Los populismos surgen cuando quienes detentan el poder establecido lo aprovechan para su particular establecimiento, no para mejorar la sociedad desde las bases sólidas de un Estado de Derecho                                                                                                               

Cuando las cosas se hacen mal suelen salir mal. Hillary Clinton no era, ni de largo, la barrera adecuada para el populismo de Trump, oportunista y personalísimo. Un derroche de personalidad desaforada y sin brida frente a la anodina presencia de la candidata demócrata sobre el escenario o ante los micrófonos. Al fin y al cabo, en el ADN de la sociedad norteamericana está que las elecciones presidenciales, sobre todo, también son un espectáculo. Thats entertainment!

Probablemente Clinton habría sido una buena presidenta. Estaba preparada para ello. Pera también era pura pomada, establishment puro. Y, a propósito, debería haber comparecido tras su preocupante derrota. Pero la candidata no daba para más, como dice aquella canción del tristemente fallecido Germán Coppini: Alien Divino. Era un escandaloso error pretender que apareciera un deus est machina, “un alien divino que nos haga soñar” con que Hillary no era la mujer de otro presidente anterior, la perdedora de unas Primarias muy broncas contra el impresionante Obama, la irresponsable que envió correos de Estado desde su servidor privado (lo que tanto juego le ha dado a un FBI quizá tan trumpista como tramposo hasta el último momento).

Declaraciones como las de la estupenda y feminista actriz Susan Sarandon diciendo que ella no votaba con la vagina, en alusión a que Hillary no representaba para ella la regeneración ni el cambio que pedían los desesperados o los desencantados aunque fuera una mujer, advertían de por dónde se desangraba una parte fundamental del target demócrata. Pero no parecía que nadie de entre quienes deciden las piezas de la fenomenal maquinaria política quisiera verlo.

La presión al electorado menos ignorante y más concernido con la construcción política de su país de que no votar a Hillary era abrir la puerta del gallinero al monstruo de las galletas, ha sido entendida como un chantaje por demasiados ciudadanos que ya estaban hartos. Muchos de ellos han respondido quedándose en casa, votando a candidatos alternativos sin posibilidad alguna de conseguir un resultado ‘útil’ contra Trump, y quién sabe si alguno votando al mismísimo Donald Trump para que todo reviente (algo que los mecanismos de contrapeso del propio partido Republicano, mayoritario ahora en las cámaras parlamentarias, esperemos que eviten).

 

Probablemente Clinton habría sido una buena presidenta. Pero también era pura pomada, establishment puro. Era un escandaloso error pretender que apareciera “un alien divino que nos haga soñar”

Muchas cosas están en pleno proceso de cambio. Los populismos surgen cuando quienes detentan lo establecido lo aprovechan para su particular establecimiento, no para mejorar la sociedad desde las bases sólidas de un estado de Derecho al que tanto costó llegar. Y esos populismos tienen éxito cuando, durante ese proceso de contaminación institucional, la sociedad ha sido intencionadamente alejada del compromiso civil, el conocimiento y la Cultura. Eso era, con las distancias del contexto histórico y la complejidad de nuestros días, el panem et circus en Roma. La prueba es que hemos llegado a un momento actual en que una masa social tan relevante (no sólo el Ku Klux Klan ha votado Trump) pueda obviar, e incluso celebrar, un gesto maleducado, o machista o xenófobo o estentóreamente irresponsable de su candidato, en vez de censurárselo y aterrarse ante la posibilidad de que alguien así llegue a tener la potestad de apretar el botón rojo, como a partir del 20 de enero tendrá Trump como presidente electo de EEUU.

Presidente ya, conviene no olvidarlo para corregir ahora algunas cosas y dar la talla como estado al respecto. Trump ha sido elegido presidente del país más poderoso de la Tierra. Y el mundo tiene que entenderse con él. Ni hay que rendirse a sus pies ni reírle sus imposibles gracias. Qué difícil es todo

* Domi del Postigo es columnista de La Opinión de Málaga.