Las condiciones de posibilidad en el espacio literario se reformulan cuando el lenguaje encuentra otra forma de decir las cosas, cuando se sitúa sobre otro aspecto, o cuando se desdobla a través de otros elementos.
No es menos obvio, sin embargo, que el cuerpo,
en la vida práctica, es la frontera que se levanta entre
cualquier hombre y sus iguales, o entre cualquier hombre
y el lugar donde su tiempo transcurre: el mundo.
Porque el hombre siente y conoce el mundo, fundamentalmente, a través de su cuerpo.
Ricardo Menéndez Salmón (La ofensa)
Las condiciones de posibilidad en el espacio literario se reformulan cuando el lenguaje encuentra otra forma de decir las cosas, cuando se sitúa sobre otro aspecto, o cuando se desdobla a través de otros elementos. El espacio literario ha hecho posible comprender la realidad misma, porque cuando la realidad es puesta en dicho espacio, cuando la literatura habla de ella, el lenguaje encuentra sus posibilidades más oscuras, más transgresoras y, por ello, sus condiciones más contundentes.
Es necesaria la pregunta sobre qué dice nuestra literatura de nosotros ahora, sobre qué habla cuando habla de nuestra realidad actual, de nuestra inmediatez. La literatura no es periodismo, pero puede asumirse como periodismo sin dejar de ser literatura. Sucede que la escritura periodística por su propia condición comprende un límite, éste es el de la crudeza, el de la nota roja que no sitúa. En su lectura, en una experiencia innegable, somos conscientes de que es realidad, de que sucedió.
Cuando la literatura se asume como un asunto de periodismo radical, entonces estamos ante un giro que reformula la literatura misma, su lenguaje y su configuración. Temporada de Huracanes, de Fernanda Melchor, ciertamente no ha renovado la literatura, ha actualizado su pregunta, su posibilidad, ha hecho posible la escritura de la severidad de nuestra realidad actual. En ella escribe un relato ciertamente muy conocido y muy usado: el asesinato, el desamparo y la amargura, la desesperación y los límites que implican. Es precisamente la escritura, la imparable escritura, lo que hace de ese relato, recordando el epígrafe que lleva de Yeats, “una comedia intrascendente”.
Es posible leer en ‘Temporada de huracanes’, novela al margen de un paradigma, el momento en que la literatura habla fiel y mordazmente de la realidad, a la manera del periodismo
La novela comprende ocho capítulos cortos. La lectura de los mismos es, de entrada, una de las características esenciales de la novela: la experiencia de la lectura, el retener el vértigo porque la saturación de las palabras nos sitúa en el borde, sobre unos límites extrañamente familiares. El inicio es total, los elementos que la novela desarrolla están allí.
El primero y más breve de todos los capítulos nos narra el argumento central de la novela con seis sujetos: “El líder señaló el borde de la cañada y los cinco a gatas sobre la yerba seca, los cinco apiñados en un solo cuerpo, los cinco rodeados de moscas verdes, reconocieron al fin lo que asomaba sobre la espuma amarilla del agua: el rostro podrido de un muerto entre los juncos y las bolsas de plástico que el viento empujaba desde la carretera, la máscara prieta que bullía en una miríada de culebras, y sonreía“.
La aparición del cadáver de una conocida bruja en el poblado de La Matosa es el trasfondo sobre el que la novela se desarrolla. Entre ese principio, que es también el final y marco entero de la novela, los personajes nos irán abriendo sus vidas, nos muestran las razones por las cuales han llegado a la miseria en la que están, su pasado se dibuja. Ese trazo que dejan es la inevitable forma de sus futuros, la certeza misma de que se están representando una comedia en la que no habrá aplausos, intrascendencia pura, porque en la pura transgresión se construyen los personajes. Su espacio es atroz y no es la narración del espacio lo que nos permite verlo, sino los detalles del espacio.
El espacio ‘es’ los personajes, todo espacio reflexivo, de posibilidad discursiva es, en última instancia, el cuerpo, y en ese sentido, la novela aporta una crítica sobre nuestra condición actual, a través del cuerpo que habla, de la corrupción en la que ha crecido y de su propia posibilidad
Es el cuerpo utópico, del que hablaba Foucault, cuando Melchor escribe y describe con violentación: “Muchachas (de La Matosa) de poco peso y mucho maquillaje, que permitían, por el precio de una cerveza, que les metieran la mano y hasta los dedos mientras bailaban (…) ya no sabían qué era más cansado: si pasarse una hora sobándole la verga al hombre que las había escogido o fingir que realmente escuchaban lo que les contaba“.
Uno de los conflictos más evidentes de la novela es que se genera entre Yesenia y Maurilio, la abuela de éste es un ser olvidado por el cual daría todo. Sin embargo, el muchacho, deplorable, desinteresado e incapaz, tensará continuamente el centro de la novela que es el asesinato de la Bruja y esa tensión siempre la vemos a través de otros personajes.
Ése es otro aspecto que hay que rescatar y celebrar de la memoria, el hecho de que las voces de los distintos personajes, así como la voz narrativa, siempre se aparecen como murmullos que van creciendo, como huracanes, llevándose todo a su paso hasta situarlo en el centro y consumirlo allí. Para ello, la memoria se reavivará. Es el coraje que hace recordar y la memoria que genera todavía mucho más odio. En esta novela, las acciones y los pensamientos de los personajes siempre generan males al desdoblarse un juicio de un personaje con respecto a otro.
El mal se nos muestra fúlgido y nuestra posibilidad de ser humanos se ve minada
“Pinches viejas, cómo fueron a contarle todo a la abuela, sabiendo lo mal que la vieja se ponía cada vez escuchaba algo del chamaco, cómo no se tentaron tantito el corazón a la hora que le dijeron que el chamaco estaba en la cárcel, que lo acusaban de matar a la bruja“, escribe Fernanda Melchor.
No es necesaria la sangre y la carne escurriendo su vida. Basta decir las cosas en su crudeza. La severidad y la crueldad son también formas de la literatura, no es el uso y abuso de la mala palabrería, sino la comprensión de que esa dimensión del lenguaje es, por encima de todo, nuestra realidad inmediata. Por eso, Temporada de huracanes actualiza nuestra narrativa mexicana, le da de tragar tanta realidad que la noción de la literatura se desdibuja por sí misma, se violenta contra sí y entramos por un camino escarpado a una especie de periodismo radical, a una larga crónica, a una nota roja interminable que no se detiene en explicarnos lo que sucede, sino que prosigue indefinidamente y va revelando los oscuros detalles.
Basta pulir las palabras de los personajes, basta dejar que en la palabra se expresen todo su coraje, toda su crudeza y el hastío. En Temporada de huracanes, Fernanda Melchor no construye arquetipos, no crea retratos de caracteres bien reconocidos ya. No hay aspiración en la novela. Su mérito estriba en el hecho de que es una novela que nos rebusca tanto y extiende a su límite el carácter humano, hasta que nos enajenamos de él, para que en lugar de encontrar un arquetipo que la literatura crea, nos acerque aquello que no debería ser, que no desearíamos vivir.
“Porque para ese pinche chamaco todo era cosa de risa, todo era pura pinche guasa, hasta los golpes que Yesenia le propinaba y los ruegos y el llanto de la abuela, todo le valía madres, no pensaba más que en sí mismo, o tal vez ni eso, porque seguramente la droga le quitaba la capacidad de razonar y seguramente ya no pensaba nunca en nada, ni sentía el sufrimiento que le causaba a todos, igual que el cabrón de su padre“.
El sentido periodístico cae en cuenta aquí. Su función es dar cuenta de los sucesos del día, de los fenómenos sociales, los políticos, la situación de la violencia y también la intensidad y la brutalidad de esta
Los periódicos de hoy tienen su interés enfocado en los asesinatos. El principal interés es ver las condiciones en que los cuerpos fueron dejados luego de un crimen, qué tantos balazos tenían en el cuerpo o, peor aún, de qué manera los asesinaron. El cuerpo es un elemento sumamente práctico, no esencial. De serlo, su transcurrir, su movimiento, sería estático, no existiría. El cuerpo se mueve, cambia siempre, evoca sus deseos y represiones a través de sí mismo, sus miedos, como nos describe Melchor: “No quería levantarse, pero ya no soportaba más el calor de aquel cuarto ni el hedor de su propio cuerpo ni el vacío en la cama que compartía con Chabela”.
En el mismo capítulo cuatro, tenemos otro ejemplo de esa función del cuerpo. Es otra formulación, es otro cuerpo, pero es el cuerpo. Es la escena en que afuera de la casa de Mircea, la abuela, encuentran un frasco con un sapo dentro, yerbas y otros objetos. Su consecuencia es sobre Munra, la contemplación apenas trivial de ese cuerpo: “empezó a sentir un dolor de cabeza tremendo y su abuela tuvo que llegar a limpiarlo con unas ramas de albahaca y un huevo que le pasó por la frente y que después rompió y estaba todo podrido por dentro”.
El adentro es un abismo para los personajes, por eso el cuerpo es central en la novela. Al cerrar los ojos se “sentía que se caía hacia un abismo sin fondo”. Los personajes se pliegan al abrupto desarrollo del espacio y son sus cuerpos, entre esa espacialidad y la desesperación que desatan, son los cuerpos los que caen. Las superposiciones de las narraciones lo acentúan, el periodismo radical ejerce aquí sus bordes. Se van sucediendo la voz narrativa y la de los personajes: esa sucesión supone un movimiento brusco de los hechos, ya que implica desde dónde se está narrando y mediante cuál lenguaje.
En ese sentido es como Foucault pensaba el cuerpo: “siempre está irremediablemente aquí, jamás en otro lado. Mi cuerpo es lo contrario de una utopía: es aquello que nunca acontece bajo otro cielo. Es el lugar absoluto, el pequeño fragmento de espacio con el cual me hago, estrictamente, cuerpo”.
El periodismo radical de Temporada de huracanes sobre el crimen, sobre la corrupción y las posibilidades del mal, es la contribución, aquí sí esencial, para la literatura. No crea otro género, pero sí logra hacer participar a dos formas de escritura, logra hacer una crítica mordaz en la cual, en nuestra tragedia inherente, no somos sino seres intrascendentes.
- Ilustración: Francis Bacon