A mediados de octubre de 2018, hace cuatro meses, como parte del programa de la Feria del Libro de la Universidad de Guanajuato, y auspiciado por la organización del Ciclo escritores Jóvenes Visitan Cuévano y la siempre amable invitación de Luis Felipe Pérez, tuve el placer de presentar Amalgama (Ediciones Antílope, 2016) de la poeta y traductora Robin Myers, oriunda de los USA, residente de Chilangolandia y amiga en el mundo.

Para tener una presentación a tiempo que dijera algo del libro, aunque fuera poco, tuve que ceñirme a una lectura esquemática, como suele hacerse en este tipo de eventos. Quisiera que estas páginas, no obstante, mostraran una lectura más íntima que la de entonces.

Si bien reconocemos el término Amalgama principalmente por su aplicación en la metalurgia y la odontología, su uso más productivo está en el terreno de la oralidad, es decir, la lengua en su contexto, cuando puede convertirse en metáfora de un sinfín de uniones entre cosas o personas, de existencia real, como el hiplet que data de los 90 y mezcla ballet con hip-hop, o algún manjar exótico de la Ciudad de México, como las guajolotas; o bien, imaginaria, como los bombásticos alebrijes o el célibe unicornio.

Hablando en términos generales, la metáfora funciona para casi toda obra de arte, especialmente si de materialidad heterogénea se conforma. En literatura, las propuestas contemporáneas provenientes de una lectura transversal de la realidad y la tradición, apuntan ya no a la mezcla de géneros literarios, cuya práctica se remonta al Romanticismo, sino a la amalgamación de su misma esencia, que significa palabra elevada al grado de artificio, en su diálogo con otras formas de la cultura, como el periodismo, internet, habla coloquial, etc.

En la tradición poética norteamericana, después del adánico Walt Whitman, se ha producido una fuerte democratización en el ejercicio de la forma

Una vez conquistado el verso libre por la música desobediente que se impone a la medida, y el paso a la danza verbal, que inspiró a Williams Carlos Williams a deshacerse de la prosodia inglesa, las posibilidades formales son ilimitadas.

Los y las poetas nacidos durante el último tercio del siglo XX, han heredado un caudal de riquezas sonoras y visuales de los Beat, así como de las obras de James Wright, Robert Creeley, Charles Olson, cuyo ensayo Verso proyectivo resulta indispensable para entender la concepción del verso como línea de respiración, o unidad de energía, tan fundamental en la producción del siglo XXI, en inglés y también en español.

Poseedor de una genética que no es indiferente a los aportes mencionados, Amalgama es una colección de veintiún poemas en edición bilingüe, tan distintos como distantes en el tiempo de su composición. Más de diez años de escritura se nos presentan en un libro conciso y necesario en cada una de sus partes. Periodo en que por naturaleza hay cambios y rupturas para el sujeto que habla y el mundo que habita.

Dice en el poema titulado La conversión de Magdaleno el leproso: “Cuando hasta Dios no es nada, / y nada, pero nada / te quiere, de algún modo, / tú vives”, y yo me estremezco porque en esas palabras está el chiquillo de 14 años sin nadie en el mundo que fui.

Aunque el poema trata de un leproso, cuyo cuerpo “es como un árbol / quemado por un rayo”, el hecho se convierte en metáfora por medio de la lectura, y el doliente, que renueva el lector, lo puede ser, de alguna otra forma, por enfermedad o padecimiento más allá de la clínica. Termina el poema con estas líneas: “Me ama. Cuando uno no ama nada, / y vive aun así, / eso es amor”, cierre en el que el estremecimiento de la memoria se encarna en ese tiempo presente tan caro, que es el ahora del lector. Mi ahora.

Por otro lado, en Magdaleno en movimiento, se lee: “los músculos tirantes más a fuerza de empeño / que de músculo, con la insistencia / de la utilidad que las cosas debieran tener /  ̶ y tienen, en efecto: con sus manos sin manos, / que siguen a la búsqueda de algo, empujando, agarrando, / romas sin puntas por la fuerza misma de su propia intención”.

La figura necesitada desaparece, se nos presenta a un hombre que pudo ser un desdichado, a partir de la mirada que busca entender, sin lástima ni condescendencia. No es el mismo Magdaleno que el del caso anterior, a este le faltan parte de sus extremidades, o quizá no le falten como tampoco dios, como a mí tampoco me hace falta ahora.

En otros poemas, el desplazamiento temporal del que he hablado hasta aquí se ve correspondido por otro de tipo geográfico

Es el caso de La exnovia de mi novio me corta el pelo en Belén, en el que se nos narra el momento que describe el título, y de improvisto se nos recuerda el lugar en el que estamos: “(…) Al final de la calle / está la panadería que abre de noche, el negocio de la esquina / con sus estantes llenos de Raid y huevos, / la cueva donde Jesús se atragantó / con sus primeras bocanadas de aire mohoso”.

Por si fuera poco, el simbolismo de una ciudad sagrada como Belén, su geografía se resignifica en la cotidianidad de sus límites dentro del poema. Hay una panadería, un genérico “negocio de la esquina”, conviviendo con el portal humilde donde “Jesús se atragantó” o respiró por primera vez. Se trata de una Belén contemporánea, que aparece de fondo como cualquier otra ciudad donde la gente va a cortarse el pelo.

Más adelante, y a manera de tensión con la escena pasada, en Puesto de control de Belén, la geografía vuelve a transformarse dentro de la misma ciudad. Un soldado está de majadero, no por lo que dice, sino por lo que calla: “el soldado se hace el muerto. Miles / de hombres se apiñan en los torniquetes. / ¿Quién se piensa que es? / ¿Morirse ahí, en su puesto, en hora pico, a la vista de todos?”.

Su actitud es una bomba de tiempo para los presentes: “los hombres despotrican e intentan persuadir / y se cansan y escupen y patean los barrotes / como costillas

¿Dónde se encuentran exactamente? No lo sabemos, el gobierno israelí ha instalado puestos de control por toda la ciudad, podría ser cualquiera de ellos, al centro, o a las orillas, impidiendo el paso al interior de sus límites a estudiantes cuyos centros educativos estén del otro lado, separando familias cuyos domicilios de residencia o trabajo quedaran en zonas distintas, incluso, podría ser la barrera que actualmente separa Cisjordania de Israel, supuestamente con fines antiterroristas.

Continuando con las traslaciones, en el poema Subterráneo (Underground en su inglés original, ergo no necesariamente de inspiración chilanga), llegamos a las entrañas faunescas de cualquier metro del capitalismo tardío, de la mano de un ambulante, o mejor, “azafato de un mundo perforado” que nos dice: No se preocupen, no se preocupen, no se preocupen, pero no hace nada para tranquilizarnos con su presencia, semidesnuda y estoica, que sigue su rito de acuerdo al protocolo. “Y agarra un vidrio roto y se lo pasa por el brazo; / mira fijo hacia abajo, y no se inmuta / y no deja de hablar. No se preocupen”. El sujeto espectador que nos informa parece estar inquieto al ironizar sobre esta frase, “No te preocupes (…) / tú tampoco (…) / No te preocupes”, repite.

No obstante, lo más llamativo del poema es la presencia simultánea de encuentros, por un lado, el que ya he descrito en el vagón de metro entre el ambulante y el espectador, por otro, el ocurrido apenas dos días atrás: “nos abrazamos sudorosos y exultantes, / mientras el viento abría / todos los ruidos que nos circundaban / y arrojaba hacia el cielo los pedazos” entre el mismo sujeto espectador y un tercero, al que nombra como “amigo” y que a su vez lo acompaña en la escena.

No es gratuito el señalamiento de esos pedazos de ruido, paralelos a los pedazos de vidrio en la escena que transcurre en el metro

Pareciera que hay una insatisfacción final del encuentro pasado, pues después del momento compartido en la cima, leemos: “bajamos otra vez, sin tocarnos”. ¿A qué vez anterior hace referencia?, que contrasta con la imagen final del ambulante dando las gracias por la atención mientras “va dejando un hilo / de sangre tras sus pasos. / Y las puertas se cierran detrás de él”.

La sugerencia verbal a través del empleo dosificado de referentes e indeterminaciones, es un recurso plenamente aprovechado a lo largo del libro, a veces sin mucha necesidad de imagen, con las puras ideas o principios de ideas, que bajo esa forma incompleta son todavía más atractivas a la hora de imaginar.

Así, en Lo demás, se lee: “Yo si pudiera, viviría de un fogonazo cegador a otro, / si aquello no entrañara alguna forma de desesperación, / un debilitamiento / de la fe; si es que puedo tomar prestada esa metáfora”.

Pasamos del fuego a la metáfora, entendida como actividad natural a todos los hombres. La voz que enuncia no intenta hacer poesía, o al menos eso parece. Ahí está el velo, el no decir que cualquier persona, tú y yo, podemos hacer poesía sentados en un banco de iglesia, en Masaya, Nicaragua (que más que un lugar es un juego de palabras), viendo una luz taciturna que cae sobre el suelo, enrojecida por su paso a través de los vitrales. No se dice, pero se sugiere, que el poeta es como ese cristal que transforma impulsivamente el mundo a su alrededor.

Cabe aclarar dicho lo anterior, que las imágenes contundentes también abundan en el libro. Por mostrar sólo un ejemplo, en Las carreras, leemos: “Una vez, a un amigo, un colibrí / se le cayó muerto a los pies; me dijo que le sorprendió lo / pesado / que era cuando lo levantó”.

El conjunto se lee musical, y la gracia del cuadro armoniza con su tragedia. La primera línea boceta los elementos que lo conformarán: el tiempo, el sujeto y el objeto paciente; por la segunda echa andar el predicado sin tropiezo, la tercera es una elaboración anecdótica que le sirve al poeta de marco y preludio para el énfasis de la cuarta, de tan sólo tres sílabas que forman el adjetivo donde recae toda la fuerza de la imagen: “pesado”; mientras que, en la última línea, el predicado llega a su destino, justo a tiempo para redondear el conjunto musical y pictórico.

Imágenes, reflexiones, anécdotas, pudores, conforman la excelencia de estas páginas

Para concluir, me gustaría hablar del poema que prefiero del libro. Se trata de El destello, que traduce José Luis Rico, y para mí sintetiza en una amalgama de enumeraciones al interior de otra, múltiple y diversa que somos nosotros, el asombro ante lo que uno es y observa, más allá de su individualidad. Poema en el que, por supuesto, la voz que enuncia se vierte al plural: “Apuntamos con pistolas a la gente sin querer matar. / A veces la matamos. // Desollamos al venado. / Violamos a nuestros monaguillos / (…) y montamos museos sobre ruinas / de aldeas masacradas (…) // y encerramos a muchachas en camionetas / encima de un colchón”.

¿La voz se identifica con estos hechos, que ocurren en México y en todas latitudes? Por supuesto que no. Pero los reconoce como parte de su terrible humanidad, la tuya y la mía.

Luego, contrapone y complementa: “Aunque también es verdad / que untamos mantequilla blanda sobre un pan / con un cuchillo blando. / Confiamos nuestros huesos a los conductores de autobuses, / nuestras nucas a los estilistas, / el lóbulo de la oreja a la nublada boca / de amantes que pueden o no amarnos / pero que nos tocan como si pudieran. / Rozamos la corteza del abedul con los dedos al pasar // El no tener opción / no es el punto / Anhelamos”.

Leer Amalgama de Robin Myers, es leer literatura que hace honor a su nombre a la vez que a su tiempo. Más allá de la propuesta, más allá de la escuela, hay un anhelo, propio de la poesía y la literatura en general, anhelo por expandir la vista y el oído del afortunado lector, hacia una realidad más honda, que es la misma y es otra.

  • Ilustración: Jean-Michel Basquiat