Vivir en un hospital puede resultar agobiante, pero lo que pocos saben es que sólo se debe aprender a ignorar los olores, dejar de mortificarse por cada grito de auxilio que se escucha y acostumbrarse a la presencia constante de la muerte en los pasillos; ella no tiene horario fijo.
Hay quienes dicen que, cuando la muerte decide ponerse a trabajar por las noches, aprovecha al máximo el turno y se llevan a dos o más consigo, y cuando realmente ha tenido un día de locos, firma contrato con un paciente por piso. Saberse impotente ante su presencia es, tal vez, lo más difícil de sobrellevar. Algunos aprenden a fumar, otros deambulan evitando su mirada.
Julián Herbert decidió escribir, en un intento de “transformar lo perceptible”, lo inevitable. Mientras velaba la enfermedad de su madre, moldeó sus recuerdos en una novela de auto-ficción titulada Canción de tumba.
Guadalupe Chávez, la madre de Julián Herbert, fue una mujer bella que siempre aparentó menos edad. Llevó una vida trashumante, le gustaba cambiar de identidad cada vez que se mudaba y así renovarse constantemente, fue hasta el ocaso de su vida cuando decidió adoptar su verdadero nombre y sólo con éste envejecer.
Cuando Guadalupe Chávez ingresó al área de urgencias del Hospital Universitario de Saltillo en octubre del 2008, la rebautizaron como Guadalupe Charles
Los cambios de identidad le acompañaron hasta su lecho de muerte. Durante su estancia en la habitación 101 fue conocida de esa forma, tenía leucemia. El cáncer la mantuvo postrada en una cama conectada a soluciones mixtas y bombas de infusión durante cuarenta días y noches hasta el mes de diciembre, cuando fue dada de alta por mejoría. La estabilidad duró hasta mediados de junio del 2009, el sistema inmune de Lupita fue atacado nuevamente por la leucemia, esta vez en compañía de una infección nosocomial que acabó con su vida el 10 de septiembre.
Todos tenemos un recuerdo de la enfermedad durante la infancia. Todo niño alguna vez finge estar enfermo para no ir a la escuela, poderse quedar en casa bajo las sabanas, tomar el desayuno en la cama o para disfrutar la compañía de la madre durante todo el día. Hay en la enfermedad un toque de alegría bajo estas circunstancias, pero la enfermedad de Lupita ya no es aquella que permite disfrutar la comodidad de la cama, sino la que lleva al límite los mecanismos homeostáticos del cuerpo y produce el vacío propio de la incertidumbre ante la muerte.
La enfermedad consume poco a poco el cuerpo de Lupita, y Julián le hace duelo recuperando fragmentos de su pasado, mientras lidia con la posibilidad de la ausencia de su madre. El autor se sumerge en sus recuerdos para asimilar el proceso de la enfermedad.
Herbert se lanza al pasado a modo de ‘bungee jumping’, anclado a la cama de su “leucémica madre” como contrapeso a la muerte para recuperar fragmentos de vida
Memorias de una infancia particular, resultado de ser el hijo de una prostituta. Intentos de violación, presenciar la compra de un arma por un amigo o tener que correr tras el techo de su casa improvisada. Mezcla, además, con un pasado no tan lejano y una serie de eventos ficcionales, que resultan ser tan verosímiles para el lector que lo hacen cuestionar la frontera entre lo real y la ficción.
A lo largo de la trama se retrocede o avanza según sea necesario. Varios capítulos comienzan con hechos históricos, recuerdos que no tienen relación con la historia hasta que el capítulo concluye aterrizando en el presente.
El tiempo en Canción de tumba no transcurre de manera lineal; avanza dando saltos al pasado (distante e inmediato) y presente. Todo ocurre detrás de la imagen del autor escribiendo a oscuras en una silla incomoda junto a la cama de un hospital. Aquí, el tiempo es más que una unidad para ordenar los hechos, es más que escenografía, el tiempo toma parte activa de la novela. Los sucesos pasados no se limitan a los que los personajes vivieron, también engloba momentos de la historia de México que influyen, como en efecto mariposa, indirectamente en la vida de los personajes.
En varios momentos, la realidad y la ficción se juntan para contar lo que sucede, los delirios del escritor se vuelven un personaje partícipe de la trama. Con la narración in medias res, se percibe la ambigüedad e incertidumbre que el autor enfrenta: “¿Y si mamá no muere? […] ¿Con qué cara podré avanzar a través de esta redacción si la poética leucemia de mi personaje es derrotada por una ciencia de la que yo carezco?”
La selección hecha por el autor de los recuerdos que recupera no puede ser al azar, cada uno de ellos le sirve para fundirse en el dolor ocasionado por la enfermedad materna, le sirven para enfrentar la realidad de la finitud de la vida. Mientras observa el cuerpo de su madre consumiéndose, Herbert recupera de su infancia el recuerdo de haber deseado ser médico, lamentándose por no poder ofrecer a su moribunda madre una cura, un alivio.
Recordar tiempos pasados, los cuales bajo la luz de la nostalgia lucen menos duros, es una herramienta para hacerle frente a lo inevitable: la muerte de un ser querido.
Escribir, volver ficción la realidad, es un proceso mental del autor para reconfigurar la relación con su madre, con su pasado. Canción de tumba es una serpentina de recuerdos que se despliega con el soplido de la leucemia en las interminables horas que pasa velando la cama de una desconocida que antes era su madre.
Es como en un sueño donde el mínimo detalle cambia el escenario, con un parpadeo, se es transportado a momentos completamente diferentes de donde se estaba al principio, anclado con un lazo se rebota entre pasado, presente y ficción.
- Ilustración: Edvard Munch