nos lleva a descubrir como por primera vez cuán presente es la obra de Cerda, por la pertinencia de sus reflexiones en torno a la pérdida de las ilusiones históricas de cada generación o época (los proyectos sociales e ideológicos de transformación, específicamente), traduciendo su gesto, su praxisen “disidencia”.

Su obsesión por puntualizarla estructura de la vida histórica (los deseos, las ideas y fantasías, los usos y hechos) determinaron su actitud política, la del anarca o emboscado que abandona los escamoteos de la realidad y arriesga su vida a valores éticos que están siempre a punto de transformarse en un moralismo cada vez más abstracto e irreal (lo que su maestro Roland Barthes define como inactualidad).

Por ello, en su poética del ensayo, La palabra quebrada (1982), remite a la teoría baconiana de los idola para franquear los límites de un convulso y bochornoso presente; la de una masa informe de supersticiones, prejuicios, doxas que nos impiden observar, comprender y explicar el mundo en que vivimos.

El ensayista que es Martín Cerda prosigue buscando, a su modo, a los “semejantes”, lectores y viajeros malheridos que no atesoran ni lloran sus viejos papeles en archivos y bibliotecas; sino que piensan e imaginan sus mudanzas vitales y existenciales como una verdadera ciencia del presente. 

De ahí que su turbada familia espiritual, la de escritores e intelectuales nacidos entre 1878 y 1892 (Ortega, d´Ors, Musil, Lúkacs, Reyes, Henríquez Ureña, Edwards Bello, entre otros), polemizara con las ideas, las formas y los usos dominantes de su época; telón de fondo del coro de su generación que reúne a nombres como Juan García Ponce y Octavio Paz, Héctor Murena y Oscar Masotta, Enrique Lihn y Claudio Giaconi.

El pasado no está, después de todo, momificado, puesto que, sus huellas o rastros de escritura, recuerdos y lecturas, citas y figuras a la orden del día componen una contradictoria oportunidad para salvar o más bien naufragar en el impasse de nuestro presente histórico, donde las notas o propuestas hacia una literatura lúcida cobran su más noble y actual sentido.

El fondo sociológico y fenomenológico de su escritura fragmentaria, de sus notas y reseñas en la revista P.E.C (1965-1970) al ensayo programático Respuesta global a un cuestionario (Revista Taller de Letras nº 1, 1971) y de su trabajo en Caracas como editor de Monte Ávila a las investigaciones realizadas en Punta Arenas (Montaigne y el Nuevo Mundo, El viaje austral y Lecturas de Roland Barthes), configura el ritmo de un pensamiento en la que la experiencia cotidiana se transforma en reflexión, y la reflexión en pasiones y desventuras de un lector seducido por la libertad imaginativa y el rigor conceptual.

En el caso de Martín Cerda, una hondura que no desea renunciar a una promesa o ilusión de destino que significa emancipación y, por tanto, utopía. “Depósito de fe” que conserva, profundiza, anuncia y expone no sin atroz desencanto las antinomias de la existencia actual. En una entrevista concedida al periódico El Mercurio, el 13 de febrero de 1972, señala a propósito de un agrio examen del proyecto socialista: “La última utopía que puede perder el hombre es, a fin de cuentas, la utopía de estar en sí mismo. Cada vez que ello ocurra -decía Ortega- el espacio se puebla de crímenes”.

Sin embargo, este compromiso no es un mero ensimismamiento, sino un poner a salvo los trazos de un pensamiento sobre la literatura, la idea y los principios que forman parte de una literatura sobre el pensamiento. Lo que con exactitud llamo Kostas Axelos la “rareza” del pensar, la de aquellas ideas que trabajan siempre con el futuro. Ideas de un inconfesable náufrago, que apaleado por la soledad y la incomprensión, anuncia a otros viajeros que todavía es posible otra vida.   


Martín Cerda nació en Antofagasta en 1930 y murió en Santiago en 1991. Estudió derecho en la Universidad de Chile y filosofía en la Sorbona, donde sacó “carnet de existencialista”, como él mismo señalaba. Entre 1959 y 1964 y entre 1974 y 1977 vivió en Venezuela. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile desde 1984 hasta 1987. En vida publicó los libros La palabra quebrada: ensayo sobre el ensayo (1982) y Escritorio (1987). 

Su figura se ha convertido en sinónimo de ensayo literario, género que cultivó desde su juventud hasta su muerte. El espesor cultural y la multiplicidad de lecturas que exhibió en sus trabajos en periódicos, revistas, talleres y conferencias, lo instalan como un referente indiscutible de la actividad cultural chilena. 

La muerte le impidió la composición de cuatro libros, de los que habló apasionadamente en diversas oportunidades: Montaigne y el Nuevo Mundo. El impacto de América en la cultura europea del siglo XVIEl Viaje Austral. Tres navegantes del Pacífico sur en el siglo XVIIILecturas de Roland Barthes e Introducción al ensayo moderno. Diez modelos de pensamiento interrogativo.