Era un vaquero, tenía una voz parecida a la de Jeff Bridges -algo desinteresada-; arrastraba cada palabra con espasmos de silencio y una mirada acerada, no escasa de sinceridad. Eso lo dicen sus libros, eso le valió un Pulitzer en 1979 con ‘El niño enterrado’.

Sam Shepard es más que un premio. Era, fue, un hombre de campo, la vida como granjero, como metáfora de su trabajo, la adaptó en el sudor que emana de hacer las cosas de una buena vez. Toda una vida de manos duras. De esos dedos salieron 40 obras teatrales, poemas, cuentos.

La dureza de su rostro, de oscuro vaquero, en el que se enmarcaron grietas por dormir a la intemperie, se nos entregó también con su presencia en Días del Cielo, una nominación al Óscar en 1983 por Elegidos para la gloria, de Philip Kaufman, o un papel memorable como ‘Spud’ en Magnolias de Acero.

Trabajó hombro a hombro con Bob Dylan, juntos compusieron ‘Brownsville Girl’. Colaboró con Patti Smith, con los Stones, y fue baterista de una orquesta de ‘acid rock’

La América oculta

Su obsesión fue contar el Estados Unidos rural, de apacibles y dulces pueblitos del oeste, de moteles donde suceden cosas, conversaciones en la bocina del teléfono, la belleza melancólica del aire country; como en el relato Coalinga a medio camino.

-¿Dónde estás?- es lo primero que pregunta ella. Él ya sabía que esto sería lo primero y el terror le abre una brecha en el pecho.

En Coalinga– responde él.

-¿Y qué haces tan lejos?- pregunta ella.

Voy hacia el sur.

-¿Por qué? ¿Qué estás haciendo?- vuelve ella a preguntar.

BuenoMe voy.

– ¿Te vas? ¿Y cuándo vuelves?- pregunta otra vez ella.

Pero él sabe que ella ya conoce la respuesta

No voy a volver.

Eso refleja un poco a Shepard que, como los grandes autores norteamericanos, contó con su voz la América oculta, la América profunda en libros como Crónicas de Motel, Locos de Amor, Luna Halcón, Cruzando el Paraíso, Estados de Shock o El gran sueño del paraíso.

‘El gran sueño del paraíso’, una de las obras cumbre de Shepard.

He leído a Sam Shepard con emoción, porque sus cuentos son como películas de Wim Wenders; con el que trabajó como co-guionista en París, Texas. Lo asocio con escuchar canciones del grupo Eels.

Y Shepard cumple mi trilogía, con palabras y relatos que nos entregó en carne viva; esos parajes solitarios, carreteras casi interminables, ciudades-pueblo, moteles, anuncios neón, cabinas telefónicas, amantes. La voz de un hombre que sabe de esa soledad, de la cotidianidad en la que estamos inmersos. En donde caemos vencidos.

Sam Shepard nos envuelve con sus historias, como si uno estuviese sentado a su lado, en el porche de una casa en medio de la nada con una cerveza en mano para escuchar, y ver el fuego del atardecer en el horizonte

Con un estilo seductor, un autor, un dramaturgo (uno de los más importantes de Estado Unidos y el mundo), nos marca pautas en momentos en que la línea dramática se quiebra de manera suave, sutil, sublime, con situaciones que son trazadas a través de diálogos que hacen tragar saliva, sentir una opresión contra el pecho, en la parte del corazón. Como esa desesperación por tratar de encontrar el gran sueño del paraíso.

La muerte ha sorprendido a Shepard. Pero no apagó su voz.

  • Foto: Especial/Japhet Eloy Esquivel