El 2007 significó para mí un año difícil, tuve que aprender a despedirme de algunas personas, pero también llegaron complicidades a mi vida.

En ese momento algunos pensamientos que se desarrollaron largo tiempo en el aire, como la idea de poner en marcha la escritura, por fin comenzaron a pisar el suelo, me gustaría pensar que fueron algunas conversaciones y lecturas las que detonaron ese motor.

Recuerdo particularmente una noche en el bar de Profética en la ciudad de Puebla, crucé el patio para pedir un trago y me topé con Federico Vite que, si mi memoria no falla, tenía poco tiempo de haber llegado a vivir a la ciudad. Él estaba con un amigo en común bebiendo una cerveza y fue en algún momento de la charla que me invitaron a sentar; aquella noche escuché hablar por primera vez de su novela Fisuras en el continente literario (FETA, 2006), obra que tuvo un destino insospechado, en menos de un año se había agotado, no había ejemplares en ninguna parte, salvo los que el autor había recibido de la editorial.

La novela vivió opacada por la censura cometida por algunas personalidades del medio literario; sin embargo, el Fondo Editorial Tierra Adentro, reeditó la obra un año más tarde, en 2007 era fácil conseguirla

En alguna plática, tiempo después, Vite me contó que la novela estaba construida con las palabras del propio Octavio Paz declaradas en algún momento de su vida, aclaró que se fueron conjuntando con la ficción, la cual tenía que ver con escritores, la prensa y los judiciales.

Fue la primera obra que leí de Federico y con ella pude notar que había un narrador atado a la oralidad que, aunque parezcan conceptos estrechamente unidos, no siempre es así, pero baste con leerlo para recordar la vieja distinción de Henry James entre telling and showing, entre decir y mostrar, como una máxima en la forma del relato de Federico Vite. La lectura de aquella obra me dejó ver que: narrar no se aprende en la universidad, es, en todo caso, un aprendizaje general, algo que se construye desde la vida misma.

Luego de esto vinieron largas caminatas, visitas a cantinas, compartimos incluso una golpiza por parte de las autoridades que ninguno de los dos olvidará; probablemente aquella noche en la camioneta de la policía entre golpes y la incertidumbre que provoca saber a qué hora y dónde nos votarían se estrecharon algunos lazos y nos hizo aprehender una experiencia que sin duda mantiene distintos matices o, en sus palabras “la fe es un asunto de opacidades”.

Con el tiempo fui conociendo, con la distancia que siempre se mantiene en una amistad, a un tipo que cuando se trata de trabajar lo toma todo muy en serio, recuerdo algunas veces que se mostraba muy estricto con su espacio de escritura, ahora que lo pienso, comprendo que ésta es muy celosa, a propósito me viene a la mente una idea que me contó después de ganar el Premio Beatriz Espejo en 2017, donde me queda claro que Vite tiene una responsabilidad con las letras, “mientras armaba el cuento ‘Mausoleo’, iba al hospital a cuidar a papá y después volvía a casa a escribir, de cierto modo, la escritura me ayudó a entender el impacto que yo iba a sufrir”.

Hace poco releí su novela Parábola de la cizaña obra que, al tiempo que confunde por la estructura narrativa, también confronta al lector, esto me parece un gran acierto que además se hilvana con una prosa poética

Luis Álvarez Beltrán dice, a propósito de ésta, que se trata de un “resumen bíblico pero adaptado al México de hoy, con su respectiva apocalipsis, es un muestrario de personajes a quienes el mal y la locura los tocan transversalmente y cuya redención posible llega muy tarde a un precio demasiado alto”.

 

Prado: Me llama la atención la elección de la estructura fragmentaria en la obra, ¿qué tanto te ayudó, a pesar de esta forma, la geometría de la novela?

Vite: Este fue el trabajo más hermoso que he tenido. Originalmente mi novela contaba 400 páginas, luego 300. Fue adelgazando porque no encontraba la intensidad ni la hondura psicológica de los personajes, sólo les pasaban cosas y eso no quería, un catálogo de aventuras de borrachos o de asaltantes espiritistas. Concluí que era explicativo tanto acto porque mi estructura era lineal, aristotélica, digamos. Así que entré a mi parte favorita del proceso de reescribir: probar que los trazos rectos de mi novela restaban más que sumar.

Fragmenté las historias cuando apliqué la tesis a todos los personajes (el reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; mientras dormía vino su enemigo, sembró cizaña y se fue) y funcionó mucho mejor. La voz narrativa llegó a su tono ideal. Reproduje un recuerdo colectivo, el de mis personajes. Recurrí al canto de la memoria y ese canto propició la fragmentación que encabalga la trama capitular. Ese fue mi hallazgo, pero hay quienes llegan más rápido a los aciertos de sus libros. Yo tardé un par de años. En 2006 ya estaba listo mi libro, pero el editor se tardó un poco en llegar. De 2007 a 2012, ya ves, cinco años en la banca, quince rechazos, etcétera.

P: Sobre la perspectiva que utilizas, algunas veces parece omnisciente, pero en otros momentos agudizas el punto de vista como algo fijo, ¿qué te hizo tomar esta decisión?

V: Ah, cierto, las distancias psicológicas de esa consciencia narrativa. Parece que pulo los objetos, las personas y el paisaje con la mirada; los observo sin prisa, obsesivamente para darle un ritmo al relato. Traté de crear una sintaxis objeto, persona, paisaje, un tempo, objeto, persona, paisaje.

P: Parole y parábola, me parece, comparten la raíz, en tu novela ambas son proyectadas al lector para encontrar el sentido, en este orden de ideas, ¿qué tanto influyó la Biblia en esta obra?

“A pesar de estar frente a la imagen de la muerte olí fresas. Pensé en las palabras de Ezequiel (Y miré que había tendones sobre ellos, creció la carne y la piel los cubrió, pero no había espíritu en ellos), claro”

V: Las cosas importantes en la literatura nacen, forma y fondo, por una imposición vital; en mi caso, una larga parranda e indigencia que me lleva a terminar caminando de Guanajuato a Querétaro. Ya en la carretera, después de doce horas de trote, me encuentro con la imagen que germina años después en Parábola de la cizaña.

Vi, sin quererlo, el cadáver de un vaca. La cabeza mostraba los huesos, la cornamenta, los huecos de los ojos; el resto tenía carne putrefacta, pero estaba cerca de Irapuato y lo que yo olía eran fresas, Pepe. A pesar de estar frente a la imagen de la muerte olí fresas. Pensé en las palabras de Ezequiel (Y miré que había tendones sobre ellos, creció la carne y la piel los cubrió, pero no había espíritu en ellos), claro. Sé que suena muy mamón, pero ese día acepté que creía en Dios, nunca había tenido esa charla, menos borracho. Caminé pensando en ello. En la noción del bien y del mal.

Estuve peleando conmigo mismo el motivo de esa parranda longeva que terminó bien, porque seguí con vida después de un par de incidentes realmente graves en la carretera del Bajío. No sabía que tenía una novela en la cabeza. Hice un par de cuentos, uno de ellos apareció en la revista Crítica 180, se llama  Como un sonido de grandes aguas, y varios poemas que no han tenido fortuna ni casa editorial, son amargos, opacos.

Lo luminoso para mí fue la novela. Aunque esa imagen no aparece en Parábola de la cizaña sé que hablo de ese incidente en todo la novela, en la noción del bien y del mal, la carne sobre la cabeza muerta y viceversa. Hablo de las pulsiones emotivas que provoca la fe, ese asunto de opacidades. En ese sentido, parole y parábola embonaron a la perfección. Sirva como remache: La parola di Dio è un mistero sinfonico.

 

“Resignificar el corte de la cizaña es, me parece, crear un nuevo contexto sobre esa consciencia o ese presentimiento de Dios. Así que hice un escenario para esa consciencia, para esa hacha de Dios”

P: Recuerdo la cinta Pi el orden del caos, donde Pi representa la palabra de Dios, en tu novela vas más atrás porque recuperas la idea del Antiguo Testamento donde aquel que ha sentido a Dios muere, con esta idea, ¿cómo utilizas el texto para resignificar otro?

V: La noción que tenía San Juan El Bautista de lo divino era fascinante. Presentía a Dios como una herramienta para erradicar la cizaña del trigo: un hacha. Resignificar el corte de la cizaña es, me parece, crear un nuevo contexto sobre esa consciencia o ese presentimiento de Dios. Así que hice un escenario para esa consciencia, para esa hacha de Dios, para ello nos vamos hasta el Antiguo Testamento, pero en un nuevo escenario.

Acapulco, por ejemplo, pero no el Acapulco de playa, sino el que está muy cerca de la cárcel, de la zona marginal, perdida. En veinte kilómetros a la redonda sólo hay una cárcel, barrancas, tiendas, edificios en obra negra, gente y daño. Cuando salen de esa zona los personajes, el hacha se manifiesta. Dios y su palabra inscrita en el cuerpo de un estigmatizado. Xavier, el protagonista de Parábola de la cizaña, es un vocablo hecho carne y de eso se trata mi viaje, de las acciones o derivas de ese verbo encarnado.

P: Hay un sentido que planteas en el texto que me parece muy afortunado, me refiero a la idea de “recorrer” que representa la forma de la parábola en el sentido de la novela y el recorrido de los personajes, ¿cómo fue que lo ideaste?

V: Recorrer, como lo dictan los Evangelios, tiene que ver con una serie de espíritus que se manifiestan impulsivamente: “Andan el mundo, lo recorren”.  Esos intempestivos, bajo la lógica del libro, activan el relato, lo detonan. Y básicamente todo el capital simbólico lo tomo del catolicismo. Se trata de un bosque de símbolos que me permite esconder y mostrar los senderos narrativos. Recorrer o atravesar el relato es justamente la intención de los intempestivos; como ves, la perspectiva de los intempestivos cambia según la ruta de cada personaje.

P: ¿Qué tantos elementos te ofreció la mirada de un reportero para mostrar de manera tangencial el alma humana?

V: Reportear me ha dado oficio literario, aprender a mirar, por ejemplo, a valorar acciones, hechos, frases, opiniones; a escribir. Me permitió entender que yo no soy lo importante, sino lo que aprisiono y defino con mi prosa. Me enseñó una pregunta, ¿para qué escribir? Sigo teniendo una respuesta distinta en cada libro.

P: ¿Cuál es la experiencia que te deja trabajar con tu editora Brenda Ríos en la primera versión y luego hacerlo con Greity González y Dago Sandoval ahora para La Pereza Ediciones?

V: A Brenda Ríos le debo el título. De todas las proposiciones que hice, ella las valoró y dijo: ‘Fede, ¿y si se llama Parábola de la cizaña?’ Tuvo el hallazgo; fue el primer libro que le tocó editar en la UAM. Empató el nacimiento de mi libro con el arribo de ella a la editorial. Fue un trabajo muy bueno. Serio. Estricto. Con Dago ha sido básicamente una especie de edición de autor. Eso es un lujo. Aunque lo más importante, la fortuna doble, digamos, es que me bendigan con la luz de su mirada.

“Para la segunda edición afilé algunas descripciones y listo, ahora sí tengo el libro de un hombre maduro, se le nota la sobriedad a mi oficio”

P: ¿Cómo fue el proceso de enfrentarte una vez más a esta novela?

V: Es un proceso muy amable. La releí con calma. Me quedó mejor que la edición primera, pero la primera fue un logro; después de quince rechazos editoriales, dio la vuelta por el continente literario mexicano, la UAM se animó a darle vida a mi libro escrito en 2004, justamente con apoyo de la Fundación para las Letras Mexicanas. Claro, para la segunda edición afilé algunas descripciones y listo, ahora sí tengo el libro de un hombre maduro, se le nota la sobriedad a mi oficio. Y mira que eso me regocija mucho. La pesadumbre que permea la historia es otra cosa, eso no se va a quitar nunca.

P: ¿Cuál es la distancia entre haber escrito este libro y verlo cruzar fronteras?

V: La distancia entre escritura y publicación es todo un tema. Después del 2012 salió la oferta para que Parábola de la cizaña naciera en árabe. Tuvo su fiestecita y todo en Frakfurt; se puso en marcha el proceso de la traducción. Ahí va, camina lento.

En México tuvo la fortuna de recibir algunas reseñas. Es un mérito para un libro que salió bajo la mesa de novedades. Pero siendo honesto pasó inadvertida por todas partes, opacada publicitariamente por lanzamientos de mucho bluff  y lobby literarios, ninguneada por el mercado editorial. Hubo un par de proposiciones para publicarla en México en 2017, pero ya sabes cómo son los editores en este país, quieren que les ruegues y que les rindas pleitesía. A menos, claro, que tengas un buen capital simbólico en el mundillo literario. Esas cosas las traduzco como extraliterarias, pero a la hora de la verdad cuentan mucho; más que la literatura.

Ahora mi libro nace en Miami y lo veo firme, como siempre lo quise, una novela necia, para lectores que no quieren literatura chatarra, dulce o chistosita. Saqué las tijeras y di un par de tijeretazos. Quedo lista para que alguien con ganas de encontrarse una proposición narrativa singular quede satisfecho.

P: A catorce años de distancia, ¿qué te deja el trabajo literario?

V: En el 2004 creía que en México cualquier persona podría contar historias y con eso ganarse un sitio en las editoriales; en 2018 creo que no todos pueden hacer literatura y lo demuestran publicando en editoriales pesadas, grandes. De hecho, parece que el requisito para publicar es no tener hallazgos literarios. El problema es que si uno habla mal de eso, de las grandes editoriales y los rechazos editoriales, pues parece un ardido.

En suma: hacer literatura es cosa seria, no es un deporte ni un concurso de belleza. La pirotecnia y el fuego fatuo no son siempre buenas formas de valorar un libro. Hay un asombroso nivel de simulación en el mundo editorial de este país.

  • Ilustración: Rafael (fragmento de ‘La visión de Ezequiel)