La multicitada expresión de la filósofa alemana Hanna Arendt sobre la banalidad del mal, será invariablemente un referente reflexivo cada vez que la humanidad caiga una y otra vez en el violento fenómeno de la guerra, esa manifestación que produce héroes y villanos no importa si se gana o se pierde, aunque se dice, la historia suelen escribirla los vencedores.

Arendt hablaba de la banalidad del mal en Eichman en Jerusalén, una de sus obras más reconocidas en donde describe el juicio a Adolf Eichman, uno de los oficiales nazis más connotados por sus atrocidades cometidas durante el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial.

Al no presentar ninguna clase de remordimiento por sus actos y establecer durante su juicio que lo único que hacía era obedecer órdenes del Estado, Eichman representaba eso que Arendt estableció como la capacidad de banalizar la maldad.

Y este fenómeno, teorizaba la pensadora europea, se origina en la incompetencia de generar pensamiento, entendido este como el diálogo con uno mismo para concientizar la moralidad y la ética de nuestras acciones.

Sin el pensamiento, argumentaba la filósofa alemana, es difícil dimensionar nuestros actos y permite que entonces, los hechos reprobables no sean vistos como un quehacer desviado del bien humano sino como una mera obediencia a las órdenes de un Estado en guerra en donde la seguridad nacional, la patria o incluso las revelaciones divinas justifican cualquier acto de sangre.

El director británico, Jonathan Glazer, ha retratado de una manera excepcional la expresión de Hanna Arendt en su nueva obra, La zona de interés (2023), cinta basada en la novela del mismo nombre del escritor británico Martin Amis

Rudolf Höss otro oficial histórico del nazismo vive con su esposa Hedwig y sus cinco hijos en una casa de ensueño en donde sin el contexto necesario, lo que observamos es una familia como tantas, un clan que tiene los mismos sueños, aspiraciones, preocupaciones y esperanzas como prácticamente cualquier familia tradicional.

El problema con dicho clan es que, a un lado de su casa, se encuentra el campo de concentración de Auschwitz regenteado por el mismo Rudolf Höss. Indiferentes al sufrimiento brutal que marcó toda una época de la historia de la humanidad, los Höss revelan cómo el silencio cómplice convierte la historia de Glazer en un relato terrorífico porque la calma y la hermosura del hogar nazi y el grito lejano de los prisioneros, las chimeneas humeantes y los balazos conviven y se conjugan para componer un paisaje visual y sonoro inquietante en el ánimo de quien observa las escenas.

En el género de las películas de terror se dice que aquello que no se ve, es precisamente lo que genera la sensación de horror en el espectador. Acostumbrados a ver las cintas del Holocausto en todo el detalle de su devastación, La zona de interés de Glazer incluso apela a imágenes que en la cotidianidad pueden llamar incluso a la ternura: un bebé que toca una flor, una comida familiar, el padre de familia que lee un cuento a sus hijas antes de dormir, la alberca de un domingo al mediodía, etc.

Pero cuando se adivina que el horror está apenas a unos pasos, es el denominador que nos hace removernos en el asiento porque obviamente la familia lo sabe y no hay una muestra mínima de estupor, una señal breve de que algo no está bien al otro lado del muro, una pista ínfima de que la conciencia y el pensamiento moral acuden a la cabeza de los habitantes de esa casa. Es el silencio aterrador de quien no dice nada cuando lo sabe todo y no le importa un bledo.

Ahí está el terror provocado por la indiferencia. La ausencia de pensamiento que Arendt señalaba, la justificación casi universal en tiempos de guerra cuando se asume que todo se vale, cuando el valor de la familia expone que para salvar a los nuestros debemos eliminar todo aquello que se interponga en el fin último del bienestar de los seres a quien amamos.

Jonathan Glazer sin embargo, toca al espectador con imágenes y sonidos que le recuerdan que ellos no pueden ni deben obviar la infamia. Desde la sala de cine, el espectador también sabe, como lo saben los Höss, que el drama y el fracaso de la humanidad lo tenemos a un lado

Pequeños guiños que pide atender para no perderse en una dinámica familiar cotidiana tan nuestra como la de cualquiera, pero que esconde una posición amoral de un entorno hogareño que no se asume responsable de nada de lo que ocurre al otro lado de las seguras paredes que rodean la casa.

A la vista de la obra del cineasta británico, pensamos también en el concepto de lo que significan los valores universales, o, mejor dicho, cuestionarse si tal expresión es válida, es decir, qué significa el valor moral y que nos dice la posibilidad de su universalidad.

La antropología plantea el relativismo cultural como un aspecto humano al que no le caben puntos de vista únicos y universales en la interpretación de las culturas y, por ende, los dilemas éticos y el sentido moral se pueden volver huidizos y establecen que, si no hay valores plenos y totales para la humanidad entera, entonces todo es válido y por tanto todo es relativo.

La guerra entonces permite la relatividad de la ética. En los distintos bandos que se forman en los conflictos bélicos surge una moralidad subjetiva y los actores de dicho conflicto se asumen así mismos con una superioridad que el adversario no tiene y mutuamente pueden adjudicarle al contrario epítetos despectivos, flamígeros.

No olvidar, por ejemplo, que cuando el grupo terrorista Hamás masacró a civiles israelíes, el ministro de defensa de Israel, Yoav Gallant, aseveró: estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia. Y a los animales sin moral alguna, según Gallant, había que cortarles la electricidad, el gas, el agua y los alimentos.

Sin embargo, cuando el presidente brasileño, Luis Inacio Lula da Silva calificó las represalias de Israel a la población civil palestina como un genocidio y comparó la agresión con las acciones de Hitler para eliminar judíos, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, orondo y ofendido, calificó al mandatario sudamericano como persona non grata y le exigió disculpas.

Seguro que Netanyahu suscribía las palabras de su ministro de defensa y le quitaba todo ápice de razón a Lula da Silva: los animales humanos son los palestinos, nosotros tenemos una superioridad moral que nos permite ahorcar a la población civil rival, podría ser el brutal sofisma de Netanyahu.

La zona de interés de Jonathan Glazer plantea esas contradicciones humanas, Rudolf Höss asume en su paradisíaco hogar que él y su familia merecen toda la comodidad, la calma y la paz que le debe el Estado alemán por obedecer sus órdenes: los animales humanos deben estar en los campos de concentración. Todo sea por la patria.

Julio Castillo

El pasado 22 de febrero murió a los 52 años el actor Julio Castillo.

Julio y yo fuimos contemporáneos en la carrera de Comunicación en la Universidad Iberoamericana a principios de los años 90 en la centuria pasada. Su partida me ha causado un enorme pesar.

Castillo y su esposa y compañera de toda la vida, Celia Garza, conformaron Moebius Teatro Clown, una exitosa compañía con la que representaron innumerables espectáculos teatrales a nivel nacional e internacional interpretando la imagen del payaso en diversos matices, conceptos y narrativas.

El show debe continuar, decía Celia Garza ante la partida de su querido compañero. Seguro él también lo deseaba así.

Descansa, Julio. Abrazo solidario, Celia.

  • Fotograma: La zona de interés